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SEFARAD O LA MORADA DE LOS HIJOS DE LOS DIOSES

 

 

RIBERO MENESES    PRINCIPAL

          Jorge Mª Ribero-Meneses


 

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Capítulo XI. El mar Atlántico... o "Rojo"


A raíz del desplazamiento de la hegemonía política y cultural del norte al sur de España, el Estrecho de Gibraltar comienza a desempeñar un papel de primera magnitud en el seno del nuevo "mundo" que va a gestarse en seguida en torno a Andalucía y las ciudades ribereñas del norte de África. Pronto, y al igual que más tarde sucedería tras la eclosión del "mundo" ya histórico del Mediterráneo oriental, la remotísima civilización del norte de España se sume en el más absoluto de los olvidos, y los andaluces de antaño, como los egipcios, los griegos o los fenicios habrían de hacer más tarde, se atribuyen la paternidad sobre todo ese enorme legado cultural que habían recibido de sus "compatriotas" del norte de la Península Ibérica.

Resulta inevitable.

Nadie quiere ser menos que nadie y, sobre todo, nadie se resigna a aceptar el papel, siempre deslucido y gris, de mero y simple segundón. Son éstas, esencias muy propias de la naturaleza humana, y resultaría absurdo llamarse a escándalo por ellas. Es muy difícil encontrar a un pueblo que pudiendo apropiarse de algo valioso -y no digamos ya si ese algo es la primogenitura sobre todos los pueblos del planeta-, renuncie a hacer lo. Tales demostraciones de desinterés son propias solamente de aquellos pueblos que, precisamente por tener este talante, no han pasado a la
Historia...

 

Pues bien, exactamente lo mismo que ha sucedido con las naciones, ha venido a suceder con los mares que bañaban a esas naciones, mares que invariablemente han venido usurpando la identidad de aquellos que les han precedido en la secuencia de la Historia.
 

Tal es lo que ha sucedido con el Océano Atlántico, absolutamente relegado por el Mediterráneo y por los mares lacustres de su entorno y reducido al nada brillante papel de simple morada de todos los monstruos y demonios imaginables. Una curiosa lectura histórica, que desde luego no tiene virtualidad alguna y que demuestra, una vez más, hasta qué punto pueden llegar, tanto la credulidad humana, como, en el extremo opuesto, su capacidad para embaucar.


Pero dejemos por un momento al "decano" de los Océanos y hagamos una incursión en la mitología fenicia:
"Mot, semejante a un huevo, engendró a todas las generaciones", leemos en el "Sanchoniazón" fenicio, registro de los primeros tiempos del mundo; cuyo título revela una nada disimulada filiación ibérica. "Mot" no es otra que la propia Venus Afrodita, recordada en la toponimia castellana en lugares como "La Mota del Marqués" o el célebre castillo de "La Mota", en Medina del Campo.

Pero conozcamos las consecuencias que habían de derivarse de esa solitaria generación de Venus "Mota":

 

"Entre los seres nacidos de Mot, los ha habido desprovistos de inteligencia que engendraron a otros seres llenos de saber, llamados Zophasemin (raza de Occidente), y hechos a semejanza de Chemán; luego, empezaron a moverse los hombres, varones y hembras".
 

Difícilmente se podría expresar de una manera más clara, cuál es la filiación del hombre racional u "homo sapiens" del que descendemos, así como la existencia de un hombre previo, menos inteligente, pero cuya racionalidad se encuentra también fuera de toda duda. ¿Cómo, si sus antepasados no hubieran estado dotados de razón, habrían llegado a saber los "Zophasemin" de quienes eran descendientes?

Alguna conciencia debían tener los propios fenicios de su filiación occidental -como descendientes, en definitiva, de los "Zophasemin" - cuando Estrabón, siguiendo a autores más antiguos, señala que tanto los fenicios como los sidonios eran descendientes de un pueblo que vivía a orillas del Océano. Léase del Atlántico. Que ese país no era otro que España, se deduce sin dificultad cuando el propio Estrabón añade que el nombre de este pueblo, supuestamente asiático, se ha derivado de "foiniké", rojo, la misma denominación del mar Eritreo o "rojo" a cuyas orillas se configurase el pueblo fenicio.


Eritrea o Eritea fue una de las primitivas denominaciones de la Península Ibérica, de España. Posteriormente, y al igual que sucediera con "Hispalis", referida específicamente a Sevilla, "Eritrea" se convirtió en uno de los nombres de Cádiz, resultándose de ello que no fueron los fenicios los fundadores de Cádiz, como absurdamente se viene pretendiendo, sino los pobladores de Cádiz los que se señalan como antepasados directísimos de los fenicios. Y de ahí que éstos reprodujeran en su nuevo asentamiento del Mediterráneo oriental, el mismo templo de Hércules que los gaditanos habían erigido en el ámbito del Estrecho.


¿Cuál fue el verdadero y primitivo mar Eritreo o Rojo, cuna del pueblo fenicio así como del caldeo, asirio, griego, persa o medo?


El genuino mar Rojo no podía ser otro que el mar Occidental, cuya situación en el Poniente justifica el enrojecimiento de sus aguas en el momento del crepúsculo. Que esto es así, no sólo lo confirma el sentido común, sino también el testimonio de autores clásicos como Herodoto que se refieren al Océano o mar Atlántico con los nombres de Atlántico o Eritreo. Léase "Rojo". Enrojecido por el Sol y, también, por la sangre de Urano, del propio Sol, supuestamente caída sobre el Océano. Sobre el Atlántico.

Y el caso es que al mar Rojo se le denominó Rubrum, término cuya forma originaria no es otra que Ruberum o, si se prefiere, Ru (río) Berum o Yberum. O, lo que es lo mismo, río Ebro. Río Ibero.

¿Ha sido Rojo otra de las denominaciones de un río como el Ebro que discurre, no se olvide, por tierras de la Rioja?

Así es, en efecto, y de ahí el nombre de la comarca de Rojo, regada por el Ebro y en la que nos encontramos con la "Sierra del Rojo" y con pueblos como el de San Martín del Rojo que posee, por cierto, una bellísima iglesia románica.

Todo ello por tierras de la Tesla, el primitivo monte Armenia... No lejos de un pueblo de antiquísimo y nobilísimo origen: Rosío.

Mas no es esto todo, porque a pocos kilómetros de la comarca de Rojo, aguas abajo del río Ebro o Rojo, vamos a encontramos con su vecina comarca de Urna, que debe su nombre al vasco "Gurre" (rojo, purpúreo), del que se ha derivado "Urre", con los mismos significados.

Algunos kilómetros más al sur de estas bellas, singulares -y castigadas- tierras burgalesas ribereñas del Ebro y casualmente en el Occidente de la Sierra de la Demanda, se encuentra una nueva tierra Roja, frontera a la Rioja y primitivamente sumergida bajo las aguas. Nos referimos a la comarca de Juarros, relacionada también con el euskera "Gurre" o "Urre", como demuestra la presencia en ella del pueblo de Urrez. Léase "Rojo".


Es importante destacar que de esta forma "urre" (rojo) se ha derivado el primitivo nombre de Asiria: Ur o Urre. Assur aparece en un pueblo de Juarros, junto a Urrez: Villasur. El mismo Asur que se repite en la toponimia de Liébana.

 

No estamos muy distantes de las tierras de Soria y tómese buena nota de que Asyria, Asur, Syria, Suria y Soria son nombres geográficos idénticos en estadios de evolución diversos.


Es el propio Herodoto quien, junto con Beroso, relaciona la cuna de babilonios, asirios, medos, persas o coleas (moradores de esa Cólquida mítica que tantas sorpresas habrá de deparamos) con el mar Eritreo o Atlántido... que diera nombre a la isla Atlántida, Eritrea o Roja, matriz no solamente de esos pueblos sino de todos los seres humanos.


Lo que no nos indican los autores antiguos, aunque sí las leyes rigurosas y matemáticas de la filología, es que esa Eritea o Eritrea en la que tuvieran su cuna tanto los fenicios como los demás pueblos del Mediterráneo oriental, se denominó originariamente Beritea o Bericia, lo que explica el que fuera "Berite", hoy "Beyrut" (capital del Líbano), una de las principales capitales fenicias (3).

 

Por si pudiera cabemos alguna duda respecto a la identificación de la isla Eritia (Atlántida o Roja) con la Península Ibérica..., o, para ser más exactos, con determinada comarca, otrora insular, de la Península Ibérica, el propio Merodoto nos aclara que el rey Gerión reinaba en Eritia. Lo que nos devuelve a este mítico monarca hispano que tan destacado papel desempeña en toda nuestra mitología y tras cuya personalidad no se oculta otra cosa que la identidad del dios Iberión o Ierión "Sol".

Dice más Herodoto, localizando la isla Eritia en Eskitia, denominación genérica del norte de España que tan clara huella ha dejado en Eskadi (que no "Euskadi") y en "Eska" (y no "Huesca" ni "Osca"). En este mismo norte de España nos encontraremos con el pueblo y el apellido vasco "Erice", así como con el cántabro río "Erecia", tan afines ambos al nombre de Eritia. Isla Eritia que no es otra que la propia isla Aretia de la que eran originarias las Amazonas; o la "nebulosa" Aria de la que descendían los egipcios... y los germanos.

Pocos autores recuerdan, por otra parte, que a determinados pueblos escitas se les conoció con el nombre de "Espalos". Léase "Hispalos"... o "Hispanos".

Todo esto es importante, porque el nombre de Escitia aparece indefectiblemente relacionado con la primera morada de los seres humanos y con pueblos tales como los griegos, los arameos o los egipcios, pobladores todos ellos del mundo primigenio. O con los fenicios o "penos", así llamados por su parentesco con los "panos" o "hispanos".

"Fenicio" significa rojo, en opinión de Estrabón. Y es cierto. Como cierto es que "Fenicia" se ha derivado de "Phenicia" o "Penicia", siendo Benecia ("Diosa Bene"), su nombre originario. De ahí la Vénecia italiana, de obvia filiación fenicia. O la leonesa "La Bañeza".

El caso es que el primitivo nombre, documentado, de La Bañeza, fue precisamente Vénecia o Benecia. La ibérica y omnipresente diosa Bene ("buena", "bendita", "venerable", "venturosa"...), universalizada por los romanos con el nombre de "Venus".

Ya vemos a qué queda reducida la supuesta orientalidad del pueblo fenicio, universalmente ponderado por su condición de "creador" de la escritura que nos es común a todos los pueblos de Occidente...

Así se ha escrito la Historia. Una Historia que casi nadie tiene interés en remover, por temor, en realidad, a que se nos venga toda encima. Tal es la solidez y consistencia de sus cimientos.

 

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