TARTESSOS

 
                                                     

TARTESSOS Y EUROPA

 

  Miguel Romero Esteo

 

 

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4. De qué iba el nombre de tartesios y entrando luego en etnogénesis

 

No estará mal, antes de seguir adelante, el aclararnos un poco qué es lo que nos llega bajo el nombre de tartessios. Por de pronto, es o parece ser no estrictamente un nombre étnico sino que un calificativo geográfico bastante general, y en función de nombre étnico o cosa parecida. Y el tal calificativo tan bastante general si teniendo en cuenta que, finalmente, y en su versión de un turdetanos pues termina englobando a todas las gentes de las ahora tierras de Andalucía. El tal calificativo se deriva del geográfico nombre más o menos Tarsisi que en versión abreviada un Tarsis, e incluido el bíblico Tarshesh y que en versión griega un Tartessos. Que algo al arrimo del terminal territorio de los muy estrictamente tartesios —la atlántica costa hispana en la que Gades y Keret, ahora Cádiz y Jerez— sobreviviera hasta a mitad del siglo XIX el nombre de Tarse para designar un muy mineralógico sector de la sierra de Huelva  —y de lo que resultó el nombre de Tharsis para un decimonónico poblado minero— pues muy bien pudiera indicar que, en sus orígenes, el topónimo Tarsisi o Tarsis algo tuvo que ver con el tal asunto de orígenes. Y pues que no hubo nunca exactamente una nación tartesia étnicamente homogénea o en plan de culturalmente homogénea, o al menos lingüísticamente homogénea. Y que pues ni cosa parecida.  

 

                    Por de pronto, y con respecto a los remotísimos y proto-tartesios tiempos del gigante rey Gerión, el galo-romano historiador Trogo Pompeyo (más bien un ibero-romano que nacido y Criado en la étnicamente ibera costa transpirenaica, lo que implica que muy bien pudo manejarse de viajero por la ibérica península) nos detalla, en el compendio que de su universal historia nos ha llegado, pues que una cosa fueron los hispano-atlánticos tartesios del gigante rey Gerión en el Suroeste oceánico  y otra cosa en el mediterráneo Sur ibero-peninsular los tartesios kynetes, con sus famosos o famosísimos reyes, el gran Gárgoris, y su hijo el borrosamente demasiado imperial Abis o Habidis, con nombre en el que parece trasparentarse un muy obvio Habis-dios. O en otras palabras, y para los tales remotísimos tiempos de hacia el año 2500 a.C. a lo que parece, pues dos ramas de gentes tartesias: los kynetas o mediterráneos tartesios sureños y los aparentemente nada kynetes o atlántico-oceánicos y sureños geriónidas. Pero el asunto se complica un poco porque, al arrimo de éstos en la ahora mitad-sur de Portugal asomarán finalmente unos kunetes -latinamente cunetes- y en plan de unos insospechados kynetes y kunetes, que remiten a kaunios o konios. Y que etimológicamente el tal nombre étnico algo tenga que ver con el kauen lidio para significar sacerdotes. O  que acaso largándoles hilo a los muy teocráticos megalítico dolménicos de la mitad sur de Portugal.

 

No menos estoy en que el -etes de kunetes y kynetes muy  bien pudiera tener espesa relación con el étnico eteos que, en el nombre de los eteokretos como terminales o residuales de los lejano minoicos de la diosa Europa en la ya demasiado griega gran isla de Creta, asoma en los tiempos de la gran Grecia Clásica sobre poco más o menos Y misteriosa lengua la de los eteo-kretos en las inscripciones que en arcaico alfabeto griego nos ha dejado. También estoy en que los kaunios o konios, metidos etimológicamente en lo de kynetes y kunetos, no menos metidos están en el nombre de los kyndonios y en el nombre de la portuaria y cretense Kyndonia, nombre con suaves variantes fonéticas en un Sindonia o Sidonia. Y la famosa y finalmente fenicio-cananea Sidón metida en el asunto. Y nombre del que se deriva el de Candía —tan homófono con respecto al de la hispana y pre-romana Gandía valenciana— y que es la portuaria ciudad que ha venido siendo la capital de la isla de Creta a lo largo de muchísimos años. Al membrillo los antiguos griegos le llamaban la fruta kyndonia que en manos de la Afrodita kyndonia más bien vestida, y no desnuda, era la fruta del amor. Y algo así como que la fruta oceánica si teniendo en cuenta que, de la mano de los oceánicos e hispanos kynetes o kunetes, lo de kaunios o konios pues como que largándole etimológico hilo al nombre okeanos del atlántico océano. Y en fin, que el misterioso nombre de la portuaria Knossos en la que, a mitad de la costa norte de la isla de Creta, excavado arqueológicamente el gran esplendor de los minoicos de la diosa Europa en sus refinados palacios —pinturas murales de flores y aves pues incluidas, claro está— pues algo parece que tiene que ver con el puerto de los konios o cosa parecida. Y valga de substrato konio en el hispano ámbito muy demasiado tartesio —Cádiz, Jerez, etcétera— el que por allí sobreviven de residuales topónimos muy pre-romanos un Konil —o Conil en ortografía latina— y al arrimo de una Sidonia. O sea, una hispana kyndonia. Total, que como final de panorama está el que los kaunios o konios terminales, en tiempos de la gran Grecia clásica, unos cuantos siglos antes del nacimiento de Cristo, habitaban el ahora turco-asiático suroeste anatolio al arrimo de la isla de Rodas. Y su dios era el gran Kaunas, con su hermana, la parece que muy letrada diosa Biblis, muy metida en trágicos amores con su gran dios y hermano. Los antiguos griegos les llamaban amores kaunos a los muy tórridos amores fraternales. Y hasta aquí el hilo de los kynetes o kunetes, y largo el hilo.

 

En lo que estábamos, y era en que no fue exactamente un nombre étnico el nombre de tartesios sino que un calificativo geográfico: a los habitantes de un territorio nominalmente Tarsisi o tartesio pues se los calificaba de tartesios. Y el nombre englobaba etnias varias y lenguas varias. En la base del asunto, el que el muy rico y próspero —agrícolamente— ámbito del estrecho de Gibraltar funcionaba de especie de  cuello de botella —tanto en su región norteafricana como en su sureña región hispana— en el que sucesivas etnias invasoras iban sobre-imponiéndose las unas a las otras. Y generando mucha heterogenia lingüística y cultural —y mucho mestizaje— y no precisamente mucha homogenia. Valga el dato de que en el más estricto y terminal territorio tartesio —Cádiz, Jerez— se destaca una ciudad celta, Hastapa. Y el gran Plinio al respecto, si es que no recuerdo mal. O al menos para mí está claro que el bibliográfico dato de Estrabón —cuya madre fue una clara ibero-caucásica, dicho sea de paso— con respecto a que los tartesios tenían una sola lengua, y en contraposición a que los iberos hispanos tenían varias, pues hay que entenderlo probablemente con respecto a los muy estrictamente terminales tartesios en la oceánica costera zona de Cádiz y Jerez.

           

Pero sabiendo que como gran parte de las ahora tierras andaluzas quedaban originariamente englobadas en tartesias —unas kynetas y mediterráneas, y otras geriónidas y oceánicas— y no menos terminalmente englobadas de tartesias en cuanto que turdetanas, pues queda claro que culturas varias y lenguas varias pulular debieron por el tan demasiado amplio ámbito geográfico. De hecho, la imposibilidad de traducir a lengua comprensible la misteriosa lengua tartesia en sus enigmáticas inscripciones demasiadas, y pese a que el alfabeto tartesio viene a funcionar como si una variante del alfabeto latino en  el que aquí ahora escribiendo estoy, pues acaso provenga de que en las tales inscripciones hay lenguas varias, y no precisamente una lengua homogénea. Hace algunos años, un filólogo portugués —no recuerdo el nombre, leí el asunto en páginas culturales de un diario malagueño— intuyó el tal asunto, y alguna de las tartesias inscripciones le funcionaba muy bien en una especie de muy arcaica lengua latina, o más bien muy proto-latina, y alguna otra pues le funcionaba muy bien en base una especie de embrionaria lengua hebrea. Y así el panorama.

 

            Que muy bien se pudiera completar, o complementar, con el no menos panorama de que a lo más que se pudiera llegar, con respecto a la heterogenia étnico-lingüística del amplio marco tartesio, las ahora tierras de Andalucía, y rastreándoles arcaicos topónimos pre-romanos —e hidrónimos— y que hay muchos, pues sería a detectar en el ámbito de Andalucía occidental mucha intrusión de la lingüística familia indoeuropea, o llamémosla más o menos celtíbera, y en el ámbito de la Andalucía oriental pues mucho de la muy variopinta familia lingüística pre-indoeropea. En la que probablemente varias familias de lengua ibera, y no varias lengua iberas, y que es lo que bibliográficamente recoge Estrabón. Incluida la familia de las lenguas vascas, evidentemente. Y sin excluir tampoco a la itálica lengua etrusca. Que el pre­romano nombre de la ahora granadina y costera Almuñécar fue Sexi, que en lengua etrusca significa hija. Y bien sabemos que lo de hijo e hija, y hermano o hermana, era en las tales y no remotas épocas terminología política para significar asentamiento colonial, o territorio vasallo. Y lo de padre o madre, dentro de la tal metafórica jerga, pues para significar etnias que conquistando o avasallando territorios los etiquetaban de hijas o hijos. Y así el genealógico asunto que bajo nombres emblemáticos —a veces enmascarados topónimos, otras veces no menos enmascarados etnónimos— asoma en las genéticas series mitológicas de dioses-hijos y dioses-padres, y no menos en las bíblicas genealogías de los borrosísimos santos patriarcas remotísimos y prácticamente enigmáticos.

 

Pero a lo que voy, al borroso mapa etno-lingüístico que subyacer pudiera en todo este asunto de los tartesios a lo ancho y largo de las ahora tierras andaluzas. Por de pronto, del lado de la familia lingüística indoeuropea —una muy macro­familia muy ramificada, o lenguas galo-celtas, germánicas, latinas, eslavas, y etcétera, un largo etcétera— el grupo nórdico-atlántico de las lenguas germánicas en su fase ibero-peninsular y pre-nórdica, o cosa parecida. Que al fin y al cabo, en los proto-germánicos nórdicos —o no sé si proto­escandinavos más bien— el paraíso perdido o Valhalla lo tenían en el sur. Y resulta muy lógico que en el sur euro-atlántico. Y que más o menos la sureña y euro-atlántica Península Ibérica. Especialmente si teniendo en cuenta que, y de pre-romanos tiempos kyneto-tartesios a lo que parece, aquí en el hispano-mediterráneo ámbito malagueño sobreviviendo viene el nombre de río Falhala en un paradisíaco valle de muchos los árboles frutales, incluso demasiados. O valga, y al respecto, que en la germánica fonética lo del perdido y nunca olvidado Valhalla suena exactamente Falhala. O menos da una piedra, claro está. O en fin, que el gran Plinio —años después del nacimiento de Cristo— nos largó el dato de que las centrales llanuras manchegas ibero-peninsulares los muy metalurgos oretanos no eran precisamente celtíberos sino que germánicos. Y protohistoriadores españoles dan por muy sensato el asunto —la garantía está en que el gran Plinio, tras residir en la Germania del río Rhin y escribir luego libros de temas germánicos, pasó a residir en la ibérica península, o sea, que de germánicos sabía lo suyo y lo sitúan en que con las primeras invasiones de celtas en la ibérica península llegan hordas germánicas, y siglo V a.C. o así. Otros las tales primeras invasiones las dan de proto-celtas, y siglo XIII a.C. y que tiempos de la famosísima y legendaria guerra de Troya —cantada genialmente por Homero en su Ilíada no menos famosa — en el ámbito proto-griego del Mediterráneo oriental, en el estrecho de los Dardanelos, estrecho de entrada al Mar Negro, y con la desembocadura de un gran río Ibero por allí al lado, río al que los griegos —y no sé si desde los tales troyanos tiempos remotos— vienen llamando río Ebro, y muy tranquilamente, y así gira el mundo. Y yo estoy en que los tales germánicos-oretanos no llegaron sino que ya estaban ibero-peninsularmente de proto-germánicos, o no sé si más bien proto-escandinavos, en los demasiado protohistóricos tiempos del tartesio rey Gerión, monstruo y gigante. Y que muy metidos en los geriónidas asuntos. Fácil, no hay más que tirar del hilo filológico, y caiga quien caiga. O del hilo eti­mológico más bien.

 

No hay por qué extrañarse que, tirando del hilo, y con un más o menos horizonte filológico amplio en asuntos pro­tohistóricos, se pueda fácilmente llegar a los geriónidas tiempos, hacia el año 2500 a. C. como ya dicho quedó. No habría que olvidar que para los filólogos indoeuropeístas especialistas en arqueología hidronímica, el detectar antiquísimos nombres de ríos, algunos de los tales nombres sobreviven tranquilamente unos cuantos miles de años, por más que alterados fonéticamente, claro está. Y así pues perdurado han al menos dos mil quinientos años los nombres de los hispanos ríos Duero y Tajo, que Durio y Tago en los pre-romanos tiempos ibero-peninsulares más o menos tartesios. Pero esto no menos el caso del río Malaka —del que se origina el nombre de la ciudad de Málaga, y que finalmente río Guadalhorce— y que es demasiado, acaso el más antiquísimo nombre —que sobrevive en el de Málaga— dentro del amplio espacio geográfico europeo. Los filólogos indoeuropeístas especializados lo remiten al menos hacia tiempos previos al año 3000 a.C. al vincularlo a las proto-indoeuropeas gentes remotísimas, demasiado remotas, y algo pre-protoindoeuropeas más bien. O sea, que el Malaka —finalmente Málaga— nos llega desde mucho antes de hace unos cinco mil años, y ya son años. Y así el asunto. Con lo cual pues el rastrear etimologías que nos retrotraigan hacia los geriónidas tiempos de en tomo al año 2500 a.C. pues no es como que demasiado sino que resulta pues como que bastante normal.

 

O en suma, tomando al civilizatorio e hispano fenómeno tartesio a lo largo de unos dos mil años, desde los borrosamente genónidas tiempos del gran Gerión en torno al año 2500 a.C. hasta el no menos borroso final de los tartesios —parece como que a manos de los cartaginenses— en tomo al año 500 a.C. aproximadamente, pues diferentes etnias fueron sucesivamente turnándose como grupo hegemónico central en el asunto Tartessos y sus tartesios, y no sólo la etnia de los kynetes o cunetes.

 

Detectar una por una las tales sucesivas etnias hegemónicas pues resultaría imposible, e insensato. Pero sí al menos sensato el tratar de detectar las sucesivas grandes familias lingüísticas —siempre más o menos etnolingüísticas— que pudieran haber ido turnándose en sucesivamente ocupar la hegemonía a lo largo de los larguísimos y tartesios asuntos bimilenarios. Y que no fueron sólo los nórdico-atlánticos lingüísticamente, sino que hubo otros, y hasta no sé si incluso demasiados. Y a propósito de los nórdico-atlánticos, en su fase pre-nórdica evidentemente, no sólo asoman borrosamente en los geriónidas y remotísimos tiempos sino que, y no menos, en tiempos no tan remotos. Por ejemplo, lo del terminal rey tartesio Argantonio acaso tenga mucho que ver con los tales pre-nórdicos asuntos germánicos. Con o sin tener en cuenta que, y según recogió Estrabón, los proto-manchegos germánicos oretanos en algún borroso tiempo se extendieron hacia el sur —provincias de Córdoba, Jaén, costas de Málaga— y hasta incluso llegaron a ocupar el ámbito del estrecho de Gibraltar. Una oculta y germánica extensión.

 

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