LOS DESCUBRIDORES DE EUROPA

 

RIVERO MENESES     PRINCIPAL

            Jorge Mª Ribero-Meneses

DESCUBRIMIENTO ESCRITURA

 

 2. Waldemar Fenn

 

Discípulo, sin duda, de Humboldt y conocedor de la obra de Julio Cejador, el ilustre arqueólogo germano Waldemar Fenn consagró la última parte de su vida a demostrar que la Península Ibérica había sido la cuna de la civilización. Así lo establece en su libro Gráfica prehistórica de España y el origen de la cultura europea, autoeditado en Mahón en el año 1950. Nadie mostró el menor interés por publicar un libro clave para descifrar los orígenes de la escritura, por lo que nada debe extrañarnos que más de medio siglo más tarde, la Arqueología siga buscando la cuna de la escritura en las antípodas de donde se encuentra. Julio Cejador y Waldemar Fenn son hombres y nombres, hoy, absolutamente desconocidos. Al francés Champollion, sin embargo, cuyo descubrimiento está a miles de años luz en importancia de los realizados por Cejador y Fenn, le conocen hasta los escolares. Resulta patético.

 

A diferencia de otros sabios europeos, Waldemar Fenn no sucumbió cautivado al canto de sirena de la mitología ibérica, ni tampoco se vio deslumbrado por el arcaísmo de la lengua de los Baskos. Fenn es completamente ajeno a esas cuestiones y su fascinación por la cultura ibérica va a plasmarse en el afán por descifrar el oscuro y crucial significado de nuestra riquísima -y única- escritura paleolítica.

 

El camino elegido por Fenn no tiene, pues, precedentes ni mantiene paralelo alguno con el de todos aquellos que con mayor o menor fortuna, talento e inspiración hemos buceado en las procelosas profundidades de la lengua conservada por los Baskos. Fenn prescinde de todas las noticias concernientes a la antigüedad de España y se centra exclusivamente en el estudio de todos esos enigmáticos signos trazados por el hombre de la Prehistoria y a los que tan escasa, por no decir nula atención se ha venido prestando hasta la fecha. Suele ser norma habitual la de despreciar o ignorar aquello que se es incapaz de interpretar. Las conclusiones de Fenn no tienen desperdicio, por lo que -como he hecho en el caso de Cejador- reproduzco algunas de las más significativas:

 

Las innumerables manifestaciones cosmológicas y religiosas que se encuentran sobre la tierra ibérica, claras fuentes de la sabiduría más antigua, nos ofrecen un incomparable tesoro de altísimo valor ético. Desde tiempos más remotos que en ningún otro país del mundo, ya se nos presenta la gráfica ibérica con sorprendente riqueza de sublimes ideas y elevadísima espiritualidad.

 

En infinidad de lugares y en los más diversos emplazamientos de la península Ibérica -sobre rocas yacentes o escarpadas, al aire libre, en santuarios y cuevas, en dólmenes y sobre losas de tumbas relacionadas con el culto a los muertos- encontramos tales signos esculpidos o pintados. Se presentan en forma de símbolos aislados y hasta en grupos de amplias composiciones de figuras muy variables, grabadas con gran maestría en piedras, desde la blanca arenisca hasta el más duro granito. En todo el Neolítico español, desde fines del Paleolítico hasta su perduración en la Edad de Bronce, podemos seguir la evolución de estos signos hasta su transformación en la verdadera escritura ibérica.

 

También en numerosos objetos de culto y amuletos vemos expresadas las mismas ideas cosmosóficas que, con las anteriormente citadas, forman un conjunto armónico y trascendental. Es así mismo interesantísimo observar cómo la cultura nacida en el suelo ibérico extiende su influencia en todas direcciones, llegando hasta los países limítrofes del Mediterráneo oriental.

 

Al final de la última época glacial, la península Ibérica juntamente con las partes pobladas de la Europa occidental y el Norte de África, formaba una gran unidad cultural primitiva y de asombrosa uniformidad.

 

En el pueblo vasco es donde se encuentra más conservado el tipo ibérico. Euskadi representa hoy para la moderna ciencia lingüística la clave para el estudio de un antiguo y auténtico idioma ibérico. Encontramos, además, en las rocas cantábricas los testimonios más numerosos y expresivos de la astronomía y cosmografía antiguas; pero la máxima importancia de este rincón cantábrico la constituyen dos de las manifestaciones del espíritu humano que debemos calificar como las más altas y más antiguas del continente europeo y quizá del mundo. Sin exageración, puede otorgarse a las pinturas de la cueva de Altamira el título de maravilla del arte, de la misma manera que el mapa celeste de las peñas de Eira d´os Mouros puede conceptuarse como un milagro de la ciencia.

 

Mientras el Oriente, con la interpretación de figuras y personificaciones fantásticas, llegaba a un politeísmo ilimitado, en el Occidente se iba formando el más absoluto monoteísmo, la revelación de un ser divino y omnipotente como única y suprema explicación de los misterios del cosmos. (...) Eran intuiciones de una profunda religiosidad que no permitía ninguna personificación directa del Ser divino, sino solamente un símbolo para satisfacer el deseo humano de poseer o llevar algún objeto sagrado o símbolo de la Deidad. Tales ídolos y amuletos no eran, seguramente, objetos de adoración, sino solamente signos de la comunidad religiosa y al mismo tiempo de protección divina.

 

La inmensa riqueza en metales y las magníficas obras de los artesanos en oro, plata, cobre y marfil, y de su arquitectura megalítica; el florecimiento en la cría de caballos y la domesticación de todos los animales útiles; el cultivo de frutas exquisitas, legumbres y de los mejores cereales, está bien atestiguado en la antiquísima Iberia. Hoy nos demuestra la Prehistoria que tales adelantos estaban ya en poder de los iberos, muchos milenios de años antes del nacimiento de Platón y hasta en los tiempos más remotos. También en las obras de Estrabón y Diodoro, en noticias de Euphoros, Tukydides y Philistos, encontramos referencias a la llamada cultura atlántida y la extensión de la población ibérica hacia Italia y Sicilia, y desde allí aún hacia el Mediterráneo oriental. Muy interesantes son también las múltiples referencias mitológicas sobre el origen occidental de ciertos dioses y diosas y de bases fundamentales de legislación. También son notables las afirmaciones sobre el adelantado estado de las observaciones astronómicas y las relacionadas con el calendario en Occidente, y que los griegos recibieron de allí importantes conocimientos en tales ciencias.

 

Si comparamos la arquitectura del Oriente con sus contemporáneas megalíticas y ciclópeas del Mediterráneo (...) nos inclinaremos a favor de un origen occidental o ibérico.

 

Ofuscados por el posterior de la cultura greco-romana hacia el Occidente, y el gran adelanto de las investigaciones arqueológicas practicadas con absoluta preferencia en el Mediterráneo oriental, se llegaba a la convicción de que toda la cultura europea tenía su origen en el Oriente, estableciéndose así un verdadero dogma científico, del cual es su más expresivo error la increíble aseveración que supone a los fenicios como procreadores de la cultura ibérica. Pero con las pruebas que aporta el Paleolítico ibérico (...) la situación del cuadro prehistórico experimenta una variación esencial en todos los aspectos.

 

Por eso se puede entender que la generación pasada de investigadores en el terreno ibérico, salvo pocas excepciones, fuera seducida también por la hipótesis orientalista, que menosprecia las facultades intelectuales del Occidente. Todo lo que aparecía de alguna importancia en el espacio vital de los iberos, se creyó influido, hasta lo más mínimo, por las culturas egipcia y griega, si no importado directamente por los fenicios. Es deplorable que se juzgara la actividad cultural del occidente europeo con un juicio tan devastador. (...) Así mismo, es también extravío la subordinación cronológica de la cultura ibérica .... a los sucesos en el Oriente. (...) Con las pruebas de que la antiquísima Iberia y, con ella, el Occidente europeo, gozaban -ya en épocas remotísimas de la Humanidad-, de una cultura espiritual de suma importancia, cambian de orientación infinidad de cuestiones relacionadas con el pasado.

 

Rehuso la forma simplista de resolver ciertos problemas de nuestra Prehistoria, apelando a las comparaciones directas con la etnología, por ejemplo, del negro australiano. La vida y la mentalidad de las razas inferiores que viven aún hoy en estado primitivo o volvieron al primitivismo con restos degenerados de culturas más elevadas, no reflejan nunca el intelecto de las razas superiores. Por esto, me parece más adecuado estudiar al europeo primitivo en examen retrospectivo, sondeando el alma del hombre occidental. Así, encontramos las bases intelectuales y los elementos básicos bien conservados en innumerables mitos, cuentos, fábulas, costumbres antiquísimas y, también, en creencias y sentimientos íntimos del hombre actual.

 

¿Oriente u Occidente? Las opiniones respecto a esta diatriba, oscilan entre el tradicional y dominante orientalismo y los ensayos de conceder también al Occidente el debido y justo aprecio de su colaboración en el desarrollo cultural del mundo antiguo. A favor del Occidente, lucharon en primer lugar Bosch-Gimpera, Much, Penk, Loeher, Krause, Faidherbe, Reinach y Wilke...

 

Lo que sabemos de antiguas fuentes literarias sobre la vida y cultura de los pueblos ibéricos y germanos, pertenece a épocas muy tardías. Las opiniones de los escritores romanos sobre los Bárbaros del Occidente, están influidas en su mayor parte de la misma arrogancia con que hoy hablan de sus vecinos y propios antepasados, las naciones que han conocido un rápido progreso técnico y económico. Los pocos pero muy importantes relatos sobre una alta y antiquísima cultura de origen occidental, no encontraron la debida consideración. Además, es deplorable que en la vieja Europa las pasiones políticas enturbien todavía el claro entendimiento de los sucesos históricos y prehistóricos.

 

Europa, en su desmembración política, ha olvidado que su florecimiento brotó de una comunidad racial y cultural inseparables e indestructibles, a pesar de toda disensión particularista. No obstante tantas mezclas de sangre, migraciones de tribus y acontecimientos bélicos, se conservaba el modo de ser y la espiritualidad europea con caracteres propios que se distinguen, evidentemente, de todos los círculos raciales y culturales asiáticos y africanos.

 

Con gran anterioridad al asombroso desarrollo de la cultura griega y a su subsiguiente despliegue hacia el Occidente, hubo un gran movimiento, perfectamente documentable, del Oeste europeo en dirección al Este. Los portadores de esta evolución fueron las razas mediterránea y nórdica que aún hoy presentan el contingente más valioso y dominante en las zonas del Occidente que ya habitaron desde el Paleolítico.

 

Me atrevo a pretender que el primer impulso de la arquitectura megalítica de Egipto, llegó del Occidente mediterráneo. En los dólmenes y tumbas más antiguas de Egipto se encuentra, entre los restos humanos, la raza mediterránea tan bien representada como en todos los monumentos megalíticos del Mediterráneo occidental. Y en todo el Norte del continente africano surge una cultura neolítica correspondiente a la ibérica. Y desde las Islas Canarias hasta el Nilo aparecen esqueletos y momias con caracteres europeos. Es digno de mencionar, por otra parte, que la más antigua religión egipcia era monoteísta.

 

Mientras la mitología egipcia llegó, a base de concepciones plasmadas en objetos concretos, a un politeísmo ilimitado, fundóse la religiosidad ibérica en una alta cosmosofía y en un monoteísmo absoluto. Y así como en el Oriente las escrituras nacieron influidas por la predilección de representar algo material, la escritura ibérica procede, sin duda alguna, del simbolismo abstracto del Neolítico del Occidente.

 

Indudablemente, el simbolismo egipcio (grabado en las rocas de diorita cercanas a la segunda catarata del Nilo) se presenta en el Occidente europeo con una anterioridad de 5000 años, cuando menos.

 

Aunque la literatura hebrea está muy influida por la semítica y egipcia, el monoteísmo absoluto de la religión israelita es diametralmente contrapuesto a todo el politeísmo oriental. El reino de Jehová se nos presenta como una isla europea en el Oriente antiguo.

 

Los primeros alfabetos del Occidente conservaron todavía el carácter de los símbolos y signos religiosos y astronómicos anteriores. Más tarde, el deseo de embellecer las letras y con el progreso de las artes, especialmente la arquitectura, se intenta armonizar el aspecto de las líneas escritas. Aunque los griegos y los romanos crearon en tal sentido estilos peculiares, dudaron ellos mismos del origen autóctono de sus escrituras. Comparando las letras ibéricas, germánicas, británicas, escandinavas, itálicas, griegas y, finalmente, las cretenses y fenicias, incluyendo también las europeas modernas, no queda otra solución que afirmar su origen común y éste no puede ser otro que el remotísimo simbolismo occidental. En capítulos anteriores hemos estudiado el desarrollo de los ideogramas ibéricos hasta los límites de la época glacial.

 

Conocemos los altos talentos de los pueblos del Occidente por su arte paleolítico, sus grandes facultades espirituales y por sus admirables conocimientos astronómicos, que sobrepujan todo lo que cualquier otro país del mundo pudiera presentar.

 

Teniendo en cuenta, pues, las conclusiones resultantes de nuestro estudio, debemos reconocer que los habitantes del extremo Oeste de Europa y especialmente de la Península Ibérica, ofrecieron -ya en las épocas más remotas de la Humanidad- valores éticos al mundo antiguo de incomparable importancia y máxima trascendencia. Estos valores forman la base de las insuperables ofrendas culturales que la Europa moderna presta al mundo entero. La gran familia de los pueblos europeos debiera recordar el origen común de su elevada cultura y civilización, a cuyo desarrollo cada una de las naciones europeas dedicaba sus mejores esfuerzos.

 

Europa es una comunidad racial que se honra a sí misma distinguiendo con el más profundo respeto y gratitud a nuestros remotos antepasados, fundadores del espíritu e idealismo europeos. Pero a la vez, hemos de reconocer sin reservas que el centro más antiguo y fundamental de la cultura europea es el círculo ibérico, con su religión astral y monoteísta.

 

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