LA ESCRITURA NACIÓ EN CANTABRIA,

MÁS DE 30.000 AÑOS ANTES QUE EN MESOPOTAMIA

RIVERO MENESES     PRINCIPAL

            Jorge Mª Rivero-Meneses

LA ESCRITURA NACIÓ EN CANTABRIA

 

Una piedra de Roseta paleolítica 

 

El hecho de que en determinadas épocas se haya representado a Dios como un triángulo con un ojo en su centro y rodeado o no por rayos solares (fig. 3), no hace sino corroborar la naturaleza femenina que, desde que el mundo es mundo y hasta hace virtualmente cuatro días, le ha atribuido el ser humano a la divinidad; tanto si se trata del Sol como de la Luna, las dos deidades fundamentales, a la sazón, del hombre de la Prehistoria.

 

Porque el triángulo es sinónimo de mujer y -lo que otrora venía a ser lo mismo- de Diosa, el Arte de la Prehistoria y aun de la Protohistoria están repletos de triángulos, pintados unas veces, labrados otras, e incluso de figuras de contornos femeninos en las que lo único que se destaca es el triángulo púbico. En las ilustraciones que acompañan a estas líneas, podemos reconocer algunas muestras, emblemáticas, de ello.

 

Se halla, pues, fuera de toda duda que triángulo y feminidad fueron en otro tiempo términos equivalentes. Como es igualmente incontrovertible que ese mismo triángulo que representaba a la parte más sagrada del cuerpo femenino, ha sido también sinónimo de divinidad. ¿Cómo dudarlo cuando vemos que, todavía hoy, innumerables imágenes de la madre de Dios están formadas por un manto de forma rigurosamente triangular, sobre el que asoma una diminuta cabeza femenina? Bien es verdad que, en estos casos, el triángulo en cuestión se nos muestra con el vértice hacia arriba y no invertido como aparece en el cuerpo de la mujer, pero es éste un matiz absolutamente secundario, que no modifica en absoluto su carácter. ¿Cómo habría de hacerlo cuando vemos que la representación hebrea de la divinidad solar, de Yabé, es aquella mal denominada Estrella de David que cualquiera de nosotros será capaz de recrear, si se limita a dibujar dos triángulos superpuestos en sentido inverso?

 

La imagen de la Virgen del Olivar, venerada en el Santuario de Estercuel, es un fiel exponente de cuanto vengo sosteniendo, identificada además con un árbol, por razones de profundísimo calado en las que no podemos detenernos en esta ocasión (fig. 4). Aunque es más representativa todavía la imagen de la Virgen del Milagro, patrona de la población catalana de Balaguer. Como podemos ver en la representación correspondiente, la imagen en cuestión nos muestra dos triángulos: los correspondientes a la Madre y a su Hijo (fig. 5).

 

¿Es fruto de la casualidad que la consonante V reproduzca fielmente la forma del triángulo púbico? ¿O que sean virgo, vulva y vagina tres de los términos con que designamos al órgano genital femenino? ¿Es igualmente accidental el hecho de que denominemos Venus -siempre con V- a las recreaciones de la supuesta primera pobladora de la Tierra, representada invariablemente desnuda?

 

Que el triángulo de piedra arenisca exhumado en la Cueva del Castillo (fig. 2) representa el sexo de la mujer, es algo que tienen perfectamente claro quienes han descubierto este auténtico tesoro entre los fértiles sedimentos de dicho yacimiento. Y así lo reconocen, de hecho, en el reportaje de National Geographic cuya reciente publicación me ha permitido descubrir la más antigua manifestación de escritura que hoy no es conocida. He aquí el pie que acompaña a la fotografía y al dibujo del triángulo de piedra arenisca que protagoniza nuestro relato:

 

Signos femeninos:

Hace 38.500 años los cazadores de El Castillo recortaron este segmento de círculo en un canto de piedra arenisca, dándole forma triangular, para grabar en él una serie de líneas profundas que parecen representar el sexo femenino. Este tipo de representaciones se encuentran en antiguos paneles de arte rupestre.

 

Si el lector observa con atención, como yo lo hice, los trazos grabados en el interior de ese regularísimo triángulo que representa el pubis femenino y, por extensión, el sexo de la mujer, podrá apreciar sin dificultad que las líneas en cuestión no tienen nada que ver con la muy característica hendidura que recorre en su integridad la vulva femenina, flanqueada por dos labios enormemente peculiares y de trazos inconfundiblemente ovales. Nada se distingue de todo esto en esa misteriosa inscripción que el ejecutor de esta pieza tuvo todo el interés en destacar, resaltándola como la parte más importante de su obra. El triángulo de piedra juega un papel absolutamente secundario, como mero marco que sirve para encuadrar lo que este remoto escritor = escultor quiso resaltar: los trazos de marras. ¿Una representación del sexo femenino, como sugieren sus descubridores? No, sin la menor duda. Porque quien había sido capaz de modelar una tan perfecta forma triangular, no es plausible que se mostrara tan exageradamente torpe a la hora de pergeñar lo que resultaba más sencillo: trazar una línea central gruesa y otras dos, laterales, algo arqueadas, que insinuasen el contorno de los labios de la vulva de la mujer.

 

Queda, pues, absolutamente descartado que las líneas grabadas en el interior del triángulo pretendan reproducir la vulva femenina. Porque nada tienen que ver con una representación realista de ésta y hemos de deducir que quien tan realista se había mostrado al labrar el triángulo, habría hecho lo propio a la hora de plasmar la parte más importante de su obra: el sexo femenino propiamente dicho.

 

Las líneas plasmadas en el triángulo no reproducen la forma de la vulva, pero lo que sí resulta absolutamente obvio es que quien las grabó de manera tan marcada y manifiestamente deliberada, estaba pensando en ella. Porque, si así no fuera, no se habría tomado la molestia de pergeñar un triángulo perfecto como soporte para su inscripción. Y debo volver a insistir en que triángulo y mujer fueron dos conceptos idénticos en la mentalidad simbólica de nuestros antepasados racionales. A nadie se le habría ocurrido, pues, grabar o pintar en un triángulo algo que no se hallase estrechamente relacionado con la mujer o, como mínimo, con lo femenino.

 

Si los trazos impresos en el triángulo no reproducen la archicaracterística figura del órgano genital femenino y, por puro sentido común, descartamos así mismo que pueda tratarse de una inscripción arbitraria sin relación ninguna con la medalla o amuleto triangular que le sirve de marco, entonces estamos obligados a plantearnos seriamente la posibilidad de que esas misteriosas líneas puedan tener un carácter simbólico y que, por ende, puedan ser una remotísima manifestación de escritura. ¿Escritura hace nada menos que 38.500 años, cuando los primeros indicios de escritura encontrados por tierras del Creciente Fértil asiático en el que desnortadamente se ha buscado la cuna de la civilización, apenas si consiguen alcanzar los ocho mil años de ancianidad?

 

Los propios descubridores del que muy pronto será celebérrimo triángulo de piedra, ya admiten sin ambages que tanto ésta como algunas de las piezas halladas en ese mismo nivel e incluso en otros más antiguos todavía, encierran un claro simbolismo. Lo que viene a ser una forma de admitir que se trata de remotísimas formas de escritura. Puesto que, ¿qué otra cosa es la escritura que la manifestación del pensamiento a través de símbolos convencionales? En este sentido, ya el mero hecho de que el autor de este incuestionable amuleto de piedra le haya dado forma triangular, ya constituye una expresión simbólica y, por consiguiente, una evidencia de escritura. Porque ese remotísimo escriba utiliza un símbolo, el triángulo, cuyo significado era perfectamente conocido por todos. Recurre, pues, a un símbolo convencional, esquemático, para expresar una idea, lo que constituye la esencia misma del concepto de escritura. Del mismo modo que, en otras épocas, el mero hecho de dibujar una A ya se identificaba con el Alba de la Humanidad, con el inicio de la vida. O que la plasmación de la letra omega suponía una referencia inequívoca al Océano y al antiguo final del mundo conocido en el que el Sol moría cada día al anochecer. Y de ahí que la letra omega mayúscula, como descubrí y publiqué hace ya muchos años, reproduzca fidelísimamente la silueta del Astro Solar en el momento de ocultarse tras la línea del horizonte.

 

Las letras alba o alfa y omega eran, pues, sinónimos de principio y de final y bastaba reproducirlas para que cualquiera fuera capaz no sólo de identificarlas, sino también de comprender todo el auténtico universo que se ocultaba detrás de ellas. Eso es escritura químicamente pura y ése es exactamente el mismo recurso al que apeló el autor de nuestro amuleto, al dar forma de triángulo a la pieza sobre la que grabó su enigmática y trascendental inscripción. Porque su triángulo significaba mujer o, para ser más precisos aún, vulva. Y eso es lo que quiso expresar y transmitir al molestarse en trabajar una piedra hasta conseguir darle esa forma triangular tan perfecta. Porque con esa V de piedra ya estaba dejando perfectamente claro que su pensamiento estaba puesto en el órgano sexual femenino. Del mismo modo que si hubiese invertido esa misma piedra, situando su vértice hacia arriba, habría seguido refiriéndose a la mujer pero no ya en el plano de su sexualidad, sino en el de su papel como propiciadora de la vida. Y es que la letra A, con la que nuestros antepasados evocaban el comienzo de la vida -y de ahí su presencia en el crismón de los cristianos- no deja de ser otra cosa que un simple triángulo. Lo que viene a confirmar la estrechísima relación que existe entre la no por casualidad primera letra del alfabeto..., y la mujer. Porque A equivale a principio de la vida, y mujer es sinónimo de creadora de vida. Lo que explica el porqué de que conozcamos con el nombre convencional de Afrodita a la supuesta primera mujer de la Tierra, madre común de todos los seres humanos. Del mismo modo que los antiguos pueblos cantábricos denominaron Alba, siempre con A, a esa misma mujer, cuyo nombre, corrompido por la lengua hebrea, acabaría convirtiéndose en Eva. Y ya muy modernamente, vemos que a esa misma figura mítica identificada con la madre de la Humanidad, da en denominársela Venus, recurriéndose en este caso a un nombre cuya letra inicial, la V, vuelve a reproducir un triángulo aunque en esta ocasión invertido y con una prístina alusión al órgano sexual de la Diosa a la que se atribuía la generación de la Vida. Obsérvese, una nueva V..., un nuevo triángulo.

 

El autor del prodigioso amuleto = medalla de piedra arenisca exhumado en Puente Biesgo, no sólo demuestra poseer una mente simbólica, sino que va muchísimo más lejos al recurrir a la utilización de un símbolo archiconocido por todos sus coetáneos y antepasados y cuya simple posición, alzada o invertida, establecía ya dos importantes matizaciones en su significado. Si el triángulo miraba hacia abajo, el sexo femenino. Si miraba hacia arriba, el nacimiento de la vida. En ambos casos, como vemos, la Mujer. En ambos casos, admirablemente, el culto a la mujer dispensado por los hombres de todas las eras y que ha convertido a ésta en la protagonista indiscutible -y a enorme distancia de cualquier otro ser u objeto- de la historia del arte universal. Precisamente porque el Arte -hoy, ayer y siempre- ha sido mayoritariamente ejecutado por hombres, por adoradores de la mujer como demuestra serlo este artista que hace 38.500 años nos legó esta primera manifestación de escritura que hasta la fecha nos es conocida.

 

Pero a ese escriba = grabador de la Prehistoria no le bastó con modelar un triángulo con el propósito de reproducir el símbolo convencional de la sexualidad femenina. Si sólo hubiera hecho esto, ya nos habría legado escritura, pero en este supuesto se contarían por millares todas las palabras que nos ha legado el Paleolítico Superior, en forma de pinturas de triángulos, de manos, de estrellas o de animales que, ocioso es decirlo, constituyen el precedente de la escritura jeroglífica egipcia. No, si lo descubierto en la Cueva del Castillo fuera un simple triángulo, aun siendo válido cuanto ha quedado escrito en las páginas precedentes, no incurriría yo en la torpeza de presentarlo como la primera manifestación de escritura. Aunque pudiera serlo. No. Si afirmo que la piedra en cuestión contiene la más antigua manifestación de escritura conocida hasta la fecha es porque, efectivamente, lo que aparece acentuadamente grabado en el interior del triángulo de piedra..., ¡es una palabra! Y una palabra concretísima, perfectamente reconocible y con un significado obvio que podemos documentar, aún, en las más antiguas lenguas del planeta y, muy especialmente, en aquellas que más fieles han permanecido a la antigua habla cantábrica, trasladada por los cromagnones del Norte de España y del Sur de Francia a todos los rincones del globo.

 

En efecto y cual si de una auténtica piedra de Roseta paleolítica se tratara, el amuleto en el que aparece escrita la más antigua palabra que nos es conocida hasta la fecha, no se contenta con reproducir el aparato genital femenino, sino que va muchísimo más lejos al ser la palabra que aparece grabada sobre él la raíz del término con el que lenguas de todos los continentes han denominado al sexo de la mujer a lo largo de milenios. No se trata sólo, pues, de que el autor de este objeto recurriera a un símbolo convencional como es el triángulo para evocar a la mujer. No, el asunto es mucho más hermoso y grandioso que todo eso, porque este minucioso artífice dejó escrita sobre esa piedra triangular tan magistralmente modelada, la palabra con la que nuestros ancestros, por espacio de decenas de miles de años, designaron al órgano sexual femenino y, por extensión, a la propia mujer... y a la divinidad femenina a la que adoraban como autora supuesta de la vida. ¿O es que acaso el milagro de la vida no había tenido como principalísima protagonista a la vagina y a la vulva de la mujer? ¿No es un hecho incontestable que la generación de la vida se produce en el aparato genital femenino? ¿No es y ha sido siempre ésa la parte más sagrada, reverenciada, anhelada... y, consiguientemente, protegida del cuerpo femenino? ¿No es absolutamente lógico, por primario que hoy pueda parecernos, que la valoración de la mujer por parte de los hombres se haya centrado inicialmente en su órgano sexual, extendiéndose más tarde a todos sus restantes valores y atributos? Quien desconozca estos principios no podrá comprender jamás los mecanismos intelectuales de nuestros más remotos antepasados racionales y, desconociéndolos, no llegará nunca a entender la forma como se ha producido la evolución intelectual del ser humano. Porque el culto a la mujer ha sido la auténtica fuerza motriz del desarrollo intelectual masculino, del mismo modo que, en otro orden de cosas, el afán por representar la belleza femenina ha hecho posible el progreso constante e imparable de las artes plásticas, obsesionadas por reproducir de manera cada vez más precisa, los que para los hombres de todas las épocas han sido los mayores prodigios de la Naturaleza: la belleza de la mujer y su capacidad para engendrar la vida. Sin la existencia de la mujer y sin la veneración que los hombres de todos los tiempos hemos sentido hacia ella, la Humanidad no habría alcanzado jamás el grado de desarrollo intelectual que hoy posee y que a tan escalofriante distancia le ha situado de todos los demás seres vivos que con ella comparten nuestro planeta.

 

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