APÉNDICES

HESÍODO

COMBATE DE LOS TITANES Y LOS DIOSES

630

Hallábanse unos establecidos -los Titanes altivos- en las

cumbres del Otris, y en el Olimpo los otros, dioses autores de todo bien,

paridos por Rea, la de hermosos cabellos, tras su acoplamiento con

Cronos.

635

Incesantemente venían batallando entre sí, por espacio de diez

años enteros, sin que ninguno de los dos bandos llevara propósito de

poner fin a la lucha, ya que ésta no se decidía por ninguno de ellos.

Pero cuando Zeus les dio lo que para todos era más conveniente, el

néctar y la ambrosía, de que exclusivamente se alimentaban los dioses

mismos, el ardor se encendió.

640

La lucha cobró un aliento mayor en todos los pechos, llenándolos

de entusiasmo. Y apenas gustaron los combatientes la ambrosía y el

néctar, el padre de los dioses y de los hombres les dirigió estas

palabras: «¡Oídme, hijos ilustres de la Tierra y del Cielo!

645

«Voy a manifestaros lo que me dicta el corazón. Hace ya mucho tiempo

que venimos disputándonos el triunfo unos y otros, en combatir

incesante, los dioses Titanes y cuantos descendemos de Cronos.

Mostrad vosotros, frente a los Titanes, vuestra terrible fuerza y el vigor

de vuestros brazos, invencibles en la más dura lucha.

650

Y tened presente la buena amistad que nos une, sin olvidar todo

lo padecido hasta el día en que, libertados por nuestra voluntad de

las fuertes cadenas, salisteis a la luz desde las

sombrías tinieblas». De esta suerte habló, y el ilustre Cotto

respondió así:

655

«¡Oh augusto señor! Nos hablas cosas que harto conocemos.

Tampoco ignoramos la superioridad de tu inteligencia y tu juicio, y nos

consta que has apartado a los inmortales del horrible mal. Hemos

venido aquí, poderoso hijo de Cronos, merced a tu sabiduría, que nos ha

sacado de las brumas tenebrosas, para darnos esta felicidad inesperada.

660

«Es por eso por lo que con toda vuestra voluntad y nuestro

indomable corazón, vamos a combatir por la victoria, en el más

terrible de los encuentros con los Titanes.» Tales fueron sus palabras,

que aprobaron las divinidades autoras de todo bien.

665

Encendido el pecho de afán belicoso, aquel mismo día se

empeñaron en rudo combate varones y hembras, dioses y diosas, tanto

los Titanes como los descendientes de Cronos, y aquellos a quienes

Zeus sacara del fondo de la tierra, desde el Erebo, poderosos y

terribles, dotados de fuerza sin igual.

670

Tenía cada uno de ellos cien brazos, que emergían valientes de sus

hombros, así como cincuenta cabezas, que coronaban sus robustos

miembros. Cogieron rocas con las potentes manos, y se aprestaron a

luchar con los Titanes.

675

Estos cerraron, en la parte contraria, las filas de sus falanges, y no

tardaron en manifestar la fuerza extraordinaria de sus brazos. Retumbó en

seguida de horrible modo el ponto inmenso, crujió la tierra, estremecióse

el vasto cielo, y el Olimpo entero, tembló de arriba a abajo ante la

acometida de los inmortales.

680

La fuerte sacudida llegó al sombrío Tártaro, y el espacio todo se

pobló del estrépito de las pisadas y del choque de las armas. Unos contra

otros se lanzaban enardecidamente los dardos, y de ambas

partes se elevaban las voces hasta el cielo estrellado, mientras los

combatientes se agitaban y mezclaban en confuso montón.

685

Ni el mismo Zeus contuvo su furor, y como se le llenasen de cólera

las entrañas, hizo gala de todo su poderío. Fue de un lado para otro,

relampagueando desde el cielo y el Olimpo.

690

Salía con frecuencia el rayo de sus manos robustas, y con él el

relámpago y el trueno, propagando por doquiera la sagrada llama. Y por

doquiera, también crujía la tierra prolífera al quemarse, crepitando la selva

asimismo bajo la acción del fuego.

695

Toda la tierra era una gran hoguera, y hervían las corrientes del

Océano y el infecundo ponto. Un cálido vapor envolvía a los Titanes

terrestres, mientras una llama inmensa se remontaba al éter divino, y el

fulgor intenso de rayos y relámpagos cegaba al de más abiertos ojos.

700

Pronto el vastísimo incendio invadió todo el Caos; y hubo por un

instante en que a juzgar por el cuadro que los ojos contemplaban y el

estrépito que los oídos percibían, parecía como si la Tierra fuese a chocar

con el anchuroso cielo. ¡ Tan terrible era el combate en que los dioses

estaban empeñados!

705

Entretanto, intervinieron los vientos, haciendo retemblar el suelo

bajo tempestades de polvo, que se mezclaban a los truenos, relámpagos y

rayos, y llevaban de uno a otro campo el vocerío y el estruendo.

710

Un horrísono clamor acabó elevándose del furioso combate, y la

fuerza de ambos bandos manifestóse en múltiples hazañas. Hasta que, al

fin, declinó la violencia de la batalla, luego de mezclarse en revuelta

lucha unos y otros, con enconado ardor. Cotto, Briareo y Gías, el

incansable en la lid, pelearon rudamente.

715

Con sus robustas manos lanzaron hasta trescientas rocas contra el

enemigo, dejando en la mayor oscuridad a los Titanes. Quedaron estos

vencidos a pesar de su soberbia, y llevados a un lugar debajo del

anchuroso suelo, donde el vencedor los ató con fuertes cadenas, en el sitio

que dista tanto de la tierra como del cielo.

820

Cuando Zeus hubo expulsado del cielo a los Titanes, la tierra

alumbró su hijo menor, Tifoeo, después de acostarse con el Tártaro, gracias

a la intervención de la áurea Afrodita. Tenía el robusto dios fuertes brazos,

siempre en actividad, y pies incansables.

825

Sobre sus hombros se erguían cien cabezas de serpiente, como

de un espantoso dragón, con lenguas negruzcas a manera de dardos; y en

los ojos de las monstruosas cabezas brillaba, bajo los párpados, un

resplandor de incendio. Broncas voces se elevaban en todas estas

terribles cabezas, dejando oír mil acentos de indecible horror.

830

Ya eran gritos inteligibles para los dioses, ya semejaban mugidos

de indómito toro, orgulloso de su voz, o bien rugidos de cruel león; ya

parecían sencillamente ladridos de perritos, o bien silbidos prolongados

que resonaban en las altas montañas.

835

Hubiera tenido lugar aquel día una espantosa revolución,

llegando Tifodeo a reinar sobre mortales e inmortales, de no haberlo

advertido la perspicacia del padre de los dioses y de los hombres.

Comenzó Zeus a despedir truenos secos y fuertes, haciendo que en

torno suyo retemblase la tierra horrendamente.

840

Como también retemblaban el vasto cielo, y el ponto y las corrientes

del Océano, y el profundo Tártaro. Cuando el soberano se levantó,

estremecióse el Olimpo entero debajo de los pies inmortales, y la tierra

gimió. Extendiéndose un vivo ardor por el mar de aguas sombrías,

alumbrado a la vez por los dos adversarios.

845

Le inflamaban, en efecto, tanto el trueno y el relámpago como el

fuego que vomitaba el monstruo, además de los vientos furiosos y del

flagrante rayo. Hervían la tierra entera, el cielo y el mar. Por todas

partes chocaban furiosamente las olas contra las riberas, a causa del

ímpetu con que los inmortales se acometían.

850

Un estremecimiento continuado lo sobrecogía todo; y llegaron a

temblar de miedo Hades, que reina sobre los muertos en el infierno, y

los propio Titanes en el Tártaro, alrededor de Cronos, enloquecidos por

el estrépito inenarrable.

855

Pero Zeus reunió todas sus fuerzas, tomó sus armas, que son el

trueno, el relámpago y el rayo, saltó desde lo alto del Olimpo e hirió a

Tifoeo, abarcando de un solo golpe las espantosas cabezas del monstruo.

Los golpes y las heridas fueron repetidos, y Tifodeo cayó mutilado

mientras gemía la anchurosa tierra.

860

Brotó la llama del cuerpo de este rey así fulminado, en los negros

y ásperos valles de la montaña que presenciase la escena. Gran parte de

la tierra anchurosa, envuelta en densos vapores, se derretía como el

estaño que los jóvenes artífices ponen al fuego en crisoles de ancha

boca.

865

Y como el hierro, lo más resistente, que corre hecho líquido a

través de la tierra divina, por obra de Hefesto. No de otro modo se

liquidaba la tierra al resplandor de las llamas devoradoras. Y Zeus,

que tenía el ánimo irritado, acabó echando a Tifoeo en el vasto

Tártaro.

880

Así que acabaron su tarea los felices dioses, y luego de

conquistar en lucha con los Titanes los honores y el poder, siguieron

los consejos de la Tierra, incitando al longevidente Zeus Olímpico a que

imperara sobre todos los inmortales. Y Zeus les repartió honores y

privilegios.

MITO DE PANDORA

Ocultaron los dioses lo que suministra la vida al hombre, porque

de otro modo, trabajarían un día con escaso esfuerzo, para lograr con que

vivir todo el año, sin hacer ya nada.

45

En seguida colgarías la esteva del arado por encima del humo, y

pararías el trabajo de los bueyes y las pacientes mulas. Pero Zeus ocultó

el secreto de tu vida cuando el ánimo se le irritó a causa de que le hiciera

víctima el sagaz Prometeo. Desde ese día empezó a procurarles a los

hombres serias inquietudes.

50

Les ocultó el fuego, elemento primordial que el buen hijo de Japeto

robara a Zeus en una cañaheja, para dárselo a los hombres, engañando

así al dios que lanza el rayo. Exasperado Zeus, el amontonador de

nubes, le dijo:

55

«¡Ah Japetiónida! Te jactas de ser el más sagaz de todos, y te

alegras de haber robado el fuego y engañado mi ánimo, pero eso os

servirá de desgracia a ti y a los demás. En sustitución de ese fuego,

enviaré a los hombres un nuevo mal, al que ellos, sin embargo,

mirarán complacidos y amorosos».

60

Dijo así el padre de los dioses y de los hombres y echóse a reír.

Luego mandó al ilustre Hefesto que mezclase al punto la tierra con el

agua, y que formara de la pasta una hermosa virgen semejante a las

diosas inmortales, a las que daría voz y fuerzas de ser humano. Ordenó

también a Atenea que le enseñase las labores de mujer y el tejido del

lienzo de mil colores.

65

Y a Afrodita de oro, que ungiera su frente de la gracia, y le

comunicara el deseo doloroso, a la par que la inquietud que destroza

los miembros. Asimismo a Hermeas, el mensajero, matador de Argos,

mandóle inspirar a la bella virgen la impudicia y desenfreno en las

costumbres.

70

Todos obedecieron semejantes órdenes de Zeus, el Crónida.

Modeló al punto el ilustre Cojo de ambos pies, conforme a lo

prescrito, la forma de una casta virgen, y en seguida la vistió y adornó

Atenea, la diosa de los ojos claros. Las Gracias divinas y la venerable

Pito colgaron luego de su cuello ricos collares de oro.

75

Las Horas de hermosos cabellos dispusieron para la recién creada

guirnaldas de flores primaverales. Palas Atenea completó sus adornos. Y

el Mensajero matador de Argos puso dentro de ella embustes, halagos y

perfidias, tal como lo había dispuesto el tronitonante Zeus.

80

Luego, el heraldo de los dioses le otorgó la palabra, y dio a

semejante mujer el nombre de Pandora, porque todos los habitantes del

Olimpo habíanle hecho su don cada cual, con objeto de convertirla en

azote de los hombres mortales. Una vez concluida esta desdichada obra,

el padre de los dioses en vió a Epimeteo, con su presente, al ilustre

matador de Argos, el veloz mensajero.

85

Epimeteo no pensó en lo que Prometeo le recomendara: no aceptar

presente alguno de Zeus Olímpico y devolvérselos todos, si quería evitar

una desgracia a los mortales. Así es que aceptó el don que se le ofrecía,

no comprendiendo su error, hasta después de sufrir el daño.

90

Antes de eso, la raza humana vivía en la tierra al amparo y abrigo

de todo mal, de la fatiga y de las dolorosas enfermedades que traen la

muerte a los hombres. Pero aquella mujer, levantando con sus propias

manos la ancha tapa del recipiente que contenía, derramó sobre los

hombres las más horribles miserias.

95

Sólo la Esperanza se quedó en el recipiente, como en el interior

de una prisión infranqueable, sin rebasar los bordes, y no salió fuera

porque Zeus, el amontonador de nubes y que lleva la

égida, había ordenado ya a Pandora que cerrase nuevamente su

caja.

100

Desde entonces vagan las innúmeras desdichas por entre los

hombres, y están llenos de males la tierra y el mar. Unas de día y otras

de noche, las enfermedades se dedican a visitar a los mortales,

llevándoles sin ruido todo sufrimiento, porque el próvido Zeus les negó

la palabra. Y nadie cuenta con medios para escapar a los designios de

Zeus.