Capítulo III

LA CIVILIZACIÓN ATLANTE. LOS REYES INICIADOS. EL IMPERIO DE LOS TOLTECAS

 

Según la tradición esotérica la civilización atlántica abarca aproximadamente un millón de años si contamos desde sus orígenes. Esta primera sociedad humana, de la que procedemos pese a su lejanía y a sus enormes diferencias con la nuestra, es la fabulosa sociedad de antes del diluvio de la que hablan todas las mitologías. Cuatro grandes cataclismos como hemos dicho, cuatro diluvios separados entre sí por largos milenios, desgastaron el viejo continente. Su último vestigio se derrumbó con la isla Poseidonis dejando tras de sí la América actual que estaba primitivamente unida a él y que fue creciendo por el lado del Pacifico mientras que la Atlántida, trabajada subterráneamente por el fuego terrestre, se hundía dejando paso al océano. A lo largo de estos millares de siglos, varios períodos glaciares, originados por una ligera oscilación del eje terrestre sobre su órbita empujaron a los pueblos del norte hacia el ecuador y los del centro rechazaron muchas veces a los otros hacia los dos hemisferios del globo. Hubo éxodos, guerras y conquistas. Cada periodo geológico estuvo precedido por una época de prosperidad y por otra de decadencia en lasque causas parecidas produjeron efectos análogos. Se formaron sucesivamente siete sub-razas o variedades de la gran raza-madre atlante, que dominaron unas sobre otras sucesivamente y que se mezclaron entre sí. Entre ellas podemos reconocer los prototipos de todas las existentes hoy: la roja, la amarilla, y la blanca, raíz esta última de la nueva raza-madre semítico-aria que se separaría rigurosamente de las demás para comenzar un nuevo ciclo humano. Aunque como sub-órdenes también encontramos la raza negra, reliquia ya en regresión de la vieja humanidad lemuriana de la que, por cruces, surgieron los negros y los malayos. La tradición de los adeptos no ha retenido de la historia tumultuosa de estos pueblos sino las líneas maestras y los acontecimientos más importantes. En primer lugar señala con Platón el fenómeno dominante de una teocracia espontánea y de un gobierno general que surge de esta mezcla de razas, no por la fuerza bruta sino por una especie de magia natural benéfica. Durante siglos reina pacíficamente una generación de reyes iniciados. La jerarquía de las potencias divinas se refleja más o menos en estas masas humanas, impulsivas pero dóciles, en las que el sentimiento acentuado del yo aún no ha desarrollado el orgullo. Cuando éste surge, la magia negra se alza frente a la blanca como sombra fatal y adversario eterno, serpiente tortuosa de aliento emponzoñado que a partir de ese momento no dejará de amenazar a los hombres que buscan pujanza. Los dos partidos disponían entonces de un poder natural sobre los elementos, poder que el hombre de hoy ha perdido. De él sed erivaron luchas formidables que acabaron con el triunfo de la magia negra y con la total desaparición de la Atlántida. La primera raza de los atlantes se llamaba la raza de los Rmoahalls. Se había desarrollado en un promontorio de Lemuria y se estableció en el sur de la Atlántida, en una zona húmeda y cálida poblada por enormes animales antediluvianos que habitaban vastos pantanos y bosques sombríos. Algunos de sus restos se han encontrado en las minas de hulla. Era una raza gigante y guerrera de color caoba que actuaba bajo el efecto de fuertes impresiones colectivas. Su nombre procedía del grito de guerra con el que se reunían las tribus y con el que aterrorizaban a sus enemigos. Los jefes creían actuar bajo fuertes impulsos procedentes del exterior que los invadían en ondas poderosas y los empujaban a conquistar nuevos territorios. Pero una vez que la expedición terminaba estos caudillos improvisados volvían a entrar en la masa y todo se olvidaba. Careciendo de memoria y de cualquier clase de estrategia, los Rmoahalls fueron tempranamente vencidos, rechazados o sometidos, por las demás ramas de la raza atlante. Los Tlavatlis eran del mismo color que sus rivales. Era una raza activa, flexible y astuta que prefería las ásperas montañas a las fértiles llanuras. Se acantonaban en ellas como en una fortaleza y las hacían servir de base de apoyo para sus incursiones. Este pueblo desarrolló la memoria, la ambición, la habilidad de los jefes y un rudimentario culto de los antepasados. Pese a tales innovaciones, los Tlavatlis no desempeñaron en la civilización atlante sino un papel de segundo orden. Aunque por su cohesión y por su tenacidad se mantuvieron sobre el viejo continente mucho más tiempo que los demás. Su último territorio, la isla de Poseidonis, estuvo poblada sobretodo por sus descendientes. Scott Elliot ve en los Tlavatlis los antepasados de la raza dravídica que todavía hoy se encuentra en el sur de la India. La civilización atlante fue llevada a su apogeo por Toltecas cuyo nombre reencontramos entre las tribusmexicanas34 bis Era un pueblo de tinte cobrizo, de gran talla y de rasgos fuertes y regulares. Unían al valor de los Rmoahalls y a la flexibilidad de los Tlavatlis una memoria más fiel y una profunda necesidad de venerar a sus jefes. Fueron honrados el anciano sabio, el guerrero intrépido, el rey afortunado. Las cualidades transmitidas voluntariamente de padres a hijos se transformaron en principio de la vida patriarcal y la tradición se implantó en la raza. Así se estableció una realeza sacerdotal. Realeza que tenía su fundamento en una sabiduría conferida por seres superiores que poseían dones de videncia y adivinación, herederos espirituales del Manú primitivo de la raza. Durante muchos siglos su poder fue grande. Le venía de un singular entendimiento entre ellos mismos y de su comunión instintiva con las jerarquías invisibles. Este poder se ejerció mucho tiempo felizmente. Amurallado en su misterios, dicho poder se rodeó de una majestad religiosa y de una pompa masiva adecuada a esta época de sentimientos simples y sensaciones fuertes. Los reyes toltecas habían edificado la capital del continente en el fondo del golfo formado por la Atlántida, aproximadamente a 15° al norte del ecuador. Ciudad reina, simultáneamente fortaleza, templo y puerto de mar. En ella la naturaleza y el arte rivalizaban para conseguir algo único. Se alzaba, por encima de una fértil llanura, sobre una altura boscosa, último contrafuerte de una gran cadena de montañas que la rodeaba con un circo imponente. Un templo de pilastras cuadradas y robustas coronaba la ciudad. Sus paredes y su techo estaban cubiertos por ese metal especial al que Platón llama oricalco, especie de bronce de reflejos dorados y plateados, lujo preferido de los atlantes. Las puertas de este templo se veían brillar de lejos, por lo que se la conocía con el nombre de ciudad de las puertas de oro. La mayor singularidad de la metrópoli atlante tal como nos la describe el autor del Timeo consistía en su sistema de irrigación. En un bosque detrás del templo manaba a grandes borbotones una fuente de agua clara que parecía un río vomitado por la montaña. Su origen era un depósito y un canal subterráneo que traía la masa líquida desde un lago de las montañas. El agua se despeñaba en cascadas que formaban tres círculos de canales alrededor de la ciudad, los cuales le servían simultáneamente para beber y para defenderse. Si hemos de creer a Platón, en los altos diques de arquitectura ciclópea que protegían los canales había estadios, campos de carreras, gimnasios, e incluso una ciudad especial reservada a los visitantes extranjeros que la ciudad albergaba 35. Mientras duró la primera época de florecimiento de la Atlántida, la ciudad de las puertas de oro fue el punto de mira de todos sus pueblos, y el templo, símbolo refulgente y centro animador de su religión. En él se reunían anualmente los reyes federados. El soberano de la metrópoli los convocaba para dirimir las diferencias entre los pueblos de la Atlántida, para deliberar sobre sus intereses comunes, y para decidir la paz o la guerra con los enemigos de la federación. La guerra entre ellos estaba severamente prohibida y todos los demás debían unirse contra el que rompía la paz solar 36. Las deliberaciones se acompañaban de ritos graves y religiosos. En el templo se alzaba una columna de acero en la que estaban grabados, con los caracteres de la lengua sagrada, las enseñanzas del Manú fundador de la raza y las leyes dictadas por sus sucesores a lo largo de los siglos. Dicha columna estaba coronada por un disco de oro imagen del sol y símbolo de la divinidad suprema. Entonces el sol no atravesaba sino muy rara vez la envoltura nubosa de la tierra. Y el astro rey se veneraba tanto más cuanto que sus rayos apenas acariciaban la cima de las montañas y la frente del hombre. Al llamarse hijos del sol los reyes federados querían decir que su sabiduría y su poder les venían de la esfera de este astro. Las deliberaciones estaban precedidas por toda clase de purificaciones solemnes. Los reyes, unidos por la oración, bebían en copa de oro un agua impregnada del perfume de las más raras flores. El agua se llamaba el licor de los dioses y simbolizaba la inspiración común. Antes de tomar una decisión o de formular una ley dormían una noche en el santuario. Por la mañana cada cual contaba su sueño. A continuación, el rey de la ciudad-reina trataba de unir todos estos rayos para sacar de ellos la luz que guía en la acción. Solo entonces, cuando todos estaban de acuerdo, se promulgaba el nuevo decreto. Así pues, durante el apogeo de la raza atlante, una sabiduría intuitiva y pura se derramaba desde lo alto sobre pueblos primitivos. Caía sobre ellos como el río de las montañas que rodeaba la ciudad con sus aguas límpidas diversificándose después en canales por la llanura fértil.  Cuando uno de esos reyes iniciados compartía la copa de oro de la inspiración con sus súbditos preferidos, éstos tenían el sentimiento de beber un licor divino que vivificaba todo el ser. Cuando el navegante se aproximaba a la orilla viendo brillar desde lejos el techo metálico del palacio solar, creía ver salir un rayo de sol invisible del templo que coronaba la ciudad de las puertas de oro.

 

34 bis. Muchas otras tradiciones mexicanas pueden relacionarse con la Atlántida. Por ejemplo los aztecas procedían según sus leyendas de un lugar sagrado llamado Aztlán. En náhuatl la raíz tlan -que significa lugar, región, tierra- y la raíz atl son de uso frecuentísimo en nombres de dioses, reyes, etc., así como en toponímicos. Precisamente los aztecas fundaron la ciudad de México, en náhuatl Tenochtitlán, cuyo sistema de canales y defensas acuáticos tal y como los describen los conquistadores españoles, recuerdan la descripción que Platón hace de Poseidonis. Algunos atlantes emigraron hacia Oriente (véase nota 39). Un estudio comparativo entre las tradiciones celtas, druídicas, etc., y las mexicanas y centro americanas en general arrojaría mucha luz sobre el origen común de ambas: la civilización atlante.

 

35. Véase en el Apéndice la descripción que Platón da en el diálogo Critias. Aunque en este diálogo habla de la capital de Poseidonis que sobrevivió al resto del continente, todo induce a creer que la descripción se aplica a la metrópolis de la Atlántida. Es probable que los sacerdotes egipcios hayan confundido ambas ciudades debido a la costumbre de simplificar y condensar la historia del pasado, método normal de los tiempos antiguos.

 

36. Véase el Critias de Platón. En él se describe una época de decadencia en laque la magia negra ya hacía tiempo que había invadido completamente el culto. Los reyes beben sangre de un toro sacrificado en vez de beber el agua pura de la inspiración; sin embargo la organización federativa sigue siendo la misma.