TARTESSOS

 
                                                     

TARTESSOS Y EUROPA

 

  Miguel Romero Esteo

 

 

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8. Del substrato ibero-vasco y los huevos pues gordos y blancos

Y siguiendo del hilo con respecto a las familias y grupos de lenguas que substrato más o menos borroso son en el asunto de los tartesios y en su más amplio marco geográfico, o las ahora tierras de Andalucía, e indagado ya el substrato con respecto a la gran familia de los indoeuropeos en sus varios grupos occidentales y descaradamente o borrosamente oceánicos, hay que pasar a indagar de lo mismo en la más o menos también gran familia de los terminológicamente pre-indoeuropeos. Y en la que entra la lengua vasca, claro está. Y me parece que algo al menos la lengua etrusca. Y por otra parte, y en sus pre-caucásicos tiempos, las ibero-caucásicas lenguas que sobrevivido han, y en sus varios grupos. Y en fin, llevo unos veinticinco años metido en esta exploración personal. Y que pues que a ver qué es lo que saliendo va.


Por de pronto, y con respecto a la lengua vasca —o más bien lenguas vascas, hay siete, hay ahora ocho con el invento de una neovasca lengua o euskera batúa como sabido es— pues que al menos en el ámbito de los kynetes tartesios, las ahora tierras de la Andalucía oriental, prerromanos nombres geográficos vascones pues sobreviven bastantes. Por ejemplo, en tierras malagueñas, los acabados en -ate como Arriate, Alfarnate, Almayate, etcétera. Y por otra parte, un ibero-vasco Iliberri —variante de un meramente vasco Iriberri— es el muy prerromano nombre para la ahora ciudad de Granada, ~ para significar muy tranquilamente ciudad nueva en plan de que algo así como si una Villanueva para los tales tiempos. Y del tal topónimo ibero-vasco hay que entrar en el substrato de la lingüística e hispana familia ibera en los tartesios mediterráneos o kyneto-tartesios. O sea, el asunto de los iberos hispanos o iberos occidentales, en contraposición a los ibero-caucásicos o iberos orientales, y que también euro- occidentales en su fase muy pre-caucásica.


Sabido es que los hispanos iberos ocupaban toda la banda oriental de tierras peninsulares desde Baza y Guadix en las ahora tierras provinciales granadinas, y sus alrededores, hasta los Pirineos —regiones de Murcia, Valencia y Cataluña— e incluso más allá de los Pirineos. Porque no menos ocupaban la transpirenaica banda costera —ahora tierras de Francia— hasta la ibera y luego griega Massalia, ahora Marsella, en la boca del río Iberidano, con nombre que evolucionando luego al de río Ródano. De sus fuentes bibliográficas —los autores tanto griegos como romanos que viajado o residido habían por las peninsulares tierras hispanas— el muy hipercrítico Estrabón, en su libro de hispanas geografías y etnohistorias, recoge el dato de que en los peninsulares iberos eran varias las lenguas. y yo más bien estoy en que no precisamente referido el asunto a una ibera lengua complex dividida en dialectos muy fuertes y varios —como es el caso de la lengua vasca— sino que más bien varias familias de lenguas. O que bastante al estilo de las varias familias de lenguas en los iberocaucásicos o iberos orientales. Y al respecto, venga aquí ya el asunto de que, según también nos informa Estrabón en alguno de sus libros de geografías, los iberos orientales provenían de una remota emigración de iberos occidentales desde el extremo oeste mediterráneo.


Lo cual es una garantía si tenemos en cuenta que, en otro de sus libros de geografías, nos informa que era hijo de una ibero-caucásica. De las lingüísticamente algo georgianas gentes lazas en la orilla-sur del Mar Negro, ahora la costa- norte de la Turquía asiática. No sé si dicho quedó que a Estrabón —educación griega, lengua griega— se lo llevó de la famosísima gran biblioteca de Alejandría a Roma el emperador César Augusto —lo dicho, tiempos del nacimiento de Cristo, sobre poco más o menos— y que de tal biblioteca fue Estrabón durante algún tiempo el muy intelectual director. Y valga con respecto a que, unos cien años después, el historiador Apiano —un abogado romano metido a historiador, e historiador bastante novelesco— recoge, en alguno de sus libros, la cosa de que los peninsulares iberos occidentales provenían de una remota emigración de iberos orientales. O sea la inevitable y mecánica orientalofilia —y occidentalofobia— y que ya viene de muy lejos, con lo de las civilizaciones fluyendo ininterrumpidamente y mediterráneamente desde el Oriente al Occidente. Y todos felices.


O en fin, que serie de iberos topónimos enigmáticos sobreviven desde prerromanos tiempos en las muy previamente kyneto-tartesias tierras de la ahora Andalucía oriental, e incluidas en el lote las tan olivareras tierras de Jaén. Por otro lado, en el acaso extremo final de las kynetas tierras, al arrimo del estrecho de Gibraltar, a caballo entre malagueñas y gaditanas tierras, y por si no queda claro el asunto, los prerromanos topónimos de Ubrique y Jubrique pues remitiendo a un Iberike o Uberike, especialmente teniendo en cuenta que por allí al arrimo una Salama o más bien Karia Salama —lo dicho, el salam era el río en los iberos hispanos— que finalmente una Grazalema. Y hasta incluso por mitad de los montes de Málaga hay un villorrio Iberos, lo cual pues me parece como que demasiado. Y resulta como que demasiado fuerte el que, con los radioastrónomos descifrándonos ya los límites del Universo, situados a miles de millones de años- luz, y a pesar de que muchísimas las inscripciones de hispana lengua ibera, ésta siga indescifrada e indescifrable. Lo mismo que, y sin ir más lejos, la lengua tartesia que con también muchas sus inscripciones. O en fin, la lengua ibera en sus varias familias de lenguas. Ignoro qué topónimos puedan rastrearse del asunto ibero en el ámbito de los tartesios oceánicos, en el ámbito de las ahora tierras de la Andalucía occidental en las que, y de prerromanos tiempos, sobreviven enigmáticos topónimos —e hidrónimos— como Aracena, Córdoba, y fundarla los romanos significa refundarla, el nombre no es romano-latino sino que indígena, y etcétera. Y más si incluida la mitad-sur de Portugal, kuneta o kyneta en gran parte. Y muchísimos si incluidos los que en su libro de las hispanas tierras recoge el gran Plinio.


Con respecto al tal asunto, no sé si parte de los tales enigmáticos topónimos hay que remitirlos a iberos si teniendo en cuenta que de excavaciones arqueológicas —objetos en ajuares funerarios, y cosas así— hay a juicio de arqueólogos una especie de borrosa iberización de todas las ahora tierras de Andalucía y que o tartesias o atartesiadas fueron, y tampoco sé hacia qué remotos o prerromanos tiempos el tal asunto, y me parece que los arqueólogos del tema pues como que tampoco lo tienen muy claro. El asunto resulta interesante con respecto a las tierras de la Andalucía occidental —las ahora provincias de Córdoba, Sevilla, Cádiz y Huelva— porque con respecto a las de la Andalucía oriental, e iberización o no iberización, el asunto está como que bastante obvio. Desde luego, parece como que encajaría muy bien un extenderse a las muy proto-tartesias tierras de la Andalucía occidental —el río Tertis como eje, ahora río Guadalquivir, lo dicho— la civilización de pequeñas ciudades ciclópeas amuralladas denominada arqueológicamente cultura del Argar y originada en el extremo y mediterráneo sureste peninsular, en las ahora andaluzas tierras de Almería. Y hacia tiempos en torno al año 1800 a.C. aproximadamente. Se la tiene como una especie de regresión con respecto a la demasiado tempranamente ciclópea y demasiado tempranamente espléndida cultura millarense que también se originó en tierras de Almería, y nada menos que hacia el año 3400 a.C. y así como quien no quiere la cosa. Le viene el nombre del villorrio de Los Millares, o menos que villorrio. Y de la aldea de El Argar a la otra el nombre, o que ya pues no tan aldea. Y se las denomina cultura porque se las incluye categorialmente en la Prehistoria, en plan de neolíticas gentes sin escritura, o sea, no metidas todavía en la Historia, ni tan siquiera en plan de Protohistoria. Me parece una aberración. O al menos para mí, en el demasiado gran esplendor urbanístico y arquitectónico, y tan temprano, de la cultura millarense pues o implica la escritura o no hay forma de entenderlo y explicárnoslo.

 
Que tanto la una como la otra vayan de pequeñas ciudades ciclópeas amuralladas, o ciudadelas no menos ciclópeas, y en el caso de los millarenses pues algo así como que el primer ciclopeísmo cronológicamente muy demasiado anticipatorio y primero a lo largo de todo el larguísimO Mediterráneo, e incluidos sus alrededores, pues como lo de civilización viene de cuando asoman ya las primeras y pequeñas ciudades, y que ya no neolíticas aldeas, pues habría que aplicárselo tanto a la una como a la otra, en plan de que civilización millarense y que no menos pues civilización argárica y con sus pelos y señales. Y que es lo que normalmente hago yo. O en fin, que no tan regresión los argáricos con respecto a los millarenses que demasiado progresivos y progresistas. Y no tan regresión porque de la mano de ellos asoma el vidrio, y me parece como que el primer vidrio mediterráneo. Iberopeninsularmente, tanto la una como la otra se difundieron ampliamente y con toda tranquilidad. De algún modo, sobre los millarenses es sobre lo que, como substrato, se asienta el esplendor de los proto-tartesios del gran Gerión. Y de sus pre-tartesios incluso, con lo del gran Krisaor y su hermana la gran nave Pegaso, y oceánica la nave. O que al menos legendario esplendor si puestos a templar el asunto. A los argáricos le ha dedicado parte de su vida y un gran libro el arqueólogo inglés Robert Chapman, y libro titulado Emerging compiexily con bastante acierto. O sea, la complejidad emergente. Y en plan de que con la finalmente emergida gran complejidad civilizatorio-antropológica de los tales argáricos anónimos —quedan arqueológicamente al arrimo de estructurarse en organización estatal y bastante territorial, al menos al estilo de las luego ciudades de los antiguos griegos, o sea, que de aldeas nada— pues que algo así como que todo lo que se ha venido perorando de las tales post-neolíticas gentes ibero-peninsulares son especie de simplismo de no mucho recibo. Los simplismos.


En concreto, polémico el libro. y bastante orientalófobo. O demasiado, más bien. Porque, en la introducción, el muy micro-minuciosamente científico Chapman argumenta, y muy punto por punto, y algo así como que exhaustivamente, que la orientalización que de las sucesivas culturas ibero- peninsulares se ha venido haciendo con total impunidad y académicamente, y desde las paleolíticas hasta las ya más o menos protohistóricas, pues no tiene base ninguna. Y que el asunto funcionando ha venido a base a buscarles a los arqueológicos objetos ibero-peninsulares someras analogías con componentes de arqueológicos objetos mediterráneo- orientales, y mayormente mediterráneo-asiáticos. Y con lo cual pues los ibero-peninsulares objetos arqueológicos ya bien orientalizados se nos quedan, y con irrefutable origen tramposo en el asiático oriente mediterráneo. Ni que decir tiene que Chapman es actualmente una especie de bestia negra para los muy orientalófilos y centroeuropeos arqueólozos, tanto si prehistoriadores como si protohistoriadores. Y lo mismo de bestia negra va igualmente el arqueólogo Colin Renfrew, también inglés, o no sé si más bien escocés. Y es que, tras muchas excavaciones arqueológicas por aquí y por allá, y tras llevar bastantes años la dirección del Instituto Arqueológico en la tan prestigiosa universidad de Oxford, originó la gran polémica a mitad de los años setenta al argumentar muy en su libro Before civilization y famoso libro, que en el año 3000 a.C. ya estaban en el ámbito europeo todas las cosas fundamentales de la posterior y europea marcha civilizatoria —la metalurgia del cobre, las refinadas cerámicas, las ciclópeas pequeñas ciudades amuralladas, la escritura, y etcétera— y que, y en contra de lo que académicamente se venía perorando en el bimilenario periodo que va desde el 3000 a.C. al 1000 a.C. pues del oriental ámbito mediterráneo, y tanto si egipcio como si asiático, no llegaron al ámbito europeo más que baratijas nada fundamentales, y chucherías de lujo nada básicas. Con el tal nada orientalófilo libro, hubo en los orientalófilos ambientes centroeuropeos de arqueólogos algo así como que un gran shock. Y metidos en el gran shock siguen, incluidas sus filiales ibero-peninsulares. Los ambientes.


Y anécdota al canto. Para una solemnísima conferencia llegó a Barcelona hace unos años un eminente protohistoriador italiano, que no sé si la máxima eminencia de la mediterránea Protohistoria, o cosa similar. En un diario, y en una entrevista, peroraba solemnemente de las misteriosas civilizaciones mesopotámicas de los ríos Tigris y Eúfrates —las ahora tierras de Irak— y desde donde, y con sus no menos misteriosas lenguas, fluyendo iban las tales civilizaciones hacia Occidente, hacia el Mediterráneo. Y fluyendo más hacia Occidente, llegaban luego y por ejemplo a la isla de Sicilia. En la que, y de la mano de las tales misteriosas lenguas orientales, asomaban luego no menos misteriosos nombres como los de las sicilianas y prerromanas ciudades de Erice y Sagasta. Bueno, esos dos topónimos, más bien no tan misteriosos, remiten a palabras vascas y funcionan de vulgares apellidos corrientes y molientes en estas españolas tierras de garbanzos. O sea, que topónimos más bien muy occidentales, y nada orientales. O en fin, pues que así anda el patio. Y lo que se andará.


Claro que algo cambiados ya van los aires. Organizada desde el Museo Arqueológico de Valencia funcionó hace un par de años una itinerante exposición arqueológica titulada “Los iberos, príncipes de Europa” y que con las más espléndidas esculturas de los iberos hispanos, incluidas algunas del tartesio ámbito peninsular. Lo interesante es que a las tales maravillosas esculturas ya no se las orientalizaba de los mediterráneos-orientales griegos antiguos —que las originaban al establecer sus griegas colonias en las costas hispanas, ahora ya no colonias sino que meros almacenes en puerto indígena— sino que se las afirmaba de pura y dura creatividad ibero- peninsular y autóctona, nada orientalizada ni orientalizante. Aunque, eso sí, con algo de borrosa influencia griega en algunos casos. Algo, un poco y no más. Sobre poco más o menos en la línea de cuando, en la introducción a su famoso libro, argumenta el impertérrito Chapman que desde las maravillosas y paleolíticas pinturas de bisontes en la santanderina cueva de Altamira —y gran obra maestra del arte de la pintura— hasta más o menos los tartesios va en la Península Ibérica, y a lo largo de muchos los milenios, una ininterrumpida línea de creatividad autóctona que nada le debe al Oriente mediterráneo ni de lejos ni de cerca. Y más o menos en el mismo sentido, el que de un reciente Simposium arqueológico en Jaén haya resultado que la histórica relación de las gentes del Mediterráneo oriental —cananeos fenicios, griegos— con las gentes de la Península Ibérica fue más bien meramente costera y efímera, y bastante superficial. O sea, y traduciéndolo a prosa llana, que más bien un asunto de más o menos fantasmales fenicios, y más o menos fantasmales griegos. O que un asunto pues bastante fantasma, a la menor oportunidad. Lo dicho, la ciencia se hace rectificando errores, no manteniendo incólumes caducas antiguallas. Claro que las incuestionables eminencias máximas en estos protohistóricos asuntos pues parece como que, y muy tranquilamente dejan mucho que desear.


Antes de terminar este capítulo acaso habría que recoger que el asomar la iberoide y ciclópea civilización de los hispanos argáricos hacia el año 1800 a.C. con o sin unos cuantos siglos de gestación —que es lo que los arqueólogos suelen concederle a la previa fase más o menos embrionaria o rampante— pues sobre poco más o menos coincide —se le adelanta un siglo— con el llegar a su máximo esplendor y en la mediterráneo-oriental gran isla de Creta la civilización de los enigmáticos minoicos fundada por allí por la diosa Europa, al menos legendariamente. Acaso también habría que largarle hilo a que en las argáricas sepulturas hispanas, y con los ajuares funerarios, asoman bastantes cáscaras de huevos de avestruz. Que se los ponían al difunto gordos y blancos para que le sirvieran de almuerzo y viático en el oscuro camino de su alma hacia la otra y ya obscurísima vida. Como hasta tiempos romanos hubo bandadas de avestruces correteando por las llanuras del sur de Marruecos, pues o era que los argáricos comerciaban —por el estrecho de Gibraltar— con las ahora tierras de Marruecos y les llegaban de cuando en cuando y en plan de mercaderías de lujo los gordos y frágiles huevos de avestruz, o de las avestruzas más bien, o era que estaban estatal- mente muy bien organizados y hasta imperializaban un poco, y habían ocupado o avasallado algo imperialmente el entorno norteafricano del estrecho de Gibraltar. O que estando como estaban tan bien organizados —y el temerario Chapman al respecto— se habían traído de al otro lado del Estrecho los avestruces, y se los criaban en granjas algo industrialmente, por lo de las blandas plumas para rellenar las almohadas, y por las carnes del avestruz tan pingües. Y tan buenas para calentar las ingles, y no sólo el estómago. O el tenebroso asunto de que, con granjas para cría y engorde de avestruces en Egipto unos cuantos siglos después, muy bien pudiera ser que ya antes también las hubiera en el mediterráneo sureste de los argáricos hispanos. Que si se les adelantaron a los egipcios en lo del vidrio, pues muy bien pudieran también habérseles adelantado en lo de granjas de avestruces, y en las que tranquilamente criarlos en corrales. Que con lo de traer del África los frágiles huevos tan gordos y tan blancos, y a lo largo de cientos de kilómetros nada mancos, pues parece como que se les cascaría la cáscara por el camino. Y que no llegaría ninguno ni gordo ni divino.


Y algo antes de lo de las granjas de avestruces en Egipto, o algo después, llega lo de la gallina doméstica a las portuarias ciudades fenicio-cananeas, y sigue sin saberse de dónde llega. Y algo más después les llega la plata, y tampoco se sabe todavía de dónde les viene. Y al respecto, pues no sé si pudiera aclararnos el que unos cuantos siglos después, en el siglo VII a.C. al menos, el emblemático país de la plata, y de la abundancia de la plata, es el ibero-peninsular sur tartesio. Lo cual ya es algo, o puede que demasiado.

 

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