TEXTOS DE PLATÓN SOBRE LA ATLÁNTIDA

TIMEO

21-e «Hay en Egipto, dijo Solón, en el Delta, hacia cuyo extremo final el

curso del río se divide, un cierto nomo llamado Saítico, cuya principal

ciudad es Sais. De allí era el rey Amasis. Los naturales de esta ciudad

creen que la fundó una diosa: en lengua egipcia su nombre es Neith,

pero en griego, según ellos dicen, es Atenea. Esas gentes son muy amigas

de los atenienses y afirman ser de alguna manera parientes suyos. Solón

contó que, una vez llegado allí, adquirió entre ellos una 22gran

consideración y que, habiendo interrogado un día a los sacerdotes más

sabios en estas cuestiones acerca de las tradiciones antiguas, había

descubierto que ni él mismo, ni otro griego alguno, había sabido de ello

prácticamente nada. Y una vez, queriéndoles inducir a hablar de cosas

antiguas, se puso él a contarles lo que aquí sabemos como más antiguo.

Les habló de Foroneo, ese a quién se llama el primer hombre, de Niobe, del

diluvio de Deucalión, de Pyrra de los mitos 22-bque se cuentan acerca de su

nacimiento, y de las genealogías de sus descendientes. Y se esforzó por

calcular la fecha, recordando los años en que ocurrieron esos

acontecimientos.

Pero uno de los sacerdotes, ya muy viejo, le dijo: «-¡Solón, Solón,

vosotros los griegos sois siempre niños: ¡un griego nunca es viejo!» A lo

que replicó Solón: «¿Cómo dices ésto?»; y el sacerdote: -«Vosotros sois

todos jóvenes en lo que a vuestra alma respecta. Porque no guardáis en

ella ninguna opinión antigua, procedente de una vieja tradición, ni tenéis

ninguna ciencia 22-c encanecida por el tiempo. Y esta es la razón de ello.

Los hombres han sido destruidos y lo serán aun de muchas maneras. Por

obra del fuego y del agua tuvieron lugar las más graves destrucciones. Pero

también las ha habido menores, ocurridas de millares de formas

diversas. Pues, eso que también se cuenta entre vosotros de que, cierta

vez, Faetón, hijo de Helios, habiendo uncido el carro de su padre, pero

incapaz de dirigirlo por el camino que seguía su padre, incendió cuanto 22-

d había sobre la tierra y pereció el mismo, herido

por un rayo, se cuenta en forma de leyenda. La verdad es ésta: a veces en los

cuerpos que dan vueltas al cielo, en torno a la tierra se produce una

desviación o paralaje. Y con intervalos de tiempo muy espaciados, todo lo

que hay sobre la tierra muere por la superabundancia del fuego. Entonces,

todos los que habitan sobre las montañas, en los lugares elevados y en los

que son secos, mueren, más que los que viven en lugares cercanos a los

ríos y al mar. A nosotros, en cambio, el Nilo, nuestro salvador, igual que

en otras circunstancias nos preserva también en esta calamidad,

desbordándose. Por el contrario, otras veces, cuando los dioses purifican la

tierra por medio de las aguas y la inundan, sólo se salvan los boyeros y los

pastores en las montañas, mientras que los habitantes de las ciudades que

hay entre vosotros 22-cson arrastrados al mar por los ríos. En este país, en

cambio, ni entonces, ni en los demás casos descienden las aguas desde

las alturas a las llanuras, sino que siempre manan naturalmente de debajo

tierra. Por este motivo, se dice, ocurre que se hayan conservado aquí las

tradiciones más antiguas. Sin embargo la verdad es que, en todos los

lugares en que ni un frío excesivo, ni un calor abrasador, puede hacer

perecer la raza humana, 23 siempre existe ésta, unas veces más numerosa,

otras veces menos. Y por eso, si se ha realizado alguna cosa bella, grande o

digna de nota en cualquier otro aspecto, bien sea entre vosotros, bien aquí

mismo, bien en cualquier otro lugar de que hayamos oído hablar, todo se

encuentra aquí por escrito en los templos desde la antigüedad y se ha

salvado así la memoria de ello. Pero, entre vosotros y entre las demás

gentes, siempre que las cosas se hallan ya un poco organizadas en lo que toca

a la recensión escrita y a todo lo demás que es necesario a los Estados, he ahí

que nuevamente, a intervalos regulares, como si fuera una enfermedad,

las olas de cielo se echan sobre vosotros y no dejan sobrevivir de entre

vosotros más que a gentes sin cultura e ignorantes. 23-bY así vosotros volvéis

a ser nuevamente jóvenes, sin conocer nada de lo que ha ocurrido aquí, ni

entre vosotros, ni en los tiempos antiguos. Pues estas genealogías que

acabas de citar, ¡oh Solón!, o que al menos acabas de reseñar aludiendo a

los acontecimientos que han tenido lugar entre vosotros, se diferencian

muy poco de los

cuentos de niños. En principio, vosotros no recordáis más que un diluvio

terrestre siendo así que anteriormente ha habido ya muchos de esos. Luego

tampoco sabéis que la raza mejor y la más bella entre los humanos ha nacido

en vuestro país, ni sabéis que vosotros y toda vuestra ciudad descendéis de

esos hombres, 23-c por haberse conservado un reducido número de ellos

como semilla. Lo ignoráis porque, durante numerosas generaciones, han

muerto los supervivientes, sin haber sido capaces de expresarse por

escrito. Sí Solón; hubo un tiempo, antes de la mayor de las destrucciones

de las aguas, en que la ciudad que hoy en día es la de los atenienses, era

entre todas la mejor en la guerra y de manera especial la más civilizada

en todos aspectos. Se cuenta que en ella se llevaron a cabo las más

bellas hazañas; allí hubo las más bellas realizaciones 23-d Apolíticas de

entre todas aquellas de que oímos hablar bajo el cielo.»

Habiendo oído esto, Solón dijo que se quedaba sorprendido y, lleno

de curiosidad, rogó a los sacerdotes que le contaran exactamente y por orden

toda la historia de sus conciudadanos de otros tiempos.

El sacerdote respondió: «No voy a emplear ninguna clase de

reticencia, sino que en tu gracia, ¡oh Solón!, en la de vuestra ciudad y más

aún en gracia de la diosa que ha protegido, educado e instruido vuestra

ciudad y la nuestra, os la voy a contar.

24-d Numerosas y grandes fueron vuestras hazañas y las de

vuestra ciudad: aquí están escritas y causan admiración. Pero, sobre todo,

hay una que aventaja a las otras en grandiosidad y heroísmo. En efecto

nuestros escritos cuentan de qué manera vuestra ciudad aniquiló, hace ya

tiempo, un poder insolente que invadía a la vez toda Europa y toda Asia y

se lanzaba sobre ellas desde el fondo del mar Atlántico

En aquel tiempo, en efecto, era posible atravesar este mar. Había

una isla delante de este lugar que llamáis vosotros las columnas de

Hércules. Esta isla era mayor que la Libia y el Asia unidas. Y los

viajeros de aquellos tiempos podían pasar de esa isla 25a las demás islas y

desde estas islas podían ganar todo el continente, en la costa opuesta de este

mar que merecía realmente su nombre. Pues, en uno de los lados, dentro

de este estrecho de que hablamos,

parece que no había más que un puerto de boca muy cerrada y que, del otro

lado, hacia afuera, existe este verdadero mar y la tierra que lo rodea, a la

que se puede llamar realmente un continente, en el sentido propio del

término. Ahora bien, en esta isla Atlántida, unos reyes habían formado un

imperio grande y maravilloso. Este imperio era señor de la isla entera y

también de muchas otras islas y partes 25~ bdel continente. Por lo demás, en

la parte vecina a nosotros, poseía la Libia hasta Egipto y la Europa hasta la

Tirrenia. Ahora bien, esa potencia, concentrando una vez todas sus

fuerzas, intentó, en una sola expedición, sojuzgar vuestro país y el

nuestro, y todos los que se hallan a esta parte de acá del estrecho. Fue

entonces, ¡oh Solón!, cuando la fuerza de vuestra ciudad hizo brillar á los

ojos de todos su heroísmo y su energía. Ella, en efecto, aventajó a todas las

demás por su 25-c fortaleza de alma y por su espíritu militar. Primero a la

cabeza de todos los helenos, sola luego por necesidad, abandonada por los

demás, al borde de peligros máximos, venció a los invasores, se alzó con la

victoria, preservó de la esclavitud a los que no habían sido nunca

esclavos y, sin rencores de ninguna clase, liberó a todos los demás

pueblos y a nosotros mismos que habitamos al interior de las columnas de

Hércules. Pero, en el tiempo subsiguiente, hubo terribles temblores de

tierra y cataclismos. Durante un día y una noche horribles, 25-dltodo vuestro

ejército fue tragado de golpe por la tierra, y asimismo la isla Atlántida se

abismó en el mar y desapareció. He aquí por qué todavía hoy ese mar de

allí es difícil e inexplorable, debido a sus fondos limosos y muy bajos que

la isla, al hundirse, ha dejado.»

Habéis oído, brevemente, Sócrates, lo que contara el viejo

Critias, según lo había él recibido de Solón.

CRITIAS

io8-e Ante todo, recordemos lo esencial. Han transcurrido en total

nueve mil años desde que estalló la guerra, según se dice, entre los pueblos

que habitaban más allá de las Columnas de Hércules y los que habitaban

al interior de las mismas. Esta guerra es lo que

hemos de referir ahora desde su comienzo a su fin. De la parte de acá, como

hemos dicho, esta ciudad era la que tenía la hegemonía y ella fue quien

sostuvo la guerra desde su comienzo a su terminación. Por la otra parte, el

mando de esta guerra estaba en manos de los reyes de la isla Atlántida.

Esta isla, como ya hemos dicho, era entonces mayor que la Libia y el Asia

juntas. Hoy en día, sumergida ya por temblores de tierra, no queda de

ella más que un fondo limoso infranqueable, 109 difícil obstáculo para los

navegantes que hacen sus singladuras desde aquí hacia el gran mar. Los

numerosos pueblos bárbaros, así como las poblaciones helenas existentes

entonces, irán apareciendo sucesivamente a medida que se irá desarrollando

el hilo de mi exposición y se los irá encontrando por su orden. Pero los

atenienses de entonces y los enemigos a quienes ellos combatieron, es

menester que os los presente al comienzo.

112-e Vamos a daros a conocer ahora las características de sus

adversarios y cuál era su originaria manera de ser natural, en orden a que

no sean comunes estos conocimientos, como amigos que somos, si,

como esperamos, no hemos perdido el recuerdo de lo que oímos contar en

nuestra infancia.1173Y en primer lugar he de advertiros en una palabra,

antes de comenzar mi explicación, que no os ha de sorprender el que me

oigáis dar con frecuencia nombres griegos a gentes bárbaras. Ved cuál es

la causa de ello. Solón, al querer utilizar esa narración en sus poemas,

preguntó cuál era el sentido de estos nombres. Y descubrió que los

egipcios, que habían sido los primeros en escribir esta historia, los habían

transcrito en su idioma. El mismo, habiendo vuelto a encontrar el significado

de cada nombre, los volvió a traducir por segunda vez a nuestra lengua, para

escribirlos.113b Ahora bien, los manuscritos mismos de Solón estaban en mi

casa y yo los he estudiado mucho en mi juventud. Cuando, pues, oigáis

nombres parecidos a los que escuchan entre nosotros, no os sorprendáis de

ello: conocéis ya la razón por la que es así. He ahí ahora cuál era

aproximadamente el comienzo de este largo relato.

Según se ha dicho ya anteriormente, al hablar de cómo los dioses

habían recurrido a echar a suertes la tierra entre ellos,

dividieron toda la tierra en 113-c Apartes, mayores en una, menores en

otras. Y ellos instituyeron allí, en su propio honor, cultos y sacrificios.

Según esto, Poseidón, habiendo recibido como heredad la isla Atlántida,

instaló en cierto lugar de dicha isla los hijos que había engendrado él de

una mujer mortal. Cerca del mar, pero a la altura del centro de toda la isla,

había una llanura, la más bella según dice de todas las llanuras y la más

fértil. Y cercana a la llanura, distante de su centro como unos cincuenta

estadios, había una montaña que tenía en todas sus partes una altura

mediana. En esta montaña habitaba entonces un hombre de los que en

aquel país habían nacido originariamente de la tierra. Se llamaba Evenor

y 113-d vivía con una mujer llamada Leucippa. Tuvieron una hija única,

Clito. La muchacha tenía ya la edad nubil cuando murieron su padre y su

madre. Poseidón la deseó y se unió a ella. Entonces el Dios fortificó y aisló

circularmente la altura en que ella vivía. Con este fin, hizo recintos de mar

y de tierra, grandes y pequeños, unos en torno a otros. Hizo dos de tierra,

tres de mar y, por así decir, los redondeó, comenzando por el centro de la

isla, del que esos recintos distaban en todas 113-cpartes una distancia

igual. De esta manera resultaban infranqueables para los hombres, pues

en aquel entonces no había aún navios ni se conocía la navegación. El

mismo Poseidón embelleció la isla central, cosa que no le costó nada,

siendo como era Dios. Hizo brotar de bajo tierra dos fuentes de agua, una

caliente, otra fría, e hizo nacer sobre la tierra plantas nutritivas de toda clase,

en cantidad suficiente. Allí engendró y educó él cinco generaciones de

hijos varones y mellizos. Dividió toda la isla Atlántida en ""diez partes.

Al primogénito de los dos más viejos, le asignó la morada de su madre y la

parcela de tierra de su contorno, que era la más extensa y la mejor. Lo

estableció en calidad de rey sobre todos los demás. A estos les hizo

príncipes vasallos de aquél y a cada uno de ellos le dio autoridad sobre un

gran número de hombres y sobre un extenso territorio. Les impuso nombres

a todos: el más viejo, el rey, recibió el nombre que sirvió para designar la

isla entera y el mar llamado Atlántico, ya que el nombre del primer rey que

reinó 114-bentonces fue Atlas. Su hermano mellizo, nacido después de él,

obtuvo en heredad la parte

extrema de la isla, por la parte de las columnas de Hércules, frente a la

región llamada hoy día Gadírica, según este lugar: se llamaba, en griego,

Eumelos y, en lengua del país, Gadiros. Y el nombre que se le dio se

convirtió en el nombre del país. Luego, de los que nacieron en la

segunda generación, llamó a uno Amferes y al otro Evaimon. ll4cEn la

tercera generación, el nombre del primogénito fue Mneseas, y el del

segundo fue Autóctono. De los de la cuarta generación, llamó Elasippo al

primero y Mestor al segundo. Y en la quinta, el que nació primero recibió

el nombre de Azaes, y el que nació luego el de Diaprepés. Todos estos

príncipes y sus descendientes habitaron el país durante numerosas

generaciones. Eran también señores de una gran multitud de otras islas en el

mar y, además, como ya se ha dicho,114-d reinaban también en las

regiones interiores, de la parte de acá de las columnas de Hércules, hasta

Egipto y Tirrenia. De esta forma nació de Atlas una raza numerosa y

cargada de honores. Siempre era rey el más viejo y él transmitía su realeza al

primogénito de sus hijos. De esta forma conservaron el poder durante

numerosas generaciones.

Habían adquirido riquezas en tal abundancia, que nunca sin duda

antes de ellos ninguna casa real las poseyera semejantes, y como ellos

ninguna las poseerá probablemente en lo futuro. Ellos disponían de todo

lo que podía proporcionar la misma ciudad y asimismo el resto ll4-cdel

país. Pues, si es verdad que les venían de fuera multitud de recursos a

causa de su imperio, la mayor parte de los que son necesarios para la

vida se los proporcionaba la isla misma. En primer lugar, todos los

metales duros o maleables que se pueden extraer de las minas. Primero

aquél del que tan sólo conocemos el nombre, pero del que entonces existía,

además del nombre, la substancia misma, el oricalco. Era extraído de la

tierra en diversos lugares de la isla: era, luego del oro, el más precioso de

los metales que existían en aquel tiempo. Análogamente, todo lo que el

bosque puede dar en materiales adecuados para el trabajo de carpinteros y

ebanistas, la isla lo proveía con prodigalidad. Asimismo ella nutría con

abundancia todos los animales domésticos o salvajes. Incluso la especie

misma de los elefantes se hallaba allí ampliamente representada.

115 En efecto, no solamente abundaba el pasto para todas las

demás especies, las que viven en los lagos, los pantanos y los nos, las que

pacen en las montañas y en las llanuras, sino que rebosaba alimentos para

todas, incluso para el elefante, el mayor y el más voraz de los animales. Por lo

demás, todas las esencias aromáticas que aún ahora nutre el suelo, en

cualquier lugar, raíces, brotes y maderas de los árboles, resinas que destilan

de las flores o los frutos, las producía entonces la tierra y las hacia

prosperar. Daba también los frutos cultivados y las semillas que han sido

hechas para alimentarnos y de las que nosotros sacamos las harinas -sus

diversas variedades las llamamos nosotros cereales-.115b Ella producía

ese fruto leñoso, que nos provee a la vez de bebidas, de alimentos y de

perfumes, ese fruto escamoso y de difícil conservación, hecho para

instruirnos y para entretenemos, el que nosotros ofrecemos, luego de la

comida de la tarde, para disipar la pesadez del estómago y solazar al

invitado cansado. Sí, todos esos frutos, la isla, que estaba entonces

iluminada por el sol, los daba vigorosos, soberbios, magníficos, en

cantidades inagotables.

Así pues, recogiendo en su suelo todas estas riquezas, 115c los

habitantes de la Atlántida construyeron los templos, los palacios de los

reyes, los puertos, los arsenales, y embellecieron así todo el resto del

país en el orden siguiente.

Sobre los brazos circulares del mar que rodeaban la antigua ciudad

materna, construyeron al comienzo puentes y abrieron así un camino hacia

el exterior y hacia la morada real. Este palacio de los reyes lo habían

levantado desde el comienzo en la misma morada del Dios y sus

antepasados. Cada soberano recibía el palacio de su antecesor, y

embellecía a su vez lo que éste 115-d había embellecido. Procuraba

siempre sobrepasarle en la medida en que podía, hasta el punto de que

quien veía el palacio quedaba sobrecogido de sorpresa ante la grandeza y la

belleza de la obra.

Comenzando por el mar, hicieron un canal de tres plethros de ancho,

cien pies de profundidad y cincuenta estadios de longitud, y lo hicieron

llegar hasta el brazo de mar circular más exterior de todos. De esta manera

dispusieron una entrada a los navios venidos de alta

mar, como si fuera un puerto. Practicaron en ella una bocana suficiente

para que los mayores navios pudieran también entrar en el canal. Luego,

también en los 115-c recintos de tierra que separaban los círculos de agua,

abrieron pasadizos a la altura de los puentes, de tal tipo que sólo pudiera

pasar de un círculo a otro una sola trirreme, y techaron estos pasadizos, de

manera que la navegación era subterránea, pues los parapetos de los

círculos de tierra se elevaban suficientemente por encima del mar.

El mayor de los recintos de agua, aquél en que penetraba el mar, tenía

tres estadios de ancho, y el recinto de tierra que le seguía tenía una anchura

igual. En el segundo círculo, la cinta de agua tenía dos estadios de ancho y

la de tierra tenía aún una anchura igual a ésta. Pero, la cinta de agua que

rodeaba inmediatamente a la isla central, no tenía más que un estadio de

anchura.116La isla, en la que se hallaba el palacio de los reyes, tenía un

diámetro de cinco estadios. Ahora bien, la isla, los recintos y el puente

que tenía una anchura de un plethro, los rodearon totalmente con un

muro circular de piedra. Pusieron torres y puertas sobre los puentes, en

todos los lugares por donde pasaba el mar. Sacaron la piedra necesaria

de debajo de la periferia de la isla central y de debajo de los recintos, tanto

al exterior como al interior.116bHabía piedra blanca, negra y roja. Y, al

mismo tiempo que extraían la piedra, vaciaron dentro de la isla dos dársenas

para navios, con la misma roca como techumbre. Entre las construcciones

unas eran enteramente simples; en otras, entremezclaron las diversas clases

de piedra y variaron los colores para agradar a la vista, y les dieron así una

apariencia naturalmente agradable. El muro que rodeaba el recinto más

exterior, lo revistieron de cobre en todo su perímetro circular, como si

hubiera sido untado con alguna pintura. 116c Recubrieron de estaño

fundido el recinto interior, y el que rodeaba a la misma Acrópolis lo

cubrieron de oricalco, que tenía reflejos de fuego.

El palacio real, situado dentro de la Acrópolis, tenía la disposición

siguiente. En medio de la Acrópolis se levantaba el templo consagrado

en este mismo sitio a Clito y Poseidón. Estaba prohibido el acceso a él y

hallábase rodeado de una cerca de oro. Allí era donde

Poseidón y Clito, al comienzo, habían concebido y dado a luz la raza de los

diez jefes de las dinastías reales. Allí se acudía, cada año, desde las diez

provincias del país, a ofrecer a cada uno de los dioses los sacrificios

propios de la estación.

116d Santuario mismo de Poseidón tenía un estadio de

longitud, tres plethros de ancho y una altura proporcionada. Su

apariencia tenía algo de bárbaro. Ellos habían revestido de plata todo el

exterior del santuario, excepto las aristas de la viga maestra: estas aristas

eran de oro. En el interior estaba todo cubierto de marfil, y adornado en

todas partes de oro, plata y oricalco. Todo lo demás, los muros, las

columnas y el pavimento, lo adornaron con oricalco. Colocaron allí

estatuas de oro: el Dios de pie sobre su carro enganchado a seis caballos

ll6calados, y era tan grande que la punta de su cabeza tocaba el techo. En

círculo, en torno a él, cien Nereidas sobre delfines -ése era el número de

las Nereidas, según se creía entonces-. También había en el interior

gran número de estatuas ofrecidas por particulares. En torno al santuario,

por la parte exterior, se levantaban, en oro, las efigies de todas las mujeres de

los diez reyes y de todos los descendientes que habían engendrado, y

asimismo otras numerosas estatuas votivas de reyes y particulares,

originarias de la misma ciudad, o de los países 117de fuera sobre los que

ella extendía su soberanía. Por sus dimensiones y por su trabajo, el altar

estaba a la altura de este esplendor, y el palacio real no desdecía de la

grandeza del imperio y de la riqueza del ornato del santuario.

Por lo que respecta a las fuentes, la de agua fría y la de agua

caliente, las dos de una abundancia generosa y maravillosamente

adecuadas al uso por lo agradable y por las virtudes de sus aguas, las

utilizaban, disponiendo en torno a ellas construcciones y plantaciones

adecuadas a la naturaleza misma de las aguas. 117bEn todo su derredor

instalaron estanques o piscinas, unos al aire libre y otros cubiertos,

destinados éstos a los baños calientes en invierno: existían separadamente

los baños reales y los de los particulares, otros para las mujeres, para los

caballos y las demás bestias de carga, y cada uno poseía una decoración

adecuada. El agua que procedía de aquí la condujeron al bosque sagrado

de Poseidón. Este bosque, gracias a la

calidad de la tierra, tenía árboles de todas las especies, de una belleza y una

altura divinas. Desde ahí hicieron derivar el agua hacia lo recintos de

mar exteriores, por medio de 117c canalizaciones instala das siguiendo

lo largo de los puentes. Por esta parte se hablar edificado numerosos

templos dedicados a muchos dioses, gran número de jardines, y gran

número de gimnasios para los hombres y de picaderos para los caballos.

Estos últimos se habían construido aparte en las islas anulares, formadas

por cada uno de los recintos. Además, hacia el centro de la isla mayor,

habían reservado un picadero para las carreras de caballos; tenía un

estadio de ancho y suficiente longitud para permitir a los caballos que, en

la carrera, recorrieran el circuito completo del recinto. En todo el perímetro,

de un extremo al otro, había cuarteles para 117d casi todo el efectivo de

la guardia del príncipe. Los cuerpos de tropa más seguros estaban

acuartelados en el recinto más pequeño, el más próximo a la

Acrópolis. Y para los que se señalaban entre todos por su fidelidad, se

habían dispuesto alojamientos en el interior. Los arsenales estaban llenos de

trirremes y poseían todos los aparejos necesarios para armarlas; todo

estaba estibado en un orden perfecto. Véase de qué forma estaba todo

dispuesto en torno a la morada de los reyes.

Al atravesar los puertos exteriores, en número de tres, 117' ehabía

una muralla circular que comenzaba en el mar y distaba

constantemente cincuenta estadios del recinto más extenso. Esta

muralla acababa por cerrarse sobre sí misma en la garganta del canal

que se abría por el lado del mar. Estaba totalmente cubierta de casas en

gran número y apretadas unas contra otras. El canal y el puerto

principal rebosaban de barcos y mercaderes venidos de todas partes. La

muchedumbre producía allí, de día y de noche, un continuo alboroto de

voces, un tumulto incesante y diverso.

Sobre la ciudad y sobre la antigua morada de los reyes, lo que

acabamos de contar es prácticamente todo lo que la tradición nos

conserva. Vamos a intentar ahora recordar cuál era la disposición del resto

del país y de qué manera estaba organizado.118En primer lugar, todo el

territorio estaba levantado, según se dice, y se erguía junto al mar cortado a

pico. Pero, en cambio, todo el terreno en torno a la

ciudad era llano. Esta llanura rodeaba la ciudad, y ella misma a su vez estaba

cercada de montañas que se prolongaban hasta el mar. Era plana, de

nivel uniforme, oblonga en su conjunto;118bmedía,desde el mar que se

hallaba abajo, tres mil estadios en los lados y dos mil en el centro. Esta

región, en toda la isla, estaba orientada de cara al sur, al abrigo de los

vientos del norte. Muy alabadas eran las montañas que la cercaban, las

cuales en número, en grandeza y en belleza aventajaban a todas las que

existen actualmente. En estas montañas había numerosas villas muy

pobladas, nos, lagos, praderas capaces de alimentar a gran número de

animales salvajes o domésticos, bosques en tal cantidad y substancias tan

diversas que proporcionaban abundantemente materiales propios para

todos los trabajos posibles.

Ahora bien, esta llanura, por acción conjunta y 118c simultánea de

la naturaleza y de las obras que realizaran en ella muchos reyes, durante

un periodo muy largo había sido dispuesta de la manera siguiente. He

dicho ya que tenía la forma de un cuadrilátero, de lados casi rectilíneos y

alargado. En los puntos en que los lados se apartaban de la línea recta,

se había corregido esta irregularidad cavando el foso continuo que

rodeaba a la llanura. En cuanto a la profundidad, anchura y desarrollo de

este foso, resulta difícil de creer lo que se dice y que una obra hecha por

manos de hombres haya podido tener, comparada con otros trabajos del

mismo tipo, las dimensiones de aquélla. No obstante, hemos de repetir lo

que hemos oído contar. El foso fue excavado a un plethro de

profundidad; su anchura era 118d en todas partes de un estadio y, puesto

que había sido excavado en torno a toda la llanura, su longitud era de

diez mil estadios. Recibía las corrientes de agua que descendían de las

montañas, daba la vuelta a la llanura, volvía por una y otra parte a la ciudad

y, por allí, iba a vaciarse al mar. Desde la parte alta de este foso, unos

canales rectilíneos, de una longitud aproximada de cien pies, cortados en

la llanura, iban luego a unirse al foso, cerca ya del mar. Cada uno de ellos

distaba de los otros 118ecien estadios. Para el acarreo a la ciudad de la

madera de las montañas y para transportar por barca los demás productos

de la tierra, se habían excavado, a

partir de esos canales, otras derivaciones navegables, en direcciones

oblicuas entre sí y respecto de la ciudad. Hay que hacer notar que lo;

habitantes cosechaban dos veces al año los productos de la tierra: en

invierno utilizaban las aguas del cielo; en verano, las que daba te tierra

dirigiendo sus corrientes fuera de los canales.

Respecto a los hombres de la llanura buenos para la guerra y sobre

el número en que se tenía estos, hay que decir esto: se había

determinado que cada distrito 119 proporcionaría un jefe de

destacamento. El tamaño del distrito era de diez estadios por diez, y en

total había seis miríadas de ellos. Los habitantes de las montañas y del

resto del país sumaban, según se decía, un número inmenso, y todos,

según los emplazamientos y los poblados, habían sido repartidos entre

los distritos y puestos bajo el mando de sus jefes.

Estaba mandado que cada jefe de destacamento proporcionaría

para la guerra una sexta parte de carros de combate, hasta reunir diez

mil carros; dos caballos y sus caballeros, además un tiro de dos

caballos, sin 119bcarro, junto con un combatiente llevado, armado de un

pequeño escudo, y el combatiente montado encargado de gobernar a

los dos caballos, dos hoplitas, dos arqueros, dos honderos, tres

infantes ligeros armados de ballestas, otros tres armados de dardos y,

finalmente, cuatro marinos, para formar en total la dotación de mil

doscientos navios. Esa era la organización militar de la ciudad real. En

cuanto a las otras nueve provincias, cada una tenía su propia

organización militar, y sería necesario un tiempo demasiado largo para

explicarlas.

119c En cuanto a la autoridad y los cargos públicos, se

organizaron desde el comienzo de la siguiente manera. De los diez

reyes, cada uno ejercía el poder en la parte que le tocaba por herencia y,

dentro de su ciudad, gobernaba a los ciudadanos, hacía la mayoría de

las leyes, y podía castigar y condenar a muerte a quien quería. Pero, la

autoridad de unos reyes sobre los otros y sus mutuas relaciones estaban

reguladas según los decretos de Poseidón. La tradición se lo imponía,

así 119dcomo una inscripción grabada por los primeros reyes sobre una

columna de

oricalco, que se hallaba en el centro de la isla, en el templo de

Poseidón.

Allí se reunían los reyes periódicamente, unas veces cada cinco

años, otras veces cada seis, haciendo alternar regularmente los años pares

y los años impares. En estas reuniones deliberaban sobre los negocios

comunes, y decidían si alguno de ellos había cometido alguna infracción

de sus deberes y lo juzgaban. Cuando habían de aplicar la justicia, primero

se juraban fidelidad mutua de la manera que sigue. Se soltaban toros en

el recinto sagrado de Poseidón. Los diez reyes, dejados a solas, luego de

haber rogado al Dios que les hiciera capturar la víctima que le había de

ser agradable,119e se ponían a cazar, sin armas de hierro, solamente con

venablos de madera y con cuerdas. Al toro que cazaban lo llevaban a la

columna y lo degollaban en su vértice, como estaba prescrito. Sobre la

columna, además de las leyes, estaba grabado el texto de un juramento

que profería los peores y más terribles anatemas contra el que lo violara.

Así pues, luego de haber realizado 12Oel sacrificio de conformidad con

sus leyes y de haber consagrado todas las partes del toro, llenaban de

sangre una crátera y rociaban con un cuajaron de esta sangre a cada uno

de ellos. El resto lo echaban al fuego, luego de haber hecho

purificaciones en torno a toda la columna. Inmediatamente, sacando

sangre de la crátera con copas de oro, y derramándola en el fuego,

juraban juzgar de conformidad con las leyes escritas en la columna,

castigar a quienquiera las hubiera violado anteriormente, no quebrantar en

lo futuro conscientemente 120bninguna de las fórmulas de la inscripción, y

no mandar ni obedecer más que de acuerdo con las leyes de su padre.

Todos tomaban este compromiso para sí y para toda su descendencia.

Luego cada uno bebía la sangre y depositaba la copa, como un exvoto,

en el santuario del Dios. Después de lo cual cenaban y se entregaban a

otras ocupaciones necesarias.

Cuando llegaba la oscuridad y se había ya enfriado el fuego de los

sacrificios, se vestían todos con unas túnicas muy bellas de azul oscuro y

se sentaban en 120ctierra, en las cenizas de su sacrificio sagrado. Entonces,

por la noche, luego de haber apagado todas las

luces en torno al santuario, juzgaban y eran juzgados, si alguno de entre

ellos acusaba a otro de haber delinquido en algo. Hecha justicia, grababan

las sentencias, al llegar el día, sobre una tablilla de oro, que ellos

consagraban como recuerdo, lo mismo que sus ropas.

Por lo demás, había otras muchas leyes especiales sobre las

atribuciones propias de cada uno de los reyes. Las más notables eran:

no tomar las armas unos contra otros, socorrerse todos entre sí, si uno

de ellos había intentado expulsar de una ciudad cualquiera una de las

l2°-drazas reales, deliberar en común, como sus antepasados, cambiar

sus consejos en cuestiones de guerra y otros negocios orientándose

mutuamente, dejando siempre la hegemonía a la raza de Atlas. Un

rey no podía dar muerte a ninguno de los de su raza, si éste no era el

parecer de más de la mitad de los diez reyes.

Ahora bien, el poder que existía entonces en aquel país, con su

inmensa calidad y su grandeza, el Dios lo dirigió contra nuestras

regiones, por lo que se cuenta, y por alguna razón del tipo de la que

vamos a dar aquí.

12lDurante numerosas generaciones y en la medida en que estuvo

sobre ellos la naturaleza del Dios dominándolo todo, los reyes atendieron a

las leyes y permanecieron ligados al principio divino, con el que estaban

emparentados. Sus pensamientos eran verdaderos y grandes en todo; ellos

hacían uso de la bondad y también del juicio y sensatez en los

acontecimientos que se presentaban, y eso unos respecto de otros. Por

eso, despegados de todo aquello que no fuera la virtud, hacían ellos poco

caso de sus bienes: llevaban como una carga el peso de su oro y de sus

demás riquezas, sin dejarse embriagar por el exceso de su fortuna, no

perdían el dominio de sí mismos y caminaban con rectitud. Con una

clarividencia aguda y lúcida, veían ellos que todas estas ventajas se ven

aumentadas con el mutuo afecto unido a la virtud y que, por el contrario,

el afán excesivo de estos bienes y la estima que se tiene de ellos hacen

perder esos mismos bienes, y que la virtud muere asimismo con ellos.

De acuerdo con estos razonamientos y gracias a la constante presencia

entre ellos del principio divino, no dejaban de aumentar en provecho de

ellos todos

estos bienes que hemos ya enumerado. Pero, cuando comenzó a

disminuir en ellos ese principio divino, como consecuencia del cruce

repetido con 12lbnumerosos elementos mortales, es decir, cuando comenzó

adominaren ellos el carácter humano, entonces, incapaces ya de soportar su

prosperidad presente, cayeron en la independencia. Se mostraron

repugnantes a los hombres clarividentes, porque habían dejado perder

los más bellos de entre los bienes más estimables. Por el contrario, para

quien no es capaz de discernir bien qué clase de vida contribuye

verdaderamente a la felicidad, fue entonces precisamente cuando

parecieron ser realmente bellos y dichosos, poseídos como estaban de

una avidez injusta y de un poder sin limites. Y el Dios de los dioses,

Zeus, que reina con las leyes y que, ciertamente, tenía poder para conocer

todos estos hechos, comprendió qué disposiciones y actitudes despreciables

tomaba esa raza, que había tenido un carácter primitivo tan excelente. Y

quiso aplicar un castigo, para hacerles reflexionar y llevarlos a una mayor

moderación. Con 121ceste fin, reunió él a todos los dioses en su mansión más

noble y bella: ésta se halla situada en el centro del Universo y puede ver

desde lo alto todo aquello que participa del devenir. Y, habiéndolos reunido,

les dijo:

(El texto original de Platón finaliza aquí)