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SEFARAD O LA MORADA DE LOS HIJOS DE LOS DIOSES

 

RIBERO MENESES    PRINCIPAL

     Jorge Mª Ribero-Meneses


 

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Capítulo IX. Sefarad y las raíces del saber

Son varios los autores que aluden al hecho de que Felipe II, en el momento de decidir la construcción del monasterio de El Escorial, hubiera dado instrucciones para que el diseño de este monumento colosal fuera concebido a imagen y semejanza del templo de Jerusalén, edificado durante el reinado de Salomón. Es éste un dato al que no parece concederse toda la importancia que merece. ¿Acaso quiso Felipe II hacer de la capital de España y del Imperio, una segunda Jerusalén? ¿Trataba de devolverle este monarca a nuestro país, algo que le constaba nos había sido usurpado en tiempos remotos? ¿Tuvo que ver esa usurpación con esa guerra que parecen haber dirimido los españoles contra Jerusalén en tiempos de Nabucodonosor?

Es Salomón Ben Berga, un sefardí ilustre, quien ha dejado testimonio de una remota expedición efectuada por los monarcas españoles "Hispano" y "Pyrro" contra la capital judía, expedición cuyo objetivo debió tener muchísimo que ver con el que en tiempos mucho más lejanos todavía, indujo al rey Terón de Cataluña a declarar la guerra a los andaluces y a fletar una importante armada para tratar de destruir el templo que las gentes de la Bética habían erigido en torno al estrecho y en el que se veneraba la supuesta sepultura de Hércules. Recuérdese que también en Barcelona existían un templo y una tumba de Hércules que hacían de esta bellísima ciudad mediterránea uno de los principales focos de peregrinaciones de la antigüedad. "Foco" cuya irradiación acabó tornándose mortecina, por culpa de la "desleal" competencia hecha por los andaluces, en tiempos en que las tierras del sur de España ostentaban la hegemonía absoluta en el ámbito de la Península Ibérica, convirtiéndose por ende en el principal foco de "atracción turística", en detrimento de las regiones situadas allende el Guadarrama (por otro nombre Monte Sarrat, gemelo en su denominación de la montaña sagrada de los catalanes, Montserrat).

La expedición del rey Terón contra Tartesos, se saldaría con un estrepitoso fracaso. Un curioso y remoto precedente de la "Invencible".
 

La clave de la modernidad de la Jerusalén de Palestina, está en su nombre. La crucial "Salén" o "Solima" tiene una larguísima historia tras de sí, historia que algún día llenará de estupor a los salmantinos o salamantinos. Recuérdese que es solimetano el nombre con el que se conoce a los habitantes de Jerusalén. Un gentilicio, por cierto, curiosamente afín al de los olimetanos, nombre con el que se conociera antaño a los pobladores de esa Olmedo castellana universalizada por Lope de Vega en '''El Caballero de Olmedo".

 

"Salamanca", "Salomón", "Salén" y "Solima" son el mismo nombre conservado en estadios distintos. Estadios cuyas fases previas debemos callamos por ahora.

De lo que no puede dudarse, en cualquier caso, es de que también a Salamanca, ciudad universitaria por antonomasia, su nombre le ha impreso carácter. Algo parecido a lo que ha sucedido con la británica Oxford, cuyo primitivo nombre -"Oxonia"- hace referencia a otro de los epítetos de la diosa Palas, divinidad de las ciencias y de la guerra a la que también se conociera como "Azina", "Oxina" u "Oxona". Otra vez la "ambivalente" Palas Atenea otorgando su talante a una ciudad universitaria. Algo parecido a lo que iba a suceder con "Cantabrigia" (Cambridge) y "Canterbury" o "Canterberia", dos poblaciones que proclaman a voces su ascendencia cantábrica, ibérica, vinculadas en este caso a otro nombre harto más remoto de la propia Cibeles...

Y puesto que hablamos de ciudades de cultura, de antiguos centros de estudio, bueno será recordar aquí cómo las tradiciones hebreas localizan en la población de "Kariat Sefer", el emplazamiento de los más antiguos "Estudios Generales" o "Universidad" del planeta, allá por los tiempos remotísimos que precedieron al desencadenamiento del Diluvio Universal. Luego, pretenden estas tradiciones, el ser humano estableció lugares de estudio ya desde sus más remotos orígenes, en el ámbito del Paraíso Terrenal. Son datos a tener en cuenta, sobre todo cuando la primera de esas "escuelas" (un término mucho más importante de lo que imaginamos) estuvo situada en Kariat Sefer. Léase "Sefar". O "Sefarad", puesto que son el mismo nombre.
 

Por lo que respecta a "Kariat", bueno será recordar que los "Kariates" fueron unos antiguos pueblos de España, documentados por Plinio y cuyo solar no se encontraba muy distante del de los Pelendones... o Palantianos. De estos Kariates o Carietes fueron descendientes los "Caristios" que Ptolomeo documenta poblando una parte de Euskadi, así como los "Caritas" o "Corizos" que colonizasen los Picos de Europa y su entorno inmediato. Más lejos aún y emparentados con todos estos pueblos, se encuentran los "Ceretes" o "Cerretanos" que poblaron buena parte de los valles del Pirineo catalanoaragonés.

 

Al sur del Sistema Central o "Monte Sarrat", volveremos a encontrarnos a estos mismos pueblos, citados en las Tablas de Ptolomeo con el nombre de "Cretanos" o "Ceretanos". Gentilicio en el que aparece ya, nítido, el parentesco de estas importantes familias "carietas" con los pobladores de la isla de Creta, con aquellos "Cretenses" que, fieles a las tradiciones de sus ancestros ibéricos, acabarían localizando en aquella isla mediterránea el lugar del nacimiento e incluso de la muerte de Zeus, atribuyendo una filiación cretense a los "curetes" o "coribantes" que supuestamente cuidaron del divino infante durante su permanencia en el monte Dicte de Creta o "Cereta".
 

Como algunos autores grecolatinos testimonian, los "curetes" fueron pueblos de la Península Ibérica que en su desplazamiento hacia el sur de España, acabaron poblando una parte de Andalucía. Antepasados de ellos fueron, sin embargo -y las leyes de la filología no admiten duda al respecto-, tanto los "ceretes" catalanes, como los "caritas" asturianos, los "caristios" vascos o los "carietas" de los valles altos del Ebro, antepasados también de los "cerratos" castellanos.

El lector sabrá disculpar mi insistencia en cuanto se refiere al origen y distribución de todos estos pueblos de estirpe "curete", verdaderamente cruciales para determinar el lugar en el que la especie humana, como su reflejo divinizado el infante Zeus, tuvo su cuna. Tal es, en efecto, el valor de la mitología clásica. Zeus no es más que una idea, una abstracción, como abstracciones son los nombres de "Eva" y "Adán". Sin embargo, y por mucho que estos seres no hayan existido jamás como resulta obvio, lo que sí han existido, y ello desde hace centenares de miles de años, son sus nombres y sus leyendas. Nombres y leyendas tras los que se esconden todas las claves relacionadas con los más remotos orígenes del ser humano. Hablar del nacimiento de Zeus, equivale por consiguiente a entrar en contacto con toda la información conservada por la Humanidad respecto a las circunstancias que rodearon al alumbramiento de los primeros seres humanos, conocidos, entre otros nombres, con los de "curetes" o "carabantes". Referirse al primer ser humano resultaría un tanto pintoresco, cuando sabemos que nuestra especie se ha forjado en las aguas del mar. A saber cuántos millones de años de existencia conocieron los sirénidos de los que descendemos en aquel medio. Muchos, sin duda, cuando todavía hoy (Murcia, siete de Febrero de 1989), siguen naciendo seres humanos con las piernas fundidas, sexo indeterminado y aspecto de sirénidos...

La criatura a la que nos referimos, conocida con el nombre de "niño-sirena", murió a las once horas de nacer. Desde 1984 y en solitario frente al nuevo dogma establecido por las tesis darwinistas, vengo defendiendo en todas mis obras la ascendencia marina próxima del ser humano y su muy cercano parentesco, no con los simios africanos, sino con una especie concreta de sirénidos, incuestionablemente dotados, ya en su medio marino, de visos ciertos de racionalidad. Amén del sentido común, una larga tradición conservada por la Humanidad a lo largo de centenares de miles de años avala esta hipótesis. El propio Darwin llegó a la conclusión de que todos los homínidos del planeta descendemos de sirénidos. Lo que no pensó o no quiso admitir es que para llegar a ser hombres, no hemos tenido por que ser antes, necesariamente, monos.

El nombre de los "sirenos" se forja en determinado monte llamado Cileno en el que se localiza el nacimiento de Hermes o Mercurio, otros de los epítetos de Zeus tras los que se oculta una nítida referencia a la génesis de la especie humana. Son datos importantes, porque vienen a abundar en esa filiación marina de nuestros más remotos ancestros, que resulta absolutamente incontrovertible y que sitúa en una difícil tesitura a las tesis africanistas y "simiescas" del darwinismo.

Los "Cilenios" fueron, por cierto, unos antiquísimos pueblos ibéricos localizados por Florián de acampo en torno a la Sierra de la Demanda, conocida por otros nombres con los de Monte Cilla o Cilene. Otra de las denominaciones de este mismo macizo montañoso -"Monte Distercio" -, nos recuerda inevitablemente al mítico monte Dicte en el que naciera Zeus, el "Padre de los dioses".


Pero volvamos a "Kariat Sefer", emplazamiento de la primera escuela o "Estudio General" creada por el ser humano. De aquel remoto lugar, claramente relacionado con "Sefarad", iba a derivarse el término hebreo "sefer" con el que se designa a las obras escritas y, por ende, al conocimiento. Sin embargo, y como sucediera en el caso del término griego "grafos" con el que esta lengua conoce a la escritura, el hebreo "sefer" es la consecuencia de un proceso de evolución filológica cuyo último peldaño nos conduce, otra vez, hasta un término castellano: saber
 

saber

(castellano)

I

 

sapere

(latín)

I

 

saphere

(griego "safes", cierto, evidente)

I

 

sapher

 

 I

 

sefer

(hebreo: libro, ciencia)


Como dudo mucho de que exista ningún filólogo en el planeta, por recalcitrante que sea, que se atreva a defender que las consonantes "p" y "f" son anteriores a la "b", vamos a ver cómo se explica que una lengua supuestamente moderna como la castellana, posea la raíz de un término que aparece con formas muy posteriores en lenguas tan antiguas como el griego, el latín o el hebreo... Defender esto sería como pretender que un recién nacido es el progenitor de un anciano de cien años... Dicho sea sin exageración alguna, puesto que entre el término castellano "saber" y el hebreo "sefer", no median siglos, sino milenios.


Tomemos el camino que tomemos, en todo cuanto tiene que ver con el origen de la ciencia y con la transmisión del conocimiento a través de la escritura, vamos a desembocar inevitablemente en el ámbito cultural ibérico y, de forma más precisa, en el de determinada región española vinculada a partes iguales a cierta montaña llamada "Sefarad" y a cierto río conocido con los nombres de "Cálibe" o "Escálibe", epónimo de esos "cálibes", pobladores de la isla Calipso, a los que tantas veces hemos venido refiriéndonos a lo largo de estas páginas.

Que esos "escalibes", "calibes" o "carabantes" fueron os creadores de la escritura, así como de la primera "escola" creada en Cariat Sefer, resulta claro cuando analizamos la evolución seguida por las palabras "escribir" y "esculpir", dos términos cuyos significados fueron idénticos antaño, al ser la escritura algo que se esculpía en la piedra. Escribir y esculpir eran, en definitiva, la misma actividad.




En este mismo esquema tendría cabida el término castellano "escolio" que significa, precisamente, escrito, así como otros términos en los que aparece una clara referencia a herramientas o útiles empleados para tallar, cortar o esculpir. (Como la mítica espada "Escalibur" de las leyendas de Britania). Tal fue, por ejemplo, el sentido originario del término "escalar" y de su derivado "escalera". Precisamente porque las ascensiones se efectuaban, como ahora por otra parte, a base de efectuar muescas y hendiduras en la roca o de introducir clavos (antaño "escálabos") en ella.

La escritura, ciencia cuyo conocimiento estaba reservado a un número reducidísimo de personas, se forjaba, pues, originariamente, a base de tallar, de esculpir en la piedra los símbolos o ideogramas que constituyen el precedente de nuestras "letras". Por algo el castellano "letra", como el latín "littera", están emparentados con el griego "litos": piedra.




Nuevamente la piedra determinando el origen de la literatura y de la escritura, actividades ambas monopolizadas antaño por la élite sacerdotal. Y el fenómeno de homonimia no es casual: élite..., litos (piedra)..., literatura...

El origen de estas sorprendentes afinidades, se encuentra en la lengua vasca, en términos tales como "eliz" (iglesia) y "elesti" o "elerti" (letras, grafía, literatura).

 

Para empezar, las "iglesias" fueron en sus orígenes simples piedrones (dolmenes, menhires, estelas circulares...) a los que se rendía culto, en tanto que representaciones del Sol y de la Luna. Lo que justifica que del euskera "eliz" -ermita o iglesia- se haya derivado el griego "lizas" o "litos" (piedra). Por lo demás, y como quiera que se escribía precisamente sobre esos piedrones o "calepas" (las "columnas escritas" de los antiguos españoles) que constituyeron , en rigor, los primeros libros de texto, al tiempo que el germen de los templos e iglesias posteriores, se comprende bien que sea de "eliz" de donde se ha derivado el nombre vasco de las letras y de la literatura, así como ese término "élite" que viene a corroborar cuanto venimos sosteniendo respecto al monopolio que unos pocos han ejercido siempre sobre el conocimiento, sobre el saber, en detrimento cierto del progreso de la Humanidad.

 

Nuestros antepasados escribieron, pues, sobre piedras o, lo que es lo mismo, sobre "tablas" o losas de piedra. De ahí las "Tablas de la ley", que fueron escritas en piedra y no en madera, como es obvio. Todo lo cual explica la enorme importancia que el término "Tabla" tiene en la toponimia ibérica, dando nombre a tantas montañas, ermitas o monasterios. Es el caso de "Tabliega", al norte de Burgos y muy cerca del río Ebro. Tiene su porqué. "Tabla" es una contracción de "Tabala", término que nos pone en contacto con uno de los nombres más remotos del río Ebro: Zábala o Tábala. De ahí el nombre del valle de Tobalina, regado por el Ebro y en el que se encuentra Tabliega. De ahí los Montes Obarenes o Tobarenes que configuran el valle de Tobalina. De ahí el antiguo nombre del río Nervión: Zabal o del Tigris: Zab. De ahí, en fin, el que a los españoles, antes de conocérsenos con el nombre de iberos, se nos designara con el gentilicio "tobelianos".

No pierda de vista el lector el término "Zábala", germen del nombre del supuesto primer poblador de la Península Ibérica: Tábalo, Tóbal. No pierda de vista este término, porque es precisamente de "zábala" de donde se han derivado dos términos tan cruciales para la historia de nuestra civilización como son el hebreo cábala y el castellano saber:

 

 

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