Capítulo I

EL ENIGMA DE LA ESFINGE Y LA SABIDURÍA PRIMORDIAL

 

La finalidad de la sabiduría es resolver el enigma del hombre, término último de toda la evolución planetaria. Este enigma engloba el enigma del mundo ya que el pequeño universo humano o microcosmos es espejo y síntesis del grande o macrocosmos. Constituidos por los mismos principios, ambos son expresiones diferentes, aunque concordantes, del invisible Creador visible en sus obras, del Espíritu soberano al que llamamos Dios.

Ningún símbolo expresa más elocuentemente el entrelazado enigma de la naturaleza y el hombre como la antigua esfinge del Egipto inmemorial. El pensamiento humano, los pueblos y las religiones, se miden descifrando su sentido.

 

Desde hace aproximadamente diez mil años, es decir, desde el origen de las primeras civilizaciones africanas y asiáticas anteriores a nuestras civilizaciones europeas, la colosal esfinge de Gizeh, esculpida en la roca y recostada sobre las amarillas arenas del desierto, interroga a los peregrinos con preguntas temibles. De su forma muda y de su frente altiva surge un lenguaje sobrehumano, más impresionante que todas las lenguas habladas. «Mírame -dice- soy la Esfinge- Naturaleza. Ángel, águila, león y toro; tengo la faz augusta de un dios y el cuerpo de una bestia alada y rugiente. No posees ni mi grupa, ni mis garras, ni mis alas, pero tu busto se parece al mío. ¿Quién eres? ¿de dónde vienes? ¿a dónde vas? ¿has salido del limo de la tierra o desciendes del disco radiante de ese glorioso sol que nace allá abajo en las montañas arábigas? Yo soy desde siempre, desde siempre sé, yo veo eternamente. Pues soy uno de los Arquetipos

eternos que viven en la luz increada... pero... me está prohibido hablar de otra manera que con mi presencia.Tú, hombre efímero, viajero oscuro, sombra fugaz, busca y averigua. Si no, desespera».

A lo largo de la historia, tanto las mitologías como las religiones y las filosofías han respondido de mil maneras a la pregunta lacinante, al mandato imperioso de la bestia alada. Han apaciguado la sed de verdad que arde en el corazón del hombre pero no la han satisfecho. Pese a la diversidad de dogmas y ritos todas coinciden en un punto esencial. A través de sus cultos, de sus símbolos, de sus sacrificios, de sus reglas, de sus promesas, estos guías espirituales no han dejado de decir al hombre: «Vienes de un mundo divino y, si quieres, puedes retornar a él. En ti existe lo efímero y lo eterno. No te sirvas de lo primero sino para desarrollar lo segundo».

El cristianismo prometió la verdad a los más humildes e hizo que se estremeciera de esperanza la humanidad entera. Desde su advenimiento, las almas han sido acunadas durante casi dos mil años con la leyenda del paraíso perdido por el pecado del primer hombre y con la de la redención que el sacrificio de un dios obtuvo para la humanidad degenerada. Pero la forma infantil del popular y sugestivo relato no satisface ya al hombre adulto que se ha adueñado de las fuerzas de la naturaleza, a ese hombre que, semejante al incrédulo Tomás, pretendedesvelar con su razón todos los misterios.

 

Y hete aquí que el hombre actual se ha enfrentado a la antigua esfinge cuya pregunta, siempre repetida, irrita y perturba a pesar suyo al buscador intrépido. Cansado al fin, exclama: «Esfinge eterna, tu vieja pregunta es estúpida y vana. No existe ningún Dios. Y si existiera en alguna parte, en una región inaccesible a mis sentidos, no quiero saber nada suyo y pasaré sin él. Los dioses han muerto. Ni hay absoluto alguno, ni Dios supremo, ni causa primera. Lo único que existe es un continuo torrente de fenómenos que se siguen como las olas y ruedan en el circulo fatal del universo. Esfinge decepcionante, tormento de sabios, espantajo de muchedumbres: ya no te temo. Nada me importa saber qué casualidad me hizo salir de tus flancos. Pero puesto que he nacido, escapo a tus garras. Me llamo voluntad, razón, análisis, y todo se inclina ante mi poder. Porque así ocurre, soy tu amo y tu presencia es inútil. Desaparece en la arena, vano simulacro del pasado, fantasma postrero de los desvanecidos dioses, y déjame la tierra donde por fin derramaré la libertad y la dicha».

 

Así habla el nuevo hombre, el superhombre de una ciencia que solo es la ciencia de la materia. La esfinge incomprendida por la humanidad actual, la esfinge que ha perdido su aureola, su disco de oro del tiempo de los faraones símbolos del sol alado, que ha perdido su poder de hacer hablar a los dioses a través del alma humana en el silencio de los templos, la esfinge que se desmorona en el desierto, la esfinge calla. El superhombre triunfante se contempla en el espejo de su ciencia.

 

Y retrocede asustado. Pues se ve a sí mismo bajo la imagen de un gorila de cuerpo peludo y rostro prógnata que,haciendo muecas, le grita: «Este es tu antepasado... saluda   tu nuevo Dios». Ante esta visión el superhombre tiembla de horror y se siente humillado por su implacable ciencia.

En las profundidades de su conciencia escucha una voz que le parece ser la de la lejana esfinge, sutil como una onda aérea y armoniosa, como el murmullo que surge de la estatua de Memnón ante el primer rayo de sol: «¡Hombre insensato que crees descender del gorila, merecerías no superarlo! Tu mayor crimen es haber matado a Dios».

 

Este es el estado de espíritu que la ciencia sin alma y sin Dios ha creado en la humanidad. De él proceden el agnosticismo y el materialismo que señorean la mentalidad contemporánea. Dice el agnóstico: «nunca averiguaremos el fondo de las cosas; dejemos pues de preocuparnos de ello». El materialismo afirma: «no existen sino la materia y el instinto; saquemos el mejor partido posible». El resultado de ambas doctrinas es idéntico: fatalismo en historia y en filosofía, realismo en arte, supresión del sentimiento religioso y de la idea divina.

 

Se pretende emancipar al hombre liberándolo de la idea de Dios y se le hace esclavo de la materia. Decapitando al universo se decapita a las personas. Se sobreentiende que no confundo aquí la propia ciencia, admirable en su trabajo de observación y clasificación, con los vulgarizadores

fanáticos que teorizan el agnosticismo y el materialismo.

 

Estos últimos son los que arrojan un velo negro a través del cual el mundo aparece como un cementerio. Hace tiempo que son legión los que se rebelan contra este velo cuyos pliegues innumerables ocultan el universo viviente y encadenan el pensamiento. Pero ¿dónde encontrar la espada de luz que lo desgarre?

 

Unos recurren a la vieja metafísica cuyos conceptos abstractos, sin poder sobre la naturaleza viva, no suministran más que armas embotadas. Otros se resignan a la filosofía de los compartimentos estancos que pone a la ciencia en un sitio y a la moral religiosa en otro, filosofía que conduce a una impotencia total pues corta al hombre en dos. Los de más allá retoman sin comprenderlos los dogmas de la iglesia, y buscan consuelo en sus ritos cuya magia se perdió al tiempo que su sentido sublime. Dichos ritos pueden todavía apaciguar la inquietud pero no procuran la verdad.

 

¿Dónde está la espada de luz que traspase a la vez las tinieblas del alma y los abismos de la naturaleza para volver a encontrar a Dios en ellos? ¿Es dueña del mundo una ciencia que mata? ¿La sabiduría fuente de vida solo es una palabra huera? Esto es lo que muchos afirman y lo que

creen casi todos. Y sin embargo existe una sabiduría primordial, trascendente, eterna, en la que reside el conocimiento pleno. Antes fluía desbordada como el Ganges que cae desde las nieves del Himalaya. Hoy apenas parece un delgado hilo de agua que corre sobre un cauce de guijarros. Pero nunca ha desaparecido por completo. Esta sabiduría procede de otras facultades que las que usa la ciencia actual.

 

La intuición no es sino un pálido reflejo y su primera etapa. Se llama videncia, contemplación de lo divino, comunión viva con el Eterno. Esta sabiduría procede de la luz interior que se enciende en el hombre en un determinado punto de su desarrollo. Penetra a través del mundo astral,

laboratorio de las fuerzas creadoras, hasta el mundo espiritual origen de las cosas. Las traducciones que de esta sabiduría nos dan el lenguaje y el arte humanos son oscuras e imperfectas. Pero su fuente es pura y radiante pues brota bajo el influjo directo de las potencias espirituales que han

creado el mundo. Los sabios primitivos no solo vieron estas potencias sino que contemplaron interiormente los grandes misterios de la creación, quiero decir los sucesivos aspectos que revistió el sistema solar antes de la formación de la tierra. Los contemplaron en los clichés vivaces que flotan en la luz astral para el ojo del espíritu puro, y dieron a los planetas los mismos nombres que a las fuerzas cósmicas que los modelaron. Esta es la razón por la que los planetas se transformaron en dioses mitológicos (1). Los grandes ocultistas y los grandes místicos de los siglos XVI y XVII poseyeron algunos destellos de esta sabiduría primordial que fue una videncia sublime.

 

Heinrich Khumrath trata de resumirla en su Teatrum sapientae aeternae (2); Jacob Boehm se aproximó a ella como visionario en su Aurora (3) Paracelso la estudia en su tratado sobre la Astronomía Magna.

 

1.Los grandes astrónomos del siglo XVI que formularon las leyes de la mecánica celeste -Copérnico, Galileo, Kepler, etc.- tenían de los astros una

idea muy parecida a la de los magos de Caldea y los sacerdotes egipcios. Escuchemos por ejemplo lo que dice Kepler: «La creación entera constituye una sinfonía maravillosa, tanto en el orden de las ideas y del espíritu como en el de los seres materiales. Todo se encadena y está mantenido por relaciones mutuas indisolubles; todo forma un conjunto armónico. En Dios encontramos la misma armonía, una armonía suprema. Pues Dios nos ha creado a semejanza suya y nos ha dado la idea y el sentimiento de la armonía. Todo lo que existe es vivo y animado, porque todo lo que existe es seguido y ligado. No hay astro que no sea un animal y que no tenga alma. El alma de los astros es la causa de sus movimientos y de la simpatía que une los astros entre sí. Ella es la que explica la regularidad de los movimientos naturales» KEPLER, Harmonices Mundi, 1619

 

2.Véase el estudio que le consagró Stanislas de Guaita incluido como apéndice en FAMA FRATERNITATIS Y CONFESSIO, Muñoz Moya editores, Sevilla, 2000

 

3.Existe traducción castellana. Aurora, Ediciones Alfaguara, Madrid 1979. Leibnitz la presintió llamándola perennis quaedam pbilosopbia. El gran teósofo actual Rudolf Steiner la bautiza Urweltweisheit, palabra intraducibie cuyo sentido aproximado es el de «sabiduría de la fuente de losmundos».

 

4. «Lo que el hombre adquiere mediante la inspiración y la videncia no es sino un reflejo de las potencias espirituales que han creado el mundo. El relojero tieneuna idea del reloj y lo construye según su plan. Una vez construido el reloj podemos encontrar la idea que ha presidido su construcción desmontando el aparato. Esta es la situación del hombre frente a la sabiduría divina y creador. Esta sabiduría existía antes que nuestro mundo existiera: era el plan del mundo. Dicha sabiduría fue comunicada al hombre más tarde. Son las ideas expresadas porlos dioses». RUDOLF STEINER. Notas tomadas en las conferencias de abril de1909.