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SEFARAD O LA MORADA DE LOS HIJOS DE LOS DIOSES

 

RIBERO MENESES    PRINCIPAL

     Jorge Mª Ribero-Meneses


 

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Capítulo V. LA ACRÓPOLIS DE ATENAS.

 

Pocos textos tan conocidos y tan estudiados como aquél en el que Platón describe la naturaleza de la primitiva Atlántida y de sus habitantes. Pocos autores, empero, han reparado en la enorme importancia de la narración platónica que en el mismo "Diálogo" -el Critias- y sirviendo de preámbulo a la descripción de la Atlántida, nos refiere con todo tipo de pormenores las características de la primitiva Acrópolis de Atenas. Características que, como vamos a conocer en seguida, no guardan la más leve relación con la Acrópolis que conociera Platón, obligándole al filósofo griego a efectuar verdaderas "acrobacias" intelectuales para tratar de demostrar que el causante de tan formidable mudanza... había sido un devastador diluvio.

Seguramente que un diluvio es capaz de muchas cosas, pero no de convertir una elevada sierra... en una modestísima colina como es la que acoge hoya la Acrópolis ateniense. De la narración de Platón, se deduce que la región del Ática era en otro tiempo una cadena de montañas y altas colinas rodeadas de fértiles valles... Compárese con la realidad física del Ática actual y se comprenderá en seguida que ni todos los diluvios y cataclismos unidos, podrían haber convertido aquella paradisíaca cordillera a la que se refiere Platón, en el insípido montículo, ocupado por la actual Atenas.

¿Dónde se encuentra, pues, el origen de semejante equívoco?

Para comprender el disculpable error en que incurre Platón, hay que partir del principio de que el relato que él hace de la Acrópolis de Atenas, no se había gestado en Grecia, sino que, por el contrario, bebía en las tradiciones egipcias. Eran los egipcios, en efecto, los que conservaban el recuerdo de aquella Acrópolis primigenia, ubicada en un país del que los propios egipcios descendían a su vez. Y de ahí que conservasen tan fiel memoria de ella.

 

Egipcios y griegos, distanciados de su cuna común, perderían -los primeros sólo parcialmente- la conciencia de ser originarios de un remoto país occidental. De ahí el que cuando los griegos escuchan de los labios de los sacerdotes egipcios el relato del que se hace eco Platón, no duden ni un momento en interpretar que esas preciosas y remotísimas noticias, aluden de forma expresa a la Grecia mediterránea. ¿Qué griego de aquella época -y no digamos de la presente- hubiera podido concebir que su venerada Acrópolis fuera una modestísima réplica de la Acrópolis primitiva, ubicada encima en un país "bárbaro", extranjero?

 

He dicho que los egipcios conservaban alguna conciencia de ser originarios de un país occidental, y buena prueba de ello el que a su dios Os iris le conocieran como el "Señor de Occidente". De todos modos, y a mayor abundamiento, por un papiro del reinado del faraón Sent de la II dinastía, se ha podido saber que por aquella época organizaron los egipcios una expedición a Occidente, cuyo fin era precisamente el de llegar a localizar los restos del país de la Atlántida.

 

¿Por qué tanto interés por la Atlántida, por parte de un pueblo africano como el egipcio? Pues precisamente porque habían conservado clara memoria de ser originarios de aquella isla, constándoles incluso que su alejamiento de ella se había producido hacía 3.500 años.

¿Alguien concibe que en la actual Acrópolis de Atenas hubieran podido vivir veinte mil personas, con sus respectivas familias, casas, jardines, templos y gimnasios? El mero planteamiento de semejante hipótesis ya resulta descabellado por sí mismo. A duras penas la actual Acrópolis podría acoger a cincuenta familias en las condiciones referidas:

"La Acrópolis (...) estaba cubierta de tierra por todas partes, a excepción de algunos sitios, y la meseta que la coronaba estaba perfectamente unida. En sus laderas habíanse establecido los artesanos y aquellos de los labradores cuyos campos estaban en las inmediaciones. La clase de los guerreros residía sola en la parte superior, todo en torno a los santuarios de Atenea y de Hefaistos, tras haber aislado su recinto mediante una única cerca, tal cual el jardín de una sola familia. Hacia el norte habían construido sus casas que les eran comunes, con salas en las cuales, durante el invierno, comían todos juntos. (...) Alejados tanto del fausto como de la pobreza, sus moradas eran gratamente amables, y en ellas envejecían, así como sus hijos y nietos, pues se las transmitían sucesivamente unos a otros, de modo semejante a como ellos las habían recibido. Durante el verano, dejaban sus jardines, sus gimnasios y sus refectorios, todo lo cual ocupaba entonces la parte sur de la Acrópolis. Y en el sitio que hoy se encuentra la ciudadela, había una fuente que los temblores de tierra hicieron desaparecer, no dejando sino algunos hilos de agua aquí y allá, pero que entonces suministraba agua abundante y salutífera, tanto en invierno como en verano. Así vivían aquellos defensores de sus ciudadanos y jefes, libremente aceptados por los demás griegos. En cuanto a su número, ponían el mayor cuidado posible en tener siempre a su disposición la misma cantidad de hombres y mujeres capaces de empuñar las armas, o llevándolas ya; es decir, unos veinte mil".

"Tales eran aquellos hombres y así gobernaban continuamente, con justicia, su ciudad y la Grecia entera. Hombres admirados por Europa y Asia a causa de la hermosura de sus cuerpos y de las virtudes de sus almas, por lo que eran, sin disputa, los mejores y más afamados de su época".
 

Hasta aquí el relato de Platón, relato en el que el filósofo griego, sin ser consciente de ello, nos está ofreciendo una inapreciable relación de pormenores y de datos, referidos a los primitivos moradores del Paraíso, a cuyo abrigo vivían los cainitas, consagrados fundamentalmente a la agricultura y al comercio... y ancestralmente sometidos a la fuerza de las armas y a la superioridad física y moral de la clase, entre sacerdotal y guerrera, que moraba en la cumbre de la vecina Acrópolis... o cumbre del Edén.

 

No se precisa de mucha imaginación para comprender que los virtuosos descendientes de Set -léase los atenienses-, podían llevar la existencia que llevaban, merced a los tributos que imponían a todos esos pueblos del valle a los que tenían sometidos: los libertinos -y sufridos­ cainitas.

 

La historia tiene siempre una doble lectura, y una ciudad de veinte a treinta mil habitantes consagrados al estudio, a la oración y a la guerra, presupone una población de muchos miles de personas más que cultive la tierra, que cuide el ganado y que se consagre a las labores artesanales. Quizás ahora estemos en condiciones de comprender mejor, por qué los "atlantes" -las gentes del valle, que vivían a orillas del mar-, acabaron rebelándose contra los atenienses, contra los setitas, y emprendieron una desigual guerra contra ellos en la que la cantidad de los cainitas, difícilmente podía compensar la calidad de sus adversarios. Los atlantes, a merced de sus enemigos que dominaban la situación desde lo alto, tenían siempre todas las de perder.

Sin embargo, un terremoto y un diluvio aunados, iban a rubricar este antagonismo, acabando para siempre con un mundo cuya antigüedad debía medirse, sin duda, por centenares de miles de años. Toda la cumbre de la Acrópolis se desplomó, pereciendo, presumiblemente, todos sus moradores. De ahí que los sacerdotes egipcios le refieran a Solón que los griegos no conservaban el recuerdo de todos estos hechos, por haber perecido prácticamente todos en aquella catástrofe.
 

No así los egipcios, pueblos del llano, pueblos ribereños que aunque diezmados... lograron ponerse a salvo de la inundación que anegó y sumergió durante algún tiempo su país.

La palabra vasca "ergoyen", acrópolis, da fe de cuanto acabamos de referir. De "ergoyen" se ha derivado "argayo": desplome, derrumbamiento, desprendimiento de tierras.

En relación con el desplome, con el hundimiento o desmoronamiento de la cumbre o "acrópolis" del Paraíso, poseemos varios testimonios preciosos recogidos por el Doctor Martín Carrillo, abad de Montearagón, en sus "Memorias cronológicas". Dice lo siguiente, referido obviamente al mundo primigenio:
"Después del Diluvio, el mundo se dividió en cuatro monarquías: Assirios, Persas, Griegos y Romanos, las cuales fueron deshechas por una piedra que cayó del monte".

y añade:
"El profeta Daniel refiere que cayó del monte una piedra no cortada por mano de nadie, hirió la estatua y la convirtió en polvo, esparciéndola por todo el mundo".

Más claro no se puede aludir a la causa que originó el abandono por el hombre de su mundo primigenio, viéndose forzado, a partir de ese momento, a diseminarse por un mundo extraño que hasta ese momento había desdeñado. Lo que quiere decir que, tal y como venimos afirmando desde el principio de estas páginas, asirios, persas, griegos y romanos, al igual que hebreos, atlantes o egipcios, eran pueblos dotados de plena personalidad, ya en el ámbito del mundo originario, habiéndose "proyectado" más tarde, a gran escala, en las distintas regiones que circundan el mar Mediterráneo.

En lo que parece una clara alusión los "hijos de los hombres" o "cainitas", a los pobladores de las tierras bajas del Paraíso, insiste el Doctor Carrillo:
          "Caín dice alguien le cayó la casa encima, por no poder sufrir tan ruin huésped"

No existiendo todavía las casas por aquellas calendas, no resulta muy difícil deducir que fue la montaña junto a la que moraban, la que se les vino encima a los descendientes de Caín.

Entre las impresionantes ilustraciones de los Beatos de Liébana (siglo VIII), llama particularísimamente nuestra atención una de ellas en la que se observa cómo la cumbre de una montaña, seccionada como por un cuchillo, se desploma sobre los habitantes del valle vecino, provocando la consiguiente mortandad.

Pues bien, en la propia Liébana, existe la tradición arraigadísima de que un monte contiguo al río Deva se desplomó al paso de los "moros", enterrando a buena parte de su ejército. Semejante tradición, que indudablemente data de épocas muy anteriores a la llegada de los árabes a la Península Ibérica, resulta curiosamente afín a las revelaciones de los sacerdotes egipcios a Salón, al informarle de que "temblores de tierra espantosos habían tragado a cuantos guerreros había entre los atenienses".
 

En su "Población General de España", Rodriga Méndez Silva dice de la antigua provincia de Liébana:
          "Su primer origen es muy antiguo. No consta que los moros la ocupasen, por inexpugnable, conservándose los habitantes sin mezcla de tan mala semilla".

 

Cuando Méndez Silva escribe estas palabras, la herida de la ocupación árabe estaba todavía abierta. La alusión, sin embargo, a la "mala semilla", está inspirada en resquemores mucho más añejos y parte de la tradicional identificación de los africanos con los descendientes de Caín, con la "canalla" de los cainitas.
 

Ignoro cuántos montes debe haber en el planeta que se hayan venido literalmente abajo, que hayan "argayado" prácticamente enteros. Seguramente que deben de ser muy pocos. En Liébana existe uno de ellos. La Sierra de Peña Sagra (2.040 mts.) -el antiguo monte Labiá o Libia.- se desplomó íntegra, basculando hacia su vertiente oriental y provocando una verdadera hecatombe que puede constatarse todavía, recorriendo las cumbres y las laderas de este extenso macizo, literalmente sembrado de inmensos bloques de piedra que rodaron un día por ellas.

La destrucción del Paraíso, ha quedado reflejada, asimismo, en el episodio bíblico que refiere los pormenores del hundimiento de la "torre" de Babel, origen, no se olvide, de la disgregación y diferenciación de las diversas familias humanas que configuraban el mundo primigenio. La confusión de las lenguas no fue previa, sino posterior a la destrucción de Babel, derivada precisamente de la dispersión de los pobladores del Paraíso.

Que Babel estuvo situada en la cumbre de una montaña, y no en un llano como ingenuamente se ha venido pretendiendo, lo confirma, entre otras cosas, uno de los antiguos nombres de este supuesto zigurat del Babilonia: Penafum. ¿A quién se le ocurre que el hombre de la Prehistoria podía ser tan insensato como para pretender alcanzar el cielo desde una llanura? Lo lógico es que para consumar tal intento, eligiese el punto más elevado de la montaña más alta que tuviera a su alcance. Así parece haberlo hecho, en efecto, habiéndose visto abortado su empeño por causa del desmoronamiento del macizo montañoso escogido para tal propósito. Téngase en cuenta, a este respecto, que "Babel", que significa muerte y destrucción, fue nombre otorgado "a posteriori" a ese enigmático monte "Penafum", calcado en el soberbio castillo roquero de Peñafiel y en la antigua e importantísima población cántabra de Peña flor, citada en toda la cartografía antigua, y hoy desaparecida.

Un descalabro similar al de Babel -el mismo con nom­bres distintos- tuvo por escenario al monte Pamaso. Nos lo refiere el Padre Sota, traduciendo al griego Pausanias e interpretando, como él, que el relato que sigue hacía alusión a la Grecia mediterránea y a los actuales galos o franceses, siendo así que las noticias recogidas por Pausanias, perpetúan el recuerdo del hundimiento de la Acrópolis o Paraíso, coincidiendo con el momento en que se dirimía la guerra entre atlantes y atenienses documentada por Platón. Nótese que en el texto de Pausanias, como en el de Platon, se atribuye la derrota de los Galos a un terremoto y un diluvio aunados. Las mismas circunstancias que iban a provocar el aniquilamiento de los atlantes, en ocasión de su levantamiento contra sus sojuzgadores los atenienses o "Galos" y "Atlantes" son epítetos distintos de un mismo pueblo. Precisamente en recuerdo de Atala (Atlante), los hunos o húngaros llamaron Atila al más importante de sus reyes. "Hungría" es nombre afín a "Hungaria" o "Hungalia", y buena prueba de ello el nombre de la antigua Galizia, extensa región del centro de Europa compartida por Polonia, Hungría y Checoslovaquia.

No son solamente los nombres geográficos del mundo primigenio los que se han extrapolado. También los principales acontecimientos de aquel mundo, se han acabado relacionando con el mundo posterior, con el mundo antiguo. Pero leamos al Padre Sota:

"No por esto se enmendó Brenno, porque con el resto de su Ejército se fue a Delfos con intento de profanar el Templo del Dios Apollo, y robar todas sus riquezas, en cuya invasión sucedieron horribles prodigios: tembló la tierra muchas veces en sola la parte donde estaban los Galos y hubo espantosos truenos, relámpagos y rayos que mataron a muchos dellos y a los demás dejaban aturdidos. Y viéndolos así los Etholos les acometieron, y mataron muchísimos; además desto cayó en su campo infinidad de granizo y piedra y el Monte Parnaso se desgajó súbitamente sobre ellos".
 

El mismo Monte Parnaso que enterró a los "moros" en Liébana, a los "galos" o "atlantes". Y que los dispersó por el mundo:


Hungalia = Hungría

Burgalia = Bulgaria

Mongalia = Mongolia

Bengala (India)
Angala = Angola
Portugalia = Portugal

Cornugalia = Cornualles

Westgalia = Westfalia

Ingalaterra = Inglaterra
Gales
Galia = Francia
Galicia
Galizia (Europa Central)

Galacia (Asia Menor)
Galilea
Galaad (antiguo país de Palestina)
 

Añádase a todos estos países el nombre de Grecia, derivado precisamente de Galacia, primero y de Garacia o Gracia, después. Con razón a los gallegos españoles se les denominaba "galogriegos". Con razón Galicia está inundada de toponimia griega. Con razón, en fin, se pretende que Galicia fue colonizada por griegos, según unos, y por galos, según otros. Las dos filiaciones son idénticas, desde el momento en que galos y griegos son el mismo pueblo. Pero un pueblo que nunca tuvo que trasponer los Pirineos o cruzar el Mediterráneo para lleva a Galicia. Un pueblo que tenía muchísimo que ver con cierta comarca española denominada "Gala", "Galarcia" o "Biz Gallia". De donde Bizcaya...

          "cayó del monte una piedra hirió la estatua y la convirtió en polvo, esparciéndola por todo el mundo"

 

La misma "piedra" que destruiría -destruyó- a Babilonia, por otro nombre "Roma", al decir del libro del Apocalipsis:
          "Un ángel vigoroso tomó una piedra, una piedra de molino inmensa, y la arrojó al mar, diciendo: Así, con igual violencia, será arrojada Babilonia, la gran ciudad, y no se encontrará nunca jamás"

 

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