Capítulo VII

SEPARACIÓN DE LA LUNA Y DE LA TIERRA. COMIENZO DE LA TIERRA ACTUAL. LA RAZA LEMURIANA. DESARROLLO DE LOS SEXOS. CAÍDA DE LOS ÁNGELES. DESTRUCCIÓN DEL CONTINENTE DE LEMURIA POR EL FUEGO

 

En la formación del mundo planetario todo corresponde arriba y abajo, todo se encadena, todo progresa de manera paralela: los dioses, los hombres, los elementos. Al revés de lo que enseña la actual filosofía materialista que cree poder explicar la biología a partir de la química y hacer surgir la conciencia del yo de las reacciones puramente fisiológicas, aquí todo procede de lo invisible y toma forma en lo visible. Según el plan divino, el mundo espiritual se traduce con una riqueza creciente en el mundo material. Elespíritu se involucra en la materia la cual, mediante un efecto de rebote, evoluciona hacia el espíritu personificándose e individualizándose sin cesar. A cada nuevo avatar del mundo planetario, cuando nacen los planetas, todos los seres suben un grado de la escala, conservando la distancia entre ellos. Aunque estas ascensiones no pueden realizarse sin enormes desperdicios, desperdicios que sirven a continuación como base y fermento de nuevas ondas de vida. Hemos visto como actuaban estas leyes en el periodo saturnino, en el solar y en el periodo lunar de nuestro mundo. La constitución definitiva de la tierra actual nos suministra uno de los más brillantes ejemplos. La tierra que habitamos, la adama de Moisés, la demeter de Orfeo y Hornero, nos parece viejísima a causa de la larga vida de la humanidad comparada con el corto espacio de una encarnación humana. Pero los grandes adeptos afirman que nuestro astro es aún relativamente joven en relación con su organismo actual y con el porvenir a largo plazo que todavía le reservan otros tres avatares. Su constitución en planeta tierra, tema único que nos ocupará en este capítulo, fue debida a la última gran revolución cosmogónica, es decir, a la separación de la tierra y de la luna. En otros tiempos la luna actual era parte integrante de la tierra. Constituía lo más espeso y pesado: su núcleo. Las potencias espirituales que separaron la tierra de la luna fueron las mismas que antes habían arrancado la tierra-luna al sol. El objetivo principal de este desprendimiento fue el descenso del hombre desde el plano astral al físico, plano éste en el que, mediante el desarrollo de nuevos órganos, debía adquirir la conciencia personal. Ahora bien, este acontecimiento de importancia capital en el orden humano no era posible sino mediante la separación de la tierra y la luna en dos polos, siendo la tierra el polo masculino y la luna el polo femenino 21 El desarrollo fisiológico correspondiente tuvo como consecuencia la aparición de los seres tanto en el reino animal como en el humano. La especie humana no se separó de la animalidad sino con el desdoblamiento de los seres vivos en sexos opuestos. Y con la bisexualidad entraron en acción tres nuevas fuerzas: el amor sexual, la muerte y la reencarnación. Agentes enérgicos de actividad, de disociación y renovamiento. Temibles aguijones y látigos de la evolución humana, su gracia y su espanto. Sin embargo, el ser humano descendido del plano astral al plano físico atravesó las fases principales de la animalidad (pez, reptil, cuadrúpedo, antropoide) antes de alcanzar su forma actual. Pero, contrariamente a las teorías de Darwin y Haeckel, los factores esenciales a la humanidad, que a su manera atravesó las fases de las grandes especies, no fueron ni la selección natural ni la adaptación al medio, sino un impulso interior causado por la actividad de las potencias espirituales que siguieron al hombre paso a paso y lo desarrollaron gradualmente. Jamás hubiera atravesado el hombre las formidables etapas que llevan de la animalidad instintiva a la animalidad consciente sin los seres superiores que le dieron forma penetrándola y moldeándola degeneración en generación y de siglo en siglo, a través de millones de años. Fue a la vez una creación y una cooperación, una mezcla, una fusión, un incesante rehacimiento. Como veremos, los espíritus-guía de entonces actuaron sobre la humanidad naciente de una manera doble: por influjo espiritual, o encarnándose en sus cuerpos. Así el ser humano fue amasado simultáneamente por dentro y por fuera. Por lo tanto se puede afirmar que el hombre es a la vez su propia obra y obra de los dioses. El esfuerzo procede de sí mismo. De los dioses la chispa divina, el principio del alma inmortal.

 

Tratemos ahora de imaginarnos lo que fue el animal humano en el periodo de la tierra que los geólogos llaman era primaria. En dicha época todavía ardía el suelo movedizo de la tierra. El fuego afloraba por doquier. Lo que hoy día son los océanos se movían alrededor del planeta en una esfera semilíquida, semivaporosa, atravesada por mil corrientes cálidas o frías, hirviente en sus simas tenebrosas y gaseosa y transparente en sus partes altas. A través de estas capas oscuras o traslúcidas, torbellineantes o quietas, ya se movían numerosos ejemplares de un ser dotado de una extraña vitalidad y de una visibilidad singular. Por inquietante que hoy nos pueda parecer este extravagante antepasado, tenía su hermosura. Se parecía menos a un pez que a una larga serpiente de un azul verdoso, de cuerpo gelatinoso y transparente que permitía ver sus órganos interiores y que iridescía con todos los colores del arco iris. De su parte superior salía a manera de cabeza una especie de abanico o de panocha fosforescente. Ya aparece aquí el protoplasma de lo que en el hombre llegó a ser el cerebro. A este ser primitivo le servía simultáneamente como órgano de percepción y de reproducción. 22 De percepción porque, careciendo enteramente de ojos y oídos percibía a distancia a través de este órgano de una extrema sensibilidad todo lo que se le acercaba y podía favorecerle o perjudicarle. Aunque esta especie de linterna, esta gran flor luminosa como una medusa de mar, también desempeñaba la función de aparato macho y fecundante. Pues la gran medusa ágil y vivaz escondía además en su cuerpo ondulante un órgano femenino, una matriz. En determinadas épocas del año estos nadadores hermafroditas eran atraídos por los rayos solares a las partes superiores y menos densas de su océano. Entonces, bajo el influjo de estos rayos, se realizaba la fecundación. Es decir, que el ser bisexuado se fecundaba a sí mismo inconsciente e involuntariamente, como todavía lo hacen hoy muchas plantas cuya semilla caída de los estambres fecunda al estigma. El nuevo ser se formaba en su seno ocupaba poco a poco el sitio del primero. Toda la vida del anterior pasaba al nuevo y cuando éste había alcanzado su pleno crecimiento, se desprendía de su caparazón como hace la serpiente desprendiéndose de su armadura de escamas al mudar la piel. Por lo tanto había renovación periódica del animal aunque no había muerte ni renacimiento. Este ser carecía aún de yo. Le faltaba lo que los hindúes llaman el manas, el germen de la mentalidad la chispa divina del hombre, centro cristalizador del alma inmortal. Como todos los animales actuales no tenía sino un cuerpo físico, un cuerpo etérico (o vital), y un cuerpo astral (o radiante). Mediante este último también poseía sensaciones que se asemejaban a una mezcla de sensaciones táctiles, auditivas y visuales. En forma rudimentaria su modo de percepción era algo parecido a lo que hoy es el sexto sentido o sentido adivinatorio en los sujetos especialmente dotados de esta facultad.

 

Transportémonos ahora algunos millones de años más tarde, al eoceno y al mioceno 23. La tierra ha cambiado de aspecto. Todo el fuego ha entrado en su interior. La masa acuosa ha aumentado. Una parte de la envoltura vaporosa del globo se ha condensado formando los océanos de su superficie. En el hemisferio austral ha surgido un continente: Lemuria.24 En el suelo de este continente formado de granito y lava fundida crecían helechos gigantescos. La atmósfera siempre estaba cargada de nubes aunque la atraviesa una luz incierta. Todo lo que antes bullía en la atmósfera de la tierra-luna, gérmenes de plantas y animales, ha reaparecido sobre la tierra en formas más avanzadas. Todo ello nada en el océano, crece, repta, anda sobre el suelo o vuela en el aire denso. El ser destinado a transformarse en hombre, el hermafrodita medusa de la época primaria, medio pez medio serpiente, ha tomado la forma de un cuadrúpedo, de una especie de saurio, aunque muy diferente de los saurios actuales que no son sino una degeneración suya. Se ha desarrollado ampliamente su sistema cerebroespinal que apenas estaba esbozado en la medusa humana primitiva. Su glándula pineal se ha revestido de un cráneo y se ha transformado en cerebro aunque aún sale por un orificio que ha quedado en la parte superior de la caja craneana a través del que se muestra como una veleta móvil. En él aparecen ojos, ojos que apenas ven con una visión turbia. Pero la veleta pineal ha conservado su sensibilidad astral de manera que este ser imperfecto, híbrido y desconcertante, tendrá dos clases de percepción: una en el plano astral aún muy fuerte pero que va disminuyendo, y otra en el plano físico aún muy débil pero que va aumentando. Sus branquias se han transformado en pulmones, sus aletas en patas. En cuanto a su cabeza recuerda la del delfín, con prominencias frontales parecidas a las del león. Para transformar este ser semirampante y semiandador, dotado de virtualidades poderosas pero profundamente humillado y miserable, en un hombre erguido que levante la cabeza hacia el cielo, en un ser pensante que hable, hacían falta fuerzas mayores, más sutil ese ingeniosas que todas las que han imaginado nuestros sabios naturalistas. Hacían falta fuerzas milagrosas, es decir, una acumulación de fuerzas espirituales en un punto determinado. Para hacer subir hacia el espíritu a estos seres rudimentarios hacía falta que los espíritus de lo alto, los dioses, aparecieran bajo el velo más tenue posible de materia. En una palabra: hacía falta darles una nueva matriz e imprimirles el sello divino. El Génesis dices implemente: «Dios creó al hombre a su imagen» (Gen.1,27), y, más adelante «y alentó en su nariz soplo de vida; y fue el hombre en alma viviente» (Gen. II, 7). Finalmente agrega (en el capitulo VI, 1-4) que los hijos de Dios tomaron por mujeres a las hijas de la tierra, de donde nacieron los gigantes. Estas afirmaciones encierran verdades profundas. La ciencia esotérica las explica con razones que esclarecen simultáneamente las palabras mosaicas y los descubrimientos de la ciencia moderna, relacionándolas entre sí. Ante todo, el esoterismo precisa el papel de los hijos de los Dioses que fue complejo y variado. En la luna había quedado toda una clase de ángeles de la categoría luciferina y del orden más inferior, es decir, de aquellos que no sólo aspiraban a ser guías de los hombres, sino también a vivir ellos mismos su vida revistiendo un cuerpo físico y sumergiéndose en las sensaciones violentas de la materia. Se encarnaron en masa en los cuerpos de los hombres futuros que aún estaban reducidos al estado de saurios con cabezas del delfín. Bajo su acción intensa se desarrollaron los sistemas sanguíneo y nervioso. Entrando en la humanidad naciente le aportaban, junto con el deseo insaciable 25, la chispa divina, el principio inmortal del yo. Pero hacía falta además que este yo que así se cristalizaba fuera iluminado y fecundado por espíritus de un orden totalmente superior y verdaderamente divino. El planeta Venus estaba habitado entonces por un orden de espíritus de los que hemos hablado antes, por los Principios, educadores de los Arcángeles, los más poderosos de entre los que la mitología hindú designa con el nombre de Asuras. Estos jefes de la tercera jerarquía divina, encargados de la creación y de la educación del hombre, merecían más que cualesquiera otros el nombre de dioses. Pues no pueden revestir un cuerpo físico ni asimilarse en manera alguna a la materia. Desdeñan el fuego y no viven sino en la luz. Pero puede hacerse visibles a los seres inferiores revistiendo un cuerpo etérico (al que a voluntad dan todas las formas de su pensamiento) y una envuelta astral radiante. Estos fueron los seres superiores que vinieron a habitar la tierra durante un tiempo, en la época lemuriana. Parece que Hesíodo habla de ellos cuando dice «los dioses vestidos de aire andaban entre los hombres».Aquí tocamos directamente, por decirlo así, las energías divinas que trabajaron en la formación del hombre. El genio plástico de los helenos ha sintetizado toda esta evolución en la figura de Prometeo 26 modelando la arcilla humana con el fuego. Él es quien levanta hacia el cielo al hombre que se arrastra y quien con los dioses le enseña las artes. Aquí debemos señalar en detalle, según la verdadera historia, como percibieron los hombres primitivos a los dioses de lo alto, a los Principios, señores del comienzo y de la luz. Imaginemos el suelo movedizo del continente lemuriano aún atormentado por el fuego. Inmensos pantanos de los que emergen millones de volcanes se extienden hasta donde alcanza la vista. El sol nunca atraviesa la espesa capa de nubes que ensombrece el cielo .Aquí y allá se ramifican cadenas montañosas cubiertas por bosques gigantescos. Sobre una meseta desnuda, macizos dispersos de rocas graníticas han horadado la corteza de lava solidificada. Allí se reúnen en gran número saurios de cabeza leonina y vagamente humana. Se acercan atraídos por el extraño resplandor que sale de una gruta. Pues en ella aparece de vez en cuando el Maestro, el Amo, el dios que temen y veneran con un invencible instinto.

 

Recordemos que para hacerse comprender por los vivos, los dioses de todos los tiempos se han visto obligados a revestir formas parecidas a las suyas. Así pues el Instructor que hablaba a esta asamblea tiene la imponente forma de un dragón alado y luminoso. El cuerpo de este poderos opterodáctilo no es sino un cuerpo etéreo rodeado por un nimbo astral como una aureola radiante. Pero a los que lo miran les parece más vivo que ellos mismos. ¡ Y lo está! No habla una lengua articulada como las nuestras. Habla con sus gestos y con la luz que emana de él. Su cuerpo, sus alas, la veleta de su cabeza, relucen. Llamean sus ojos. Los rayos que salen de ellos parece que iluminaran el interior de las cosas. Siguiéndolos, los saurios fascinados comienzan a comprender el alma de los seres, incluso escuchan sus gritos y voces. Les responden y les imitan. De repente, el animal terrorífico y divino se ha levantado sobre sus pies, sus alas se agitan y llamea su cresta. Ante este signo se abre un agujero en el negro cielo. Bajo un huracán de luz aparece un ejército de dioses: caras desconocidas, múltiples, sublimes. Y, por un instante, irradia sobre ellos un disco de luz... Entonces la población viscosa y reptil que sigue los gestos de su maestro se alza arrebatada de entusiasmo y, con sus brazos todavía informes, adora al Dios supremo bajo la forma de un sol que enseguida se vela y desaparece. Así fue el tipo de enseñanza por el que el culto de los dioses y el sentimiento religioso entraron por primera vez, en la época de Lemuria, en lo que habría de ser la humanidad. Hay que considerar estas iluminaciones precoces como los más fuertes agentes de la evolución física del hombre. Afinaron sus órganos vitales y flexibilizaron sus miembros. Separaron vista y oído del caos de sensaciones táctiles. Les dieron sucesivamente la posición vertical, la voz, la palabra y los primeros rudimentos del lenguaje. A medida que el hombre se desarrollaba, los Principios revistieron formas más nobles y acabaron por aparecer bajo la figura del arcángel con rostro humano. Pero el recuerdo de los primeros maestros de la humanidad en forma de pterodáctilo no dejó de amedrentar la imaginación de los hombres. Cierto es que este miedo viene en parte de un recuerdo confuso de los monstruos antediluvianos que tenían formas parecidas. Sin embargo, en las más antiguas mitologías el dragón no es un ser malo sino más bien un dios. En primer lugar es un mago que lo sabe todo. El Japón y la India así como las mitologías germánicas y celtas hacen de él un animal sagrado. El «rey de las serpientes» de la epopeya hindú Naal y Damanyanti suministra un curioso ejemplo de ello. La veneración del Dragón como un Dios es aún un recuerdo de los primeros instructores de la humanidad.

 

A medida que el hombre se alejaba de las formas animales y se aproximaba a su forma actual se acentuaba en él la separación en sexos. La oposición de los sexos y la atracción sexual debían ser en las épocas siguientes uno de los propulsores más enérgicos de la humanidad en ascenso. Pero sus primeros efectos fueron terribles. Se siguieron tales perturbaciones y un tras tocamiento tan general que llevaron al planeta a un estado cercano al caos. La irrupción de los sexos en la vida, el placer nuevo de crear a dos, actuaron sobre todos los seres animados -tanto en la vida animal como en la humanidad naciente- como una bebida embriagadora: un vértigo universal se apoderó del mundo de los vivos. Las especies tuvieron tendencia a confundirse. Los pterodáctilos se unieron con las serpientes y alumbraron pájaros de presa. La mar se transformó en un laboratorio de monstruos. Del acoplamiento de las especies inferiores de la humanidad con los mamíferos nacieron los monos. El hombre no es pues en manera alguna un mono perfeccionado. Por el contrario el mono es una degeneración y una degradación del hombre primitivo, un fruto de su primer pecado, su caricatura y remordimiento pues le dice:«Cuídate de volver a descender al instinto en vez de subir hasta la conciencia, porque si lo haces te volverás parecido a mí».Nunca azotó al planeta más espantosa plaga. De este desorden en las generaciones nacieron todas las pasiones malas: el deseo sin freno, la envidia, el odio, el furor, la guerra del hombre y los animales, la guerra de los hombres entre sí. Las pasiones se difundieron por la atmósfera astral de la tierra como humo emponzoñado, aún más pesadas que las espesas nubes que gravitaban sobre ella. El genio griego, que humaniza todo lo que toca y encierra los terrores de la naturaleza en las mallas redentoras de la hermosura, plasmó este momento de la prehistoria en la leyenda de Pandora 27. Los dioses que estaba celosos de Prometeo, secuestrador del fuego celeste, envían a los hombres el fantasma seductor de la mujer ataviada con todos sus encantos. El imprudente Epimeteo acepta el regalo. Entonces Pandora abre la tapa del vaso que tiene en sus graciosos brazos. Inmediatamente se escapan de él todos los males, plagas y enfermedades que, como negro humo, se difunden sobre la tierra para afligir al género humano. Pandora cierra la tapa con rapidez. Sólo queda en el vaso, detenida en el borde de su tapa, la Esperanza. Maravillosa imagen de los desórdenes que desencadenó el primer desbordamiento sexual sobre la tierra, y también el deseo infinito del alma cautiva que, pese a todo, se estremece ante el eterno-femenino manifestado en la carne. Era inminente un desastre. Un cataclismo habría de destruir gran parte del continente lemuriano, cambiar la superficie del globo y conducir a los supervivientes hacia una nueva onda de vida. Pues existe una correlación íntima y constante entre las pasiones que  trabajan el mundo de los vivos y las fuerzas que se incuban en las entrañas de la tierra. El fuego-principio, el fuego creador encerrado y condensado en una de las esferas concéntricas de la tierra, es el agente que pone en fusión las masas que están bajo su corteza produciendo en ellas las erupciones volcánicas. No es un elemento consciente sino un elemento pasional de extrema vitalidad y con una formidable energía que responde magnéticamente mediante contragolpes violentos. Así es el elemento luciferino que la tierra esconde bajo otros caparazones. Habida cuenta de esta correspondencia astral entre la vida anímica del globo y la de sus habitantes, no es de extrañar que la actividad volcánica del continente astral alcanzara su grado máximo al final de este periodo. Formidables sacudidas telúricas hicieron temblar Lemuria del uno al otro confín. Sus innumerables volcanes se pusieron a vomitar torrentes de lava. Por todas partes surgieron nuevos conos explosivos en el suelo que escupían surtidores de fuego y montañas de cenizas. Millones de monstruos apelotonados en las simas o encaramados en las cumbres fueron asfixiados por el aire inflamado o tragados por la mar hirviente. Algunos de ellos escaparon al cataclismo y reaparecieron en el siguiente periodo. En cuanto a los hombres degenerados fueron barridos en masa junto con el continente que, después de una serie de erupciones, se hundió sumergiéndose poco a poco bajo el océano. Sin embargo, bajo la guía de una Manú o Guía divino, una élite de la raza lemuriana se había refugiado en la parte extremo-occidental de Lemuria. Desde allí pudo ganar la Atlántida, tierra virgen y verdeante recientemente emergida de las aguas en la que habría de desarrollarse una nueva raza y la primera civilización humana. En este rápido ensayo de cosmogonía esotérica hemos visto como nuestro mundo solar se formó a través de sucesivas condensaciones, similares a las vislumbradas por Laplace en su Sistema del Mundo. Pero detrás de las leyes físicas que son el régimen de la materia hemos discernido las potencias espirituales que la animan. Gracias al trabajo de estas potencias Saturno se separó de su nebulosa y en el centro de ella se encendió el sol. Los planetas nacieron posteriormente uno a uno, debido a la vida y a la lucha de los dioses. Cada una de estas etapas es un mundo aparte, un largo sueño cósmico en el que se muestra un aspecto de la divinidad o se expresa un pensamiento suyo. Con los Principios fue la Palabra del Comienzo. Con los Arcángeles, el éxtasis celeste ante el cosmos delante del esplendor solar. Con Lucifer, el rayo creador en las tinieblas del abismo. Con los Ángeles, la santa piedad. Con el hombre, el sufrimiento y el deseo. Gota temblorosa de luz caída del corazón de los dioses ¿podrá rehacer el camino en sentido inverso, reunirse con las potencias que lo han alumbrado, y transformarse a su vez en una especie de Dios, mientras sigue siendo libre e idéntico a sí mismo? Azarosa y temible aventura por un camino interminable cuya sombra hace lóbregos los primeros vericuetos, y cuya gloria deslumbrante vela el desenlace. Intentemos seguirla por algunos peldaños de la escala que se pierde en el infinito.

 

21. Respecto al Sol la tierra representa por el contrario el polo femenino.

22. La mitología celta ha conservado memoria de muchos aspectos del hombre y animales de estas épocas remotas, así como de la naturaleza. Algunas de estas descripciones pueden encontrarse en obras literarias quebeben en las fuentes de esta tradición, por ejemplo en El Señor de los Anillos de Tolkien, o en La Trilogía de Ransom de C. S. Lewis.

23. El eoceno y el mioceno son dos períodos de la Era Terciaria.

24. Los naturalistas que estudian el globo terrestre desde el punto de vista de la paleontología y de la antropología han señalado hace tiempo la existencia de un antiguo continente, hoy hundido, que estaba situado en el hemisferio austral. Abarcaba la actual Australia, una parte de Asia y África meridional y llegaba hasta América del Sur. En esta época aún estaban bajo el agua tanto Asia central y septentrional, como la mayor parte de África y América, así como Europa entera. El inglés Selater llamó Lemuria a este continente a causa del antropoide Lemuria. Según el naturalista alemán Haeckel fue en este continente donde se desarrollaron los animales de tipo lemúrido. Damos a continuación las conclusiones de un naturalista inglés sobre el antiguo continente lemuriano: «La paleontología, la geografía física y las observaciones acerca de la distribución de la fauna y de la flora, atestiguan la existencia de una estación prehistórica entre África, la India y el archipiélago oceánico. Esta Australia primitiva debió existir al principio del período pérmico y durar hasta el fin del mioceno. África del sur y la casi isla hindú son los restos de este continente» (Blandfort: On ihe age andcorrelation ofihe planbearing series of India and the former existence of anIndo- Oceank Continent). La duración probable del continente lemuriano fue de 4 a 5 millones de años. Su flora característica fueron las coníferas de agujas, los helechos gigantes y la vegetación de pantanos cálidos. Su fauna estaba formada por toda clase de reptiles. Los ictiosaurios, los plesiosaurios y los dinosaurios (dragones) eran los animales dominantes junto con los pterodáctilos de alas de murciélago. Habla lagartos voladores de todos los tamaños, desde el de un gorrión hasta saurios provistos dealas de cinco metros. Los dragones o dinosaurios, terribles animales de presa,t enían 10 y 15 metros de longitud. (Ver Lost Lemuria, por Scott Elliot. Londres).

25. El budismo y muchos místicos de diversas escuelas consideran al yo y a los deseos como de origen diabólico. La anulación de ambos sería para ellos una condición imprescindible de la regeneración. El yo que muchos hermetistas quieren matar no se refiere en absoluto al yo psicológico individual de los modernos, sino a un yo determinado, elementario y sidérico, motivado por las influencias astrales, «mal que está sembrado en el aire» según Boehme. La muerte de este yo sidérico facilita el desarrollo del yo divino e inmortal, defendido como grado necesario de la evolución cósmica por la tradición esotérica cristiana entreotras. (Véase la nota 112 a DE SIGNATURA RERUM de Boehme, Muñoz Moya editores, Sevilla.)

26. Véanse nota 15 y apéndices.

27. Véase Apéndice.