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IBERIA CUNA DE LA HUMANIDAD


Una Locura: Hiberia Cuna de la Humanidad


Jorge Mª Ribero Meneses

 

(Nota: Hiberia se escribía con h. Yo me mantengo fiel a su genuina ortografía)

 

I.  En un principio parecía una locura: la Cuna de la Humanidad en España. En un país tenido por modernísimo y al que, por no valorar, ni siquiera concedían mayor importancia los propios Españoles. Porque aunque es cierto que la Península Hibérica posee un impresionante acervo cultural, nada de cuanto en ella ha florecido ha sido reconocido como obra original de sus naturales. Porque todo, absolutamente todo cuanto distingue a Hiberia = Hispania, ora procedía de fuera ora había surgido al calor de influencias foráneas. Ya se tratase de su Arte, ya de su Lenguaje, ya de sus tradiciones, ya de su propia Historia, mero remedo o consecuencia de la historia de otros pueblos de mayor enjundia. Que es así como España se ha pasado los últimos dos milenios postrada a los pies de Roma, del Islam, de los países del "Paraíso" asiático, de Fenicia, de Palestina, de los Godos, de los Franceses y, a la postre, de sus hijos al tiempo que tiranos los Anglosajones...

 

Porque todos nuestros viejos puentes y calzadas son romanos, al igual que nuestras lenguas, nuestras leyes o nuestras ciudades. Y debíamos a los Árabes desde nuestros regadíos a algunos de nuestros monumentos más señeros, amén de multitud de palabras castellanas y de la introducción de la vid y el olivo... Una aportación que otros les atribuían a los Romanos. De las antiguas Babilonia y Mesopotamia nos habían llegado la Civilización, los monumentos megalíticos, la fundición de metales y hasta nuestros viejos pobladores Cromagnones y Neanderthales. Y de Fenicia el alfabeto y hasta, tal vez, nuestra pericia como navegantes. Por otra parte, de Palestina procedían todas nuestras creencias religiosas, así como todos esos millones de Hebreos que en tan gran medida han contribuido a construir y a engrandecer el solar hibérico. Y en cuanto a los Godos, no sólo habían puesto los cimientos de nuestra monarquía sino que nos habían legado uno de nuestros más singulares y hermosos estilos arquitectónicos: el arte visigótico. Los Franceses, por su parte, habían sido poco menos que nuestros educadores, siendo creación suya desde el Camino de Santiago hasta nuestros monumentos románicos y góticos, pasando por una parte de nuestra gastronomía y, por supuesto, una porción importante de nuestro vocabulario. Hasta nuestro Arte Rupestre era hijo del descubierto en el sur de Francia. Y por último, y respecto a África, de ese continente procederían las lenguas hibera y baska, así como el propio pueblo euskaldún, reconocido por otros como de estirpe caucásica. Y algo más atrás, de África habrían llegado a nuestro suelo sus primeros pobladores, empezando por el homo antecessor de Atapuerca. A pesar de que sea éste el único homínido descubierto en el mundo que muestra un nítido parentesco con el hombre moderno o sapiens...

 

Contra todo ese estado de opinión, contra todos esos dogmas idio-científicos, contra todas esas idioteces, contra todo ese dislate monumental que ha sido -y es- la interpretación de los orígenes de España y de la Historia, vine a levantarme sin pretenderlo cuando en la madrugada del día 19 de Abril de 1984 (y en el curso de mis estudios sobre el origen de los Judíos españoles) caí en la cuenta de que la Historia había sucedido al revés de como nos la habían contado y que la Península Hibérica, lejos de ser una especie de culo de saco en el que habían ido depositándose los desperdicios de todos los pueblos de la Tierra, había sido, muy al contrario, el crisol de todos ellos al tiempo que la matriz incontrovertible de la Civilización.

 

Sin importarme lo más mínimo las consecuencias de una decisión que en un país acomplejado como España y tratándose de un asunto de tamaña magnitud, resultaba punto menos que suicida, decidí consagrar el resto de mi vida a reconstruir la verdadera historia de nuestros orígenes, dispuesto a enfrentarme a todos los científicos del planeta si ello fuera necesario. Como en efecto lo ha sido, cabiéndome el orgullo de haber rebatido y rectificado desde entonces a infinidad de ellos, sin que hasta la fecha haya habido nadie capaz de desmontar o desautorizar ni una sola de mis tesis. Cosa que sí he hecho yo mismo, por el contrario, al no cesar de evolucionar y, por ende de pulir, matizar y consolidar mis tesis a lo largo de los ya casi 25 años transcurridos.

 

II.  Tras unos primeros años en los que no se produjo ni una sola confirmación científica, ajena, a mi revolucionaria revisión de los orígenes de la Humanidad, a partir del año 1991 comenzó a producirse un goteo de corroboraciones que no ha cesado de incrementarse desde entonces y que, sobre todo a partir de 1999 adquirió ya el carácter de lluvia torrencial. Y es que, alertada la comunidad científica internacional de la excepcional importancia de la Prehistoria hibérica, han sido numerosos los investigadores de todo el mundo que no sólo han empezado a tenerla muy en cuenta en sus estudios sino que han llegado incluso a intuir que la tan buscada Cuna de la Humanidad africana, estuvo ubicada en realidad en España. Lo que viene a hacer buenos los títulos de mis tres primeros libros sobre esta materia, publicados -ante el escándalo general- en los años 1984 y 1985Iberia, cuna de la Humanidad  /  Cantabria, cuna de la Humanidad  /  Los orígenes ibéricos de la Humanidad. Tres libros a los que más tarde han sucedido noventa más, así como centenares de artículos periodísticos y científicos en los que he ido desarrollando todas y cada una de las infinitas derivaciones de un asunto sencillamente inabarcable y que requerirá del concurso de muchas generaciones de científicos para llegar a verse relativamente completado. Pero lo importante era dar el primer paso, así como alertar a todos respecto a la posibilidad, jamás contemplada, de que Hiberia hubiese engendrado a los primeros seres humanos. Todo lo demás irá viniendo por añadidura porque, como suelo decir, una vez que alguien ha puesto al descubierto una verdad y ha conseguido desarrollarla y que trascienda públicamente, ya no existe fuerza en el mundo capaz de enterrarla y de frenar el impacto que ese descubrimiento produce en un sector, el más lúcido, de la sociedad. Máxime en una época como la presente en la que el conocimiento y la información viajan de un extremo a otro del globo con celeridad y facilidad inusitadas.

 

El divulgador científico George Constable, puso el dedo en la llaga de estas materias con estas lúcidas palabras: Durante la época de apogeo de los Neanderthales, los más antiguos hombres verdaderos vivían ya en algún lugar desconocido de la Tierra. Y ello, piensan algunos antropólogos, tal vez desde hace millones de años. Hasta que hace unos cien mil años los genuinos seres humanos saltaron a la escena evolutiva, bien sea matando a los hombres bestias, bien dejando que perecieran por su propia ineptitud. Pero si el hombre moderno existía desde hacía tanto tiempo, ¿dónde estaba oculto?

 

Bueno, pues ésta es la pregunta que mi cuarto de siglo de investigaciones multidisciplinares ha contestado más que cumplidamente: ese lugar fue el Norte de España y muy particularmente la Costa Cantábrica, en el sector comprendido entre los Picos de Europa, en Asturias y el Cabo Matxitxako, en Bizkaya. En unas ISLAS existentes en ese tramo de Costa hasta el desenlace de la última glaciación hace en torno a 12.000 años, floreció la primera Civilización del planeta, recordada en multitud de remotos testimonios históricos entre los que, por pura ignorancia, el único conocido y citado es el aportado por Platón en sus Diálogos y en el que conoce a ese Primer Mundo como Atlantis o Atlántida, cuando sus nombres más extendidos y genuinos fueron ESKITIA y HESPERIA, nombre helénico este último de la Península Hibérica. Y esa misma Cultura madre de la Humanidad fue aquella que también respondió a los nombres de TÁRTAROS o TARTESSOS, extrapolados como el de la Atlántida al Sur de España, por mor de la colosal ignorancia geográfica de los historiadores clásicos y de su empeño por cohonestar las más viejas noticias históricas con el mundo mediterráneo que les era relativamente conocido. De ahí nació el dislate de denominar Atlas a la Cordillera norteafricana, que jamás había respondido a tal nombre... O de confundir a las Islas Canarias con las Islas Afortunadas..., que era el propio Archipiélago de la Atlántida... O el de ubicar las Columnas de Hérkules en el Estrecho de Gibraltar, cuando ya autores de la talla de Heródoto o de Aristóteles habían dejado escrito que se alzaban en algún lugar del Norte de España...

 

¿Cuáles son los vestigios que el Litoral Cantábrico conserva de aquella primera Civilización de la Historia? La respuesta es obvia: el Arte Rupestre. Que es lo único que ha sobrevivido, merced a que su carácter subterráneo y oculto le ha salvado de la permanente labor de destrucción a la que el Patrimonio Arqueológico se ha visto y sigue viéndose abocado en España, víctima unas veces de gentes llegadas de fuera y, siempre, de la insaciable ansia depredadora de los naturales del país. Que lo diga, si no, la propia Cueva de Atapuerca, expoliada durante siglos por las gentes del lugar y hasta por los propios Burgaleses...

 

El Arte Rupestre Cantábrico, que no por azar constituye el Primer Arte de la Humanidad, supone tanto por su profusión como por la cima artística alcanzada, la prueba viva y tangible de que la primera Civilización de la Tierra floreció a orillas del Cantábrico. Dicho con otras palabras, fueron los Hesperios-Atlantes-Tartesios-Escitas quienes pintaron Altamira, El Pindal, La Garma, El Pendo, Santimamiñe, Ekain, Candamo o Tito Bustillo o modelaron el prodigioso complejo troglodítico del Monte Castillo de Puente Viesgo. El cataclismo que puso fin a aquella Civilización hace entre 10 y 12.000 años, arruinó para siempre aquel fecundísimo y pujante Mundo Primigenio, desplazándose sus supervivientes en todas direcciones, América incluida, en busca de zonas más protegidas y seguras. Y es justo a partir de ese momento en que comienzan a despuntar los primeros indicios de Civilización en Egipto, Babilonia, Persia, Grecia..., o el propio Levante hibérico, preñado de pinturas rupestres que tienen esa edad y que son una verdadera caricatura, como las de Egipto, el Norte de África y otros lugares, de las creadas por los Pueblos Cantábricos antes de la consunción de su mundo. De todo lo cual hablo en los dos volúmenes de mi último libro, de próxima publicación, en el que puedo señalar, al fin, el punto exacto de la Costa Cantábrica en el que las ya casi míticas Islas Atlantes yacen sumergidas..., tras el terremoto que las abismó en los fondos abisales del antiguo Occéano Occidental o Cantábrico, también denominado, por cierto, Mar GRIEGO. Así lo documenta hace cuatro siglos un cartógrafo inglés: Robert Dudley. Por lo mismo que otros viejos mapas como el de Opicinus de Canistris, del siglo XIV, confirman mi vieja tesis de que la primera ARMENIA fue la propia Península Hibérica. Lo que permite entender por qué las más viejas fuentes históricas localizan en Armenia la Cuna de la Humanidad...

 

III. Para comprender la forma como se produjo la colonización del planeta por los hombres racionales originarios del Norte de España, nada mejor que tener presentes las gestas protagonizadas por los propios Españoles en su conquista de las tierras americanas. Proezas jamás igualadas como aquella que supuso el final del Imperio Inka (que no el exterminio de este pueblo, numerosísimo todavía hoy y que conserva su maravillosa lengua). La batalla que puso fin a ese Imperio y a su guerra contra los conquistadores, enfrentó a 100.000 Inkas contra 200 soldados españoles a caballo. Vencieron los Españoles. Y en este caso el enfrentamiento se producía entre hombres racionales, entre iguales. Entre un imperio europeo y un imperio americano que poseía una extraordinaria cultura.

 

IV.  Dos apostillas fundamentales:  

No existen razas superiores sino individuos superiores y éstos pueden darse en cualesquiera de las razas, siendo el deber inexcusable de todos los seres humanos el aspirar a convertirse en uno de esos seres superiores, mediante la búsqueda permanente de la perfección y de la excelencia. No son los colores de la piel sino los colores del espíritu, los únicos que deben importar y ser tenidos en cuenta en la valoración de las personas.

El nivel de inteligencia de todos los integrantes del reino animal, incluyendo, naturalmente, al ser humano, se mide por su espíritu constructivo y creativo, por su tendencia a la perfección y a la belleza, por su grado de solidaridad y de ausencia de egoísmo y, sobre todo, por su capacidad para hacer fácil lo que es difícil y para no complicar innecesariamente lo que es sencillo. Y en el caso concreto del ser humano, además, por su irrenunciable afán por conocer y conquistar la VERDAD.

 

V.  Como genialmente escribiera Santiago Ramón y Cajal: Repoblar los montes y poblar las inteligencias constituyen los dos ideales que debe perseguir España para fomentar la riqueza y alcanzar el respeto de las Naciones...  Mi fe en España me impulsó a investigar, para evitar que España siga haciendo el ridículo en la gran liga geopolítica de la Ciencia...

Pocos serán los que, habiendo inaugurado con alguna fortuna sus exploraciones científicas, no se hayan visto obligados a quebrantar y disminuir algo el pedestal de algún ídolo histórico o contemporáneo. A guisa de ejemplos clásicos recordemos a Galileo refutando a Aristóteles en lo tocante a la gravitación; a Copérnico arruinando el sistema del mundo de Ptolomeo; a Lavoisier reduciendo a la nada la concepción de Stalh acerca del flogístico...

 

(Phi: Artículo base publicado el domingo 5 de octubre de 2008 en el Diario de Burgos, por D. R. Pérez Barredo, con imágenes de la exposición “Nuestra civilización antes de Roma”)

 

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