LA ESCRITURA NACIÓ EN CANTABRIA,

MÁS DE 30.000 AÑOS ANTES QUE EN MESOPOTAMIA

RIVERO MENESES     PRINCIPAL

            Jorge Mª Rivero-Meneses

LA ESCRITURA NACIÓ EN CANTABRIA

 

La Filología tiene la clave de nuestro pasado        

 

No he sido el primer filólogo que ha sostenido que la Filología es la única disciplina arqueológica capaz de esclarecer buena parte, si no la totalidad de los enigmas que existen en relación con los orígenes de nuestra especie; orígenes que yacen hoy, enterrados bajo metros de sedimentos, a la espera de que los hombres decidan exhumarlos. Nada de cuanto produjo o nos legó la Humanidad primitiva se halla, pues, a la vista de todos, requiriéndose de la labor continuada de decenas de generaciones, para que sólo una milésima parte de nuestro inapreciable patrimonio enterrado llegue a ser conocido y estudiado. Un lapso de tiempo demasiado largo para quienes, conscientes de todos los males que acarrea a la Humanidad el hecho de desconocer su verdadera ascendencia -que, por supuestísimo, no es africana-, ardemos en deseos de descifrar, para siempre, el que se ha revelado como el más recalcitrante de todos los misterios que ensombrecen la memoria de la Humanidad.

 

Nada de cuanto nos ha legado la Humanidad primitiva se encuentra a la vista de todos..., excepto tres cosas: a) el paisaje que nuestros antepasados contribuyeron a configurar y cuya interpretación resulta posible aunque extraordinariamente compleja; b) la sangre que de aquellos remotos seres hemos heredado y cuyos secretos estamos empezando a desentrañar merced a los reveladores estudios del ADN; y c) el lenguaje que aquellos primeros seres humanos modelaron a lo largo de su dilatadísima historia y que sigue estando presente en el habla de todos los habitantes del planeta. Porque las palabras son las únicas que no mueren jamás y que, aunque degradadas en mayor o menor medida, constituyen un vínculo imperecedero que nos permite poder retrotraernos hasta los más remotos estadios de la evolución humana, descubriendo además, a través de ellas, la manera de pensar y de sentir de los hombres y mujeres que vivieron hace centenares de miles, si no millones de años.

 

Los seres humanos no hemos dejado jamás de hablar, ni tampoco hemos abierto un paréntesis en nuestra necesidad de comunicarnos mediante palabras, ya sea para adoptar otra lengua ya para inventar una nueva. Jamás hemos dejado de hablar, por lo mismo que tampoco hemos abjurado de nuestra responsabilidad a la hora de legar a nuestros descendientes la lengua que, a su vez, nos legaron nuestros mayores.

 

Me enorgullece ser el filólogo que ha tenido el privilegio de descubrir que el lenguaje es mucho más que un mero código de comunicación entre los seres humanos. Porque, por asombroso que pueda resultarnos, lo que conocemos como lenguaje resulta ser la memoria de la Humanidad. O, para decirlo de manera mucho más precisa, el archivo histórico de nuestra especie. En las palabras está todo... En las palabras está cuanto nuestros más remotos ancestros pensaron y fabularon... En las palabras está cuanto nuestros antecesores creyeron, cuanto nuestros antepasados reverenciaron...Y, lo que es más importante, siguiendo el proceso retrospectivo de configuración de las palabras, podemos llegar, incluso, a reconocer la forma como se ha modelado el pensamiento humano, el proceso a partir del cual pasamos de ser una especie con visos de racionalidad, a adquirir la condición de seres plenamente racionales. Todo esto nos lo enseña el lenguaje y, precisamente por ello, siempre será poco cuanto hagamos por descifrar ese caudal ingente de información que en el seno de las palabras se encierra y que nos permite llegar a esclarecer el cómo, el cuándo y el dónde de nuestros primeros orígenes. A esta causa me vengo consagrando, fervientemente, desde hace veinte años y ha sido, justamente, todo el vastísimo bagaje de conocimientos que ello me ha proporcionado, el que me ha permitido descifrar la que, desde el momento mismo en que estas líneas vean la luz en la recién nacida revista Los Cántabros, pasará a ser la palabra escrita, más antigua, conocida por la Humanidad. Una sola palabra, ciertamente, una brevísima palabra, efectivamente, pero -como vamos a tener la oportunidad de constatar a lo largo de estas páginas-, una palabra de la que se desprende todo un auténtico mundo de informaciones y de conocimiento. Noticias inapreciables que de esa palabra se derivan y que nos permiten llegar a conocer aspectos claves en relación con la forma de pensar y de sentir de nuestros antepasados racionales. Lo que, como herederos suyos que somos, viene a ser lo mismo que decir respecto a la forma de pensar y de sentir de todos nosotros, los actuales habitantes de este planeta.

 

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