LA ATLÁNTIDA.

EVOLUCIÓN PLANETARIA

Y ORIGEN DEL HOMBRE

Edouard Schuré

ÍNDICE

LA EVOLUCIÓN PLANETARIA Y EL

ORIGEN DEL HOMBRE

El enigma de la Esfinge y la sabiduría

primordial................................................. 9

El Fuego-Principio y la jerarquía de

las Potencias............................................. 17

El período saturniano, el sacrificio de

los Tronos y el despertar de

los Principios............................................ 28

El periodo solar. Los arcángeles son

incubados por los querubines. Significado

oculto del zodiaco..................................... 35

Formación de Júpiter y de Marte. El

combate en el Cielo. Lucifer y la

caída de los Arcángeles............................ 40

La Tierra primitiva o Tierra-Luna.

Desarrollo de los Angeles. Nacimiento

del hombre................................................ 45

Separación de la Luna y de la Tierra.

Comienzo de la Tierra actual. La raza

lemuriana. Desarrollo de los sexos. Caída

de los Angeles. Destrucción del continente

de Lemuria por el fuego........................... 48

5

LA ATLÁNTIDA Y LOS ATLANTES

Tradiciones sobre la Atlántida. Su confi

guración y sus períodos geológicos......... 67

La Atlántida primitiva. Comunión con la

naturaleza y videncia espontánea............. 73

El paraíso del sueño y el reino de los dioses La civilización

atlante. Los reyes iniciados.

El imperio de los toltecas......................... 82

La explosión del yo. Decadencia y

magia negra. Cataclismo y diluvio.......... 90

APÉNDICES

Hesíodo:

Combate de los titanes y los dioses......... 98

Mito de Pandora....................................... 103

Platón:

Timeo....................................................... 106

Critias...................................................... 109

6

EVOLUCIÓN PLANETARIA,

Y ORIGEN DEL HOMBRE

LEMURIA, LA ATLÁNTIDA

«Los dioses piensan de manera completamente

distinta a los hombres. Los

pensamientos de los hombres son imágenes;

los pensamientos de los dioses son seres

vivos»

7

15

Capítulo II

EL FUEGO PRINCIPIO Y LA JERARQUÍA DE

LAS POTENCIAS

El núcleo de la antigua ciencia oculta, que los rishis de la

India formularon por vez primera, consistía en la doctrina

del fuego-principio, urdidumbre del universo e instrumento

de los dioses.

El agente universal y la sustancia de las cosas es Agni

el fuego creador, Agni el fuego escondido en todo, el

fuego originario e invisible del que la luz, la llama o el

humo no son sino manifestaciones exteriores. Por una parte

el fuego es la forma elemental de la materia. Por otra como

el vestido y, de alguna manera, el cuerpo de los dioses, el

medio del que se sirven para actuar en el mundo. Agni:

camino ardiente por el que el espíritu desciende a la materia,

sendero luminoso por donde la materia vuelve a subir al

espíritu.

Esta antiquísima doctrina del fuego-principio que

empapa e ilumina los Vedas5 con su poesía adivinatoria,

reaparece posteriormente formulada de manera cientí-

5. Según !a tradición, los Vedas son los libros más antiguos que existen, una

verdadera Biblia hindú anterior en mucho tiempo a la Biblia hebrea. Los textos

primitivos se desperdigaron hasta que muchos años después un rishi los

coleccionó ordenadamente en su forma actual. Este rishi llamado Viasa, que

significa el que ordena, vivió según parece en la segunda edad o yuga del

mundo.

16

fíca en el más grande filósofo griego de la escuela jónica:

Heráclito de Efeso6. Heráclito consideraba al fuego como

principio del universo visible. «El fuego es el elemento

generador; todo nace de sus transformaciones: rarefacción y

condensación. Cuando el fuego se condensa se hace vapor;

si el vapor adquiere consistencia se transforma en agua;

mediante una nueva condensación el agua se hace tierra».

Esto es lo que Heráclito llama el movimiento de arriba

abajo. Inversamente, cuando la tierra se rarifica se hace

agua; de ella procede casi todo a través de una evaporación

que se efectúa en su superficie. Este es el movimiento de

abajo arriba. Añadamos que el fuego no solo es el

principio vivificador sino también el principio destructor. El

universo fue engendrado por el fuego y el fuego lo

disolverá7.

6. Véase Heráclito, Fragmentos, 30, 31, 64-67, 76, 84a, 89, 90.

7. Es interesante comparar la vieja idea de Heráclito según la que todo el

mundo visible procede del fuego, es decir, del calor, con algunos descubri

mientos de la astronomía moderna basados en el estudio espectroscópico de

las estrellas. Parece que las diferencias esenciales que existen entre los

diferentes tipos de estrellas desde el punto de vista de su composición

química, se deben a temperaturas diferentes. Cuando la temperatura aumen

ta, las rayas espectrales de los elementos químicos ordinarios son substitui

das por las «rayas reforzadas» que son más simples. Ello parece indicar un

disloque de los elementos químicos en lo que han sido llamado

«protoelementos» Cuando la temperatura sigue aumentando, estos

protoelementos se descomponen a su vez en otros elementos cada vez más

ligeros y simples, para llegar finalmente a la transmutación de todos ellos

en hidrógeno y helio. De estas investigaciones se deducen dos grandes

ideas: la de una evolución química y térmica de las estrellas y. la de la

transmutación de los elementos químicos mediante el calor.

Digamos inmediatamente que toda la cosmogonía de

nuestro sistema planetario se resume en estos dos

movimientos de arriba abajo y de abajo arriba. Ello se debe

a que acompañan el descenso del espíritu a la materia y

la nueva ascensión de la materia hacia el espíritu.

Heráclito de Efeso depositó en el templo de Diana su libro

sobre el fuego-principio. Con ello quiso subrayar que su

saber procedía de la iniciación de los dioses, de su

inspiración, y no solo de la reflexión y la razón. En esta

época la filosofía era esencialmente intuitiva y sintética.

Se transformó en analítica con la Escuela de Eleas8, y en

dialéctica con Sócrates, Platón y Aristóteles.

Veamos a continuación las opiniones al respecto del

más sabio y más clarividente teósofo contemporáneo. Estas

opiniones traducen a lenguaje científico de hoy la doctrina

oculta de los cuatro elementos y del fuego-principio.

Rudolf Steiner escribe:

«Para comprender esta antigua doctrina santa que nos

llega de Oriente es preciso relacionar el fuego con los

cuatro elementos cuyo sentido ya no entiende el

materialismo contemporáneo. Esotéricamente hablan-

8. Se llama así a una escuela de filósofos griegos anteriores a Sócrates que floreció

en la ciudad de Eleas durante los siglos VI y v antes de Cristo, cuyo máximo

representante fue Parménides de Eleas. Suele contraponerse a la escuela de

Efeso, de la que Heráclito es el máximo representante. Mientras este afirmaba que

todo fluye, que no nos bañamos dos veces en el mismo río, los eleáticos

afirmaban que la realidad es continua y eterna, inconmensurable con el

pensamiento humano, y adecuada a un principio para el que la nada es siempre

nada y el ser siempre ser. Véase José Antonio Míguez, Escuela de Elea,

Fragmentos, Aguilar, Madrid 1962.

do los elementos no son cuerpos simples e irreductibles a la

manera como lo piensa la química moderna, sino estados

sucesivos de la materia. La tierra es estado sólido (en este

sentido el hielo es tierra). El agua es el estado líquido (en

este sentido el mercurio y el hierro fundido son agua). El

fuego o calor es un estado más fino y sutil que el aire.

Podríamos llamarle materia radiante (el término es de

Crookes). El fuego se diferencia de los otros tres

elementos en primer lugar porque los penetra y penetra

todo lo existente, en tanto que ellos están separados entre

sí. Otra diferencia consiste en que podemos tocar los

sólidos, los líquidos y los gases: se perciben desde el

exterior a causa de un cierto grado de resistencia. Un

cuerpo ardiente se puede tocar. Pero el calor también está

dentro, hecho que conocía la sabiduría antigua. El fuego es

simultáneamente un elemento exterior e interior al hombre

y a todo lo que existe. Los sabios decían: La materia se

transforma en alma mediante el Juego. Hay alma en el

fuego y fuego en el alma».

«Por lo tanto el fuego es la puerta por la que, desde el

exterior, se penetra al interior de las cosas. Cuando

miramos un objeto que arde vemos dos cosas en el fuego:

el humo y la luz. Pero ¿los vemos? Eso es lo que se cree

aunque no es cierto. Lo que vemos son objetos sólidos,

líquidos o gaseosos, iluminados por la luz; no vemos la luz

en sí. Por lo tanto la luz física es una realidad invisible.

Yendo del fuego a la luz entramos en lo invisible, en lo

etéreo, en lo espiritual. Con el humo

sucede al revés. Cuando algo arde asistimos al paso de lo

material a lo espiritual, a la producción de la luz. Pero el paso

se paga con el humo opaco. Con el humo, el fuego

encierra un elemento espiritual en la materia. Nada nace

aisladamente. Todo proceso se paga mediante un

retroceso inverso y proporcional. Donde se produce luz

también se producen tinieblas. El aire nace del fuego

transformado en humo; el agua del aire condensado en

líquido, y la tierra del líquido solidificado. Desde este

punto de vista el universo entero es fuego y espíritu

embrujados en la materia».

Cuando penetramos con esta óptica la máquina del

mundo y contemplamos como circula por sus venas el

agente universal, el fuego sutil y todopoderoso, comprendemos

mejor la fuerza y la majestuosidad del culto de

los Aryas9 primitivos. Glorificaban el fuego porque veían en

él el trono, la sustancia y la vestimenta de los dioses.

Antes de resumir la evolución planetaria debemos

hacernos una idea de las potencias que intervienen en el

drama cósmico. Los antiguos sabios colocaron a los dioses

sobre un trono de fuego y de luz porque esas fuerzas son

sus elementos. Intentemos enumerarlos de

9. Literalmente «santo». Nombre de una raza que llegó a la India en el período

védico (véanse notas 5 y 39). Originariamente era el nombre de los rishis que

habían dominado las cuatro sublimes verdades que la miseria y el dolor son

los compañeros inevitables de la existencia física, que el sufrimiento es

intensificado por las pasiones humanas, que la destrucción y extinción de

todos los sentimientos es posible para el hombre «en el sendero», y la vía o

senda que conduce a dicho resultado.

abajo arriba, en el mismo orden ascendente que sigue la

inteligencia humana. Después los veremos actuar de arriba

abajo siguiendo el orden descendente de la creación.

El Antiguo Testamento resume la jerarquía de las

Potencias -facultades de Dios en acto- en el sueño de

Jacob10 que ve como los ángeles bajan y vuelven a subir los

escalones del universo. Este sueño representa simbólicamente

la jerarquía del mundo invisible que es el que

sustenta y mantiene al mundo visible. Comentado

esotéricamente pone de manifiesto una ciencia más

profunda aún que la que brota de nuestros microscopios y

telescopios.

Escalad los grados de la materia y encontraréis el

Espíritu. Subid los peldaños de la conciencia humana y

encontraréis a Dios. De la misma forma que más allá de los

cuatro elementos hay otros elementos más sutiles, por

encima de los cuatro reinos visibles de la naturaleza

-mineral, vegetal, animal y humano- existen reinos

correspondientes a diferentes estados de la materia

imponderable. Son las esferas de los Asuras y los Devas de

la India, los Elohim de Moisés" los dioses

10. Génesis XXVIII, 12 y 55. Este sirve de referencia a numerosas obras

herméticas. Es la primera plancha del MUTUS LÍBER o Libro Mudo

(alquimia), se encuentra comentado en DE SIGNATURA RERUM, de

Boehme, etc.

11. Aelohim es el plural de la palabra con la que caldeos y hebreos

designan al ser supremo. Literalmente significa EL-ellos- los que-son. Según

Fabre d'Olivet esta palabra sirve para designar al conjunto formado por la

divinidad -EL- y todas las demás potencias celestiales inferiores hasta llegar

al hombre.

griegos, formas antropomorfas de dichos estados. La

tradición esotérica cristiana, cuyos orígenes se remontan a

Dionisio Aeropagita12 los divide en nueve categorías,

agrupadas en tres ternarios, que forman un todo orgánico.

Todos los pueblos han creído y todos los profetas han

dicho que por encima del hombre existen los Angeles, los

Feruer de los Persas, los Genios de los latinos, a todos los

cuales se identifica a veces con el Yo superior y eterno del

hombre. Sin embargo el ángel difiere de este yo superior

al que está encargado de despertar. Esotéricamente los

ángeles también se llaman los hijos de la vida. Uno de

ellos acompaña la personalidad de cada hombre. Su

misión consiste en seguirle y guiarle de encarnación en

encarnación. El elemento del ángel es el aire. Por encima de

los ángeles están los Arcángeles, los Asuras de los hindús,

que dominan el alma de las naciones. Su elemento es el

fuego. La tradición oculta los considera como los factores

más activos de la vida general de la humanidad: trazan las

grandes líneas de ésta y vigilan sus múltiples

movimientos. Más allá de los arcángeles reinan los

Principios (llamados apcpai por Dionisio Aeropagita), o

espíritus de la personalidad y de la

12. Se le cita nominalmente en los Hechos de los Apóstoles como uno de los

que se convirtieron oyendo predicar a San Pablo en el Areópago de Atenas.

Fue obispo de Corinto y sufrió persecución en tiempos de Diocleciano.

Siglos después su nombre se unió a algunos escritos teológicos de origen

desconocido de hacia el siglo V, que son los que circulan atribuidos al

Pseudo Dionisio Aeropagita.

iniciativa cuyo papel podría definirse con el término los

Comendadores. Ellos fueron quienes dieron el primer

impulso a los arcángeles durante el periodo saturnino y

durante el solar. También son ellos quienes presiden los

grandes movimientos de la humanidad y las revoluciones,

así como la actuación de las grandes personalidades que

cambian la faz de la historia.

Este es el primer grupo de potencias espirituales que

se encuentran por encima del hombre y al que por

antonomasia puede llamarse trabajadores del laboratorio

planetario, ya que su actividad es la más ardiente y compleja

y penetra profundamente tanto en la materia como en los

arcanos de la individualidad humana.

Después viene la segunda triada de potencias. Son los

Devas propiamente dicho de los hindús. Dionisio

Aeropagita los ha llamado Virtudes, e^ovoiai, Dominaciones,

Svvafieio, y Principados, (peipioxe. Hay que

considerarlos como dominadores y ordenadores de todo el

sistema planetario. Estos espíritus soberanos son

intermediarios entre las potencias inferiores y las

superiores y están más cerca de la divinidad que del

hombre. Podríamos llamarlos los Intachables pues no

pueden descender al abismo de la materia como los

ángeles aunque tampoco pueden como ellos amar al

hombre al que dieron aliento y vida. Estas potencias son

las que han creado el vacío en las esferas planetarias a donde

vienen a precipitarse las fuerzas del infinito. Guardan el

equilibrio de todo el sistema y constituyen

su norma. Son los Elohim de Moisés y los creadores de la

tierra.Muy por encima de cualquier concepción o fantasía

humana se eleva en orden ascendente la tercera triada de

potencias.

Los Tronos son las potencias supremas del don de sí y

del sacrificio. Después veremos el papel fundamental que

han tenido en el origen de nuestro sistema planetario. Los

Serafines (cuyo nombre caldeo significa amor), y los

querubines (palabra que tiene el sentido de sabiduría y fuerza

infinitas) están tan cerca de Dios que reflejan

inmediatamente su luz. Las potencias inferiores no

podrían soportar su esplendor deslumbrante ni el

relampagueo de su brillo. Los Serafines y los Querubines

se la transmiten tamizándola y condensándola en formas

radiantes. Ellos mismos revisten tales formas

empapándose de amor y sabiduría. Se sumergen en el seno

de la trinidad divina y salen de ella fulgurantes pues los

pensamientos de Dios se incorporan a su esencia espiritual.

No trabajan, resplandecen; no crean, despiertan. Son rayos

vivos del Dios impenetrable.

Resumamos. La TRIADA INFERIOR (Angeles,

Arcángeles y Principios) es la de las potencias

combativas a las que corresponde el trabajo más duro.

Tienen por campo de batalla la tierra, y como objeto al

hombre. La TRIADA MEDIA (Virtudes, Dominios y

Principados) es la de las potencias ordenadoras y

equilibrantes que actúan en el conjunto del sistema

planetario. La TRIADA SUPERIOR (Tronos,

Querubines y Serafines) es la de las potencias radiantes e

inspiradoras que actúan en el conjunto del cosmos.

Forman parte de la esfera divina propiamente dicha pues,

por esencia, están como Dios fuera del espacio y del tiempo

aunque manifiestan en ellos a la divinidad.

Añadamos que cada orden de potencias de esta vasta

jerarquía recibe el influjo de las superiores y actúa sobre

todas las que están debajo, aunque no sobre las que están

encima.

Señalemos también que las esferas de actividad de las

potencias se penetran sin confundirse, y que las

condiciones de espacio y tiempo varían en cada ternario de la

jerarquía. La esfera de ángeles, arcángeles y principios que

es la inmediatamente superior al hombre y en la que se

sumerge durante el sueño, es la esfera astral también llamada

esfera de la penetrabilidad. En ella reina la cuarta

dimensión, es decir, que los seres se penetran sin

confundirse. Las distancias están suprimidas o modificadas.

Las cosas se unen inmediatamente por simpatía o antipatía.

La esfera de las potencias del segundo ternario es la esfera

espiritual que podríamos llamar también la esfera de la

expansión y la concentración. Dominan en ella las

dimensiones quinta y sexta, es decir, la creación en el

vacío mediante la afluencia de fuerzas del infinito. Con el

tercer ternario entramos en la más elevada esfera divina,

la del Infinito y el Eterno, que está por encima del tiempo y

de espacio pero que los rige.

La escala de las potencias tiene al fuego-principio

como trono, por centro la trinidad divina, y como corona

la triada seráfica. La luz, la vida y la verdad se proyectan

desde arriba bajo el efluvio de los tres Verbos, a través de

los Elohim y los arcángeles, para clavarse en el hombre

con la llama de Lucifer. Todos los rayos divinos se

concentran en el hombre para que en él vuelva a brotar un

ser, una luz y un verbo nuevos.

Mediante esta cadena Dios-los-Dioses13, los Elementos

y el Hombre forman un todo solidario e indivisible que se

genera, se organiza, y evoluciona de manera constante,

paralela e integral. Los dioses superiores engendran a los

dioses inferiores los cuales, a su vez, engendran a los

elementos cuya materia no es sino apariencia y de los que el

hombre, en germen en ellos desde el principio, se

transforma poco a poco en centro y eje.

Contemplado de arriba abajo, este cuadro muestra el

rayo por el que los dioses ven el mundo del hombre: es el

lado de la luz. Visto de abajo arriba representa el prisma

por el que el hombre percibe el mundo y los dioses: es el

lado de la sombra.

Veamos ahora el trabajo de las potencias en la

creación.

13. Dios-los-Dioses es una de las traducciones de la palabra hebrea

Aelohim. Véase la nota 11.

Capítulo III

EL PERIODO SATURNIANO,

EL SACRIFICIO DE LOS TRONOS.

EL DESPERTAR DE LOS PRINCIPIOS

En todo el universo se manifiesta la ley del movimiento

eterno, la ley de la rotación y, junto con ella, la ley de la

metamorfosis o reencamación. Esta ley de los avatares (o

renacimiento de los mundos tras largos años de sueño

cósmico en formas próximas pero siempre nuevas) se aplica

tanto a las estrellas como a las plantas, a los dioses y a los

hombres. Es la condición misma de la manifestación del

Verbo divino, de la radiación del Alma universal a través

de los astros y de las almas.

Nuestra tierra ha tenido tres avatares antes de llegar a

ser la tierra actual. En principio estuvo mezclada como parte

indistinta a la nebulosa primitiva de nuestro sistema. En la

cosmogonía oculta esta nebulosa se llama Saturno.

Nosotros la llamaremos primer Saturno para no confundirla

con el Saturno actual que le sobrevivió como desecho.

Después la tierra formó parte del Sol primitivo que se

extendía hasta el limite actual de Júpiter. A continuación se

desprendió del Sol primitivo para formar un solo astro junto

con la Luna. En la cosmogonía oculta este astro se llama

pura y simplemente Luna. Para distinguirla de la Luna

actual

la llamaremos Tierra-Luna. Finalmente la Tierra, expulsando

a la Luna de su seno, llegó a ser la Tierra

actual.

El germen del ser humano ya existía en el Sol

primitivo en forma de embrión etérico. En la Luna

primitiva o Tierra-Luna, empezó a existir como ser vivo

disponiendo de un cuerpo astral en forma de nube de fuego.

Sólo en la Tierra actual conquistó la conciencia del yo al

desarrollar órganos físicos y espirituales. Indicaremos

estas etapas más adelante al hablar de la Atlántida y los

atlantes.

Durante estos avatares sucesivos del sistema planetario,

los dioses o Elohim de las jerarquías superiores

desarrollaron los Elohim de las jerarquías inferiores:

Principios, Arcángeles y Angeles que, con su ayuda,

fueron quienes guiaron la Tierra y el hombre.

Los períodos planetarios de los que vamos a hablar se

extienden a lo largo de millones y millones de años. Estas

épocas del mundo cuyos reflejos aún vibran en la luz astral

han sido descifrados desde tiempo de los rishis por la

videncia de los grandes Adeptos. Con su sentido interior

los han visto desarrollarse en panoramas inmensos. De

edad en edad han transmitido sus visiones a la humanidad

en formas mitológicas adaptadas a los diversos grados de

cultura. Los hindús llaman a estos clichés astrales

imágenes de la Acacha (o luz astral). En la tradición

judeo-cristiana de Moisés y los profetas, de Jesucristo y de

San Juan, estas hojas arrancadas al Alma del Mundo se

llaman el libro de

Dios. ¿No es sorprendente que la vidente de Domrémy,

nuestra Juana de Arco, la campesina ignorante pero

inspirada, se haya servido de esta misma expresión

cuando respondía a los sarcasmos escolásticos de los

doctores de Poitiers con las siguientes soberbias palabras?:

«Hay más en el libro de Dios que en los vuestros».

¿Necesitamos decir qué imperfectas son siempre las

traducciones de los videntes cuando tratan de expresar en

lenguaje terrestre las imágenes sobrehumanas que la luz

astral transporta ante ellos, no en forma inmóvil ni muerta,

sino en masas vivas y como ríos desbordados?

Posteriormente hay que darles un sentido y un nexo,

clasificar estas visiones avasalladoras.

La nebulosa saturniana, forma primera de nuestro

sistema planetario, consistía en una masa de calor sin luz.

El calor es la primera forma del fuego; por ello es por lo

que Heráclito decía que el mundo nació del fuego. Tenía

la forma de una esfera cuyo radio media la distancia del

sol al Saturno actual. En sus profundidades no lucía astro

alguno ni tampoco desprendía ninguna luminosidad. Sin

embargo, y debido al trabajo de las potencias que se

agitaban en su seno, en el interior de la nebulosa

circulaban efluvios de calor y ondas heladas. A veces, bajo

la atracción de los Elohim que bajaban a ella desde el

espacio inconmensurable,

se elevaban en su superficie trombas de calor de forma

ovoides.

El Génesis describe esta primera fase planetaria en su

segundo versículo: «Y la tierra estaba desordenada y vacía,

y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el Espíritu

de Dios se movía sobre la faz de las aguas»

Ahora bien, los Elohim, que en el origen de nuestro

mundo representaban al Espíritu de Dios, pertenecían a la

más alta jerarquía de las Potencias. Eran aquellos a los que

la tradición cristiana llama Tronos. Afirma esta tradición

que ofrecieron su cuerpo en holocausto para que renacieran

los Principios. Tales cuerpos consistían sólo en calor vital,

en un efluvio de amor. En cuanto a los Principios o

Espíritus del comienzo, eran seres procedentes de una

anterior evolución cósmica que habían permanecido pasivos

y como perdidos en la divinidad durante un largo periodo.

Su naturaleza les hacía capaces de llegar a ser dioses

creadores por excelencia a condición de volver a adquirir

personalidad. Esta personalidad se la dieron los Tronos

sacrificándoles su cuerpo, derramando en ellos toda su fuerza.

De ahí procede estas trombas de calor que surgían del

primer Saturno y que parecían aspirar la vida divina de los

Tronos, similares al agua de las trombas de mar que se eleva

en torbellinos hacia las nubes como si el cielo aspirara el

océano.

La enorme nebulosa saturniana tenía su aspiración y su

expiración como un ser vivo. La primera producía frío y la

segunda calor. Durante la aspiración los

Principios entraban en su seno; durante la expiración se

aproximaban a los Tronos y bebían su esencia. Así, cada

vez tomaban más conciencia de sí mismos y cada vez se

separaban más de la masa saturniana. Pero, depurándose y

despojándose de sus elementos interiores, dejaban tras ellos

una humareda gaseosa. Al mismo tiempo, los Elohim de

la segunda jerarquía que trabajaban la nebulosa por dentro

la habían puesto en rotación originando en su periferia un

anillo de humo gaseoso que, al romperse posteriormente,

formaría el primer planeta, el actual Saturno con su anillo

y sus ocho satélites.

Sin embargo los Principios, los Dioses de la Personalidad,

los grandes Iniciadores, aspiraban a la creación

de un mundo..., lo esbozaban en sueños, eran portadores

de sus primeros lincamientos. Pero no podían crearlo en el

sombrío Saturno, esfera de niebla y humo. Para eso les

faltaba ¡la Luz!..., la luz física, el agente creador. En

medio de las tinieblas que les rodeaban crecía en ellos el

presentimiento de esta luz creadora. ¿Presentimiento o

recuerdo? Quizá recuerdo de un mundo anterior, de otro

periodo cósmico, recuerdo lejano de gloria y esplendor en la

noche saturniana. También presentimiento pues en el alma

de los Principios ya se estremecía como alba anunciadora de

auroras futuras la majestad del Arcángel, la hermosura del

Ángel y la melancolía del Hombre. Pero para corporeizar este

sueño hacia falta un sol en el corazón de Saturno,

una revolución en la nebulosa, alentada y estimulada por

las potencias supremas.

La sombría noche de Saturno tocaba a su fin. Los

Tronos adormecieron a los Principios con un sueño

profundo. Después hendieron como un huracán la noche

saturniana viciada de humos sofocantes para condensar su

masa y volver a modelarla en astros de luz con la ayuda de las

otras Potencias y el Fuego-Principio. ¿Cuántos siglos,

cuántos millones de años duró este ciclón cósmico en la

nebulosa en la que chocaban entre si el frío y el calor, en donde

brotaban rayos multicolores cada vez más grandes en

medio de la noche terrorífica? No había entonces ni sol ni

tierra para medir los años, ni clepsidra ni reloj para contar las

horas... Pero cuando los Principios despertaron de su

profundo letargo flotaban, por encima de un núcleo de humo

sombrío, sobre una corona de luz etérea en una esfera de

fuego.Había nacido el primer Sol. El astro entero, con su

centro oscuro y su fotosfera, ocupaba el espacio que va I

desde el sol actual hasta el planeta Júpiter. Sus nuevos amos

los Principios, los nuevos Dioses que marchaban sobre un

océano en llamas, saludaron la luz circundante. Entonces

vieron por primera vez a los Tronos a través de los velos

fluidos de las ondas luminosas, que ascendían alejándose

hacia un astro lejano el cual se empequeñeció

perdiéndose en el infinito donde los Tronos

desaparecieron con él...

Entonces los Principios exclamaron: «Se ha acabado

la noche saturniana. Henos aquí vestidos de fuego

y reyes de la luz. Ahora podemos crear según nuestro

deseo pues nuestro deseo es el pensamiento de Dios».

Pero contemplando la fotosfera etérea que les

envolvía, los Principios vieron en el espacio, más allá de su

morada, una cosa siniestra.

Un gran círculo humeante, habitáculo espeluznante de

sombríos espíritus elementales de un orden inferior, rodeaba

a distancia con un anillo fatal al globo del sol naciente. Se

habría dicho el caparazón negro del astro luminoso. De

este anillo vagamente esbozado habría de nacer más tarde,

por ruptura, el Saturno actual. Saturno, primer detritus de

la creación, era el precio del Sol. Con él ya pesaba sobre

este joven universo la ineluctable fatalidad que los Elohim

han de vencer, pero que no pueden suprimir. Desde la

primera etapa se verificaba así la trágica ley que exige que

no haya creación posible sin desperdicio, luz sin sombra,

progreso sin retroceso, bien sin mal.

Así fue el paso del periodo saturniano al periodo solar.

Se encuentra resumido en el cuarto versículo del Génesis de

Moisés con las siguientes palabras:

«Entonces Aelohim, El-los-Dioses, separó la luz de las

tinieblas».

Capítulo IV

EL PERÍODO SOLAR. LOS ARCÁNGELES

SON INCUBADOS POR LOS QUERUBINES.

SIGNIFICADO OCULTO DEL ZODÍACO

La esfera del primer Sol llegaba hasta el Júpiter actual. Este

Sol era más vivo que cualquiera de los planetas que

habrían de salir de su seno. Estaba formado por un tenebroso

núcleo de humo y por una inmensa fotosfera, no de metales

en fusión como Ja del sol actual, sino de una materia más

sutil, de un fuego etéreo, límpido y transparente. Un

espectador que hubiera observado el sol desde Sirio, habría

visto que periódicamente brillaba y empalidecía, se volvía a

encender y se apagaba de nuevo. Nuestros astrónomos han

observado estrellas similares en el firmamento. El Sol

primitivo tenía su aspiración y expiración regulares. Su

aspiración, que parecía hacer entrar en él toda su vida, le

volvía tenebroso y casi tan oscuro como Saturno. Pero su

expiración era un maravilloso fulguramiento que proyectaba

al infinito su rueda de luz.

Ahora bien: estas tinieblas y esta luz procedían de la

vida de los Dioses, de los Elohim que reinaban sobre el astro.

Los principios o Espíritus del comienzo ya habían

concebido a los Arcángeles en la nebulosa saturnina.

No consistían entonces sino en Formas-Pensamientos

objetivados por ellos y revestidas de un cuerpo etérico, órgano

de la Forma y de la vida. En el Sol, los padres de los

Arcángeles dieron también a sus criaturas divinas un cuerpo

astral, órgano radiante de sensibilidad. Pues los Principios

son los magos más poderosos de todos los Elohim. Por la

fuerza de su voluntad pueden dar vida y personalidad a sus

Formas-Pensamientos. Volviendo a ver este espectáculo

reviviéndolo en sí mismo, Moisés escribió:

«Dijo Dios: que la Luz sea, y la Luz fue». Los

Arcángeles crecieron bajo el aliento de los Principios

llegando a ser la vida, la luz y el alma del primer Sol. ¿Es

este el concepto de estrella fija? ¿Todo lo que vive de sí envía

al universo la vida de los Principios? ¿Qué hacen éstos? Un

Sol creado por ellos. Sus mensajeros son los Arcángeles.

Dicen al universo: «Anunciamos las acciones de los

Espíritus del Comienzo14».

Los Arcángeles fueron los hombres del primer Sol, los

dominadores de dicho astro. Ahora bien, elevándose por

encima del Fuego natal buscaban algo con su esfuerzo.

Estando constituida su esencia por Luz y por éxtasis,

buscaban la fuente divina del mundo de la que ellos mismos

emanaban. En primer lugar no vieron en el universo sino las

constelaciones, mensajeros de otros Arcángeles, hermanos

lejanos... ¡Las constelaciones!... escritura llameante del

firmamento donde el Espíritu universal escribe su

pensamiento en jeroglífi-

14. Conferencias de Rudolf Steiner. Abril 1909.

eos chispeantes con miríadas de soles. Pero a medida que

se desarrollaba su vida espiritual vieron en la línea del

Zodiaco, acampado en un circulo prodigioso, a un ejército

de Espíritus sublimes de formas diversas y majestuosas.

Eran los Querubines, habitantes del espacio espiritual, los

Elohim de la Armonía y de la Fuerza que, junto con los

Serafines, Espíritus divinos del Amor, estaban cerca de los

arcanos de Dios. Venidos en doce grupos desde todas las

profundidades del cielo y acercándose gradualmente, el

ejército de Querubines se concentró alrededor del mundo

solar para incubar y fecundar a los Arcángeles.

Este hecho, conocido por los magos de Caldea, es el

origen del nombre de los doce signos del Zodiaco, nombre

que conserva la astronomía moderna. Cada una de las

constelaciones fue identificada como una categoría de

Querubines que la tradición oculta representa mediante

animales sagrados. Los caldeos, los egipcios y los hebreos

esculpían analógicamente a los Querubines mediante los

símbolos del Toro, del León, del Águila y del Ángel (o del

hombre). Son los cuatro animales sagrados del arca de

Moisés, de los cuatros evangelistas y del Apocalipsis de

San Juan. La esfinge egipcia, símbolo maravillosamente

adecuado de la Naturaleza visible e invisible, de toda la

evolución terrestre y divina, los resume en una sola forma.

Ahora bien, estas cuatro formas esenciales del mundo de

los vivos se vuelven a encontrar en los cuatro puntos

cardinales del Zodíaco, con una excepción. El águila

ha sido sustituida por el escorpión. El águila mata con sus

ganas y con su pico, pero sus alas representan el vuelo

hacia el Sol, el entusiasmo y la resurrección. En la

simbólica sagrada que no es sino la traducción del alma de

las cosas, el águila significa simultáneamente muerte y

resurrección. El Escorpión que, entre Libra y Sagitario, la

sustituyó en el zodiaco no significa sino la muerte. Quizás

este cambio es también un símbolo: a causa de su descenso

a la materia, la humanidad no ha conservado sino el sentido

de la muerte olvidando el de la resurrección.

Ninguna forma terrestre sabría reproducir la belleza y el

esplendor de los Querubines alineados bajo los signos del

zodíaco en un amplio círculo, alrededor del mundo solar,

para inspirar y fecundar a los Arcángeles. Tampoco ningún

lenguaje humano podría expresar los transportes y éxtasis

de los Arcángeles al recibir su influjo y empaparse con

pensamientos divinos. Pero, ya lo hemos dicho: este

primer mundo solar tenía eclipses periódicos. Tenía sus

días y sus noches, días radiantes y noches tenebrosas.

De época en época los Arcángeles se replegaban con

los rayos solares al núcleo oscuro del astro y caían en un

semisueño. El impulso hacia los espacios del cosmos bajo

la mirada de los querubines iba acompañado por una

prodigiosa emisión de luz y por una armonía grandiosa,

música de las esferas. Ahora decrecía el sonido, la claridad

palidecía en la penumbra y había un gran silencio en el

abismo interior del astro.

Durante su éxtasis allí arriba los Arcángeles habían

concebido el mundo angélico. En las amenazadoras

tinieblas de ahora volvían a pensar en los querubines

aunque, en el recuerdo, sus imágenes se contraían en

formas de angustia, de deseo y de cólera. Estas Formas-

Pensamiento engendradas por el sueño perturbado de los

Arcángeles llegaron a ser los prototipos del mundo animal

que más tarde habría de desarrollarse sobre la tierra. Los

animales no son sino copias deformadas y, de alguna

manera, caricaturas de los seres divinos.

Podría pretenderse que si los Angeles (y a través de ellos

los hombres) nacieron del éxtasis de los Arcángeles en la luz,

los animales nacieron por el contrario de su pesadilla en la

tinieblas. El mundo animal es por tanto contrapartida y

precio del mundo angélico. También aquí se aplica la ley del

avance de mundos y seres mediante el rechazo de sus

elementos inferiores. Veremos que esta ley se verifica en

toda la escala de la creación y hasta en los menores

detalles de la vida humana. El rechazo de dichos

elementos no sólo es indispensable para la purificación de

los elementos superiores sino también necesario como

contrapeso y fermento de la evolución total. Su regresión

momentánea parece una injusticia aunque si consideramos

la infinitud de los tiempos no es así. Una nueva onda de

vida volverá a ocuparse más tarde de ellos empujándolos

adelante.

Capítulo V

FORMACIÓN DE JÚPITER Y DE MARTE.

EL COMBATE EN EL CIELO.

LUCIFER Y LA CAÍDA

DE LOS ARCÁNGELES

Las potencias de la Segunda Jerarquía (Principios,

Dominaciones y Virtudes) tienen en el sistema planetario

una función de organizadores y vigilan la distribución de

fuerzas. Son Potencias que actúan fundamentalmente por

expansión y por concentración, trabajando el mundo solar

por dentro. Bajo su impulso, el Sol primitivo sufrió dos

nuevas contracciones. Dichas condensaciones sucesivas

eliminaron de su núcleo oscuro dos nuevos planetas:

Júpiter y Marte.

Para el ojo físico de un hombre que hubiera estado

apostado en el planeta Saturno mientras que se formaban

Júpiter y Marte, estos acontecimientos cósmicos sólo

habrían estado marcados por la aparición de dos nuevas

esferas que giraban alrededor del Sol, una de ellas brillante

por dentro (Júpiter) y la otra opaca (Marte). Al mismo

tiempo, el observador habría visto que la fotosfera del sol se

contraía para brillar con una luz más viva y sin

intermitencias. Esto es lo que ocurría en el plano físico.

Pero el alma de un vidente estaría sorprendida por un

acontecimiento mucho más importante que, detrás del plano

físico, se desarrollaba en el plano astral. Dicho

acontecimiento, uno de los más decisivos de la evolución

planetaria, se designa en la tradición oculta con el nombre

de Combate en el Cielo. En forma de leyenda ha dejado

huellas en todas las mitologías. Aparece fulgurante en la

Teogonia de Hesíodo con el célebre combate de los titanes y

los dioses, al que está ligada la historia de Prometeo15 En la

tradición judeo cristiana el Combate en el Cielo se llama la

caída de Lucifer16. Este acontecimiento, que precedió y

provocó la creación de la Tierra no fue accidental. Formaba

parte del plan divino aunque su realización concreta fue

dejada a la iniciativa de las Potencias. Empédocles17 ha dicho

«El mundo nació de dos fuerzas, el Amor y la

15.Prometeo aparece en la «Teogonia» de Hesíodo y en el drama de

Esquilo «Prometeo encadenado». Pertenece a la raza divina de los

titanes. Cuando Zeus quiere destruir a los hombres enviando un diluvio

sobre la tierra, Prometeo advierte a su hijo Deucalión y le aconseja que

construya un arca par salvar así a los mortales. Prometeo dio a los

humanos una chispa del fuego celeste y les enseñó sus múltiples usos.

A él se deben según Esquilo el alfabeto, la medicina, la industria, la

navegación, etc. El robo del fuego enojó a Zeus que castigó a Prometeo

creando una mujer -Pandora, véase el capitulo VII de este libro- y

encadenándolo a una montaña del Cáucaso donde un águila viene a

carcomerle el hígado que siempre le renace. Véase en el Apéndice el

«Combate de los Dioses y los Titanes» de Hesíodo.

16.Isaías XIV, 12; Apocalipsis XII, 7; Judas 9.

17.Filósofo griego del siglo V antes de Cristo. Según su teoría todo está

formado por cuatro elementos: agua, aire, fuego y tierra, los cuales se

combinan y separan por efectos del amor y la discordia para originar las

cosas, pero sin nacimiento ni creación: nada nace ni muere.

Guerra (Eros y Polemos)». Esta profunda idea encuentra

confirmación en la tradición esotérica judeo-cristiana con la

lucha mutua de los Elohim. Lucifer no es el genio del mal,

el Satán en que lo transformó la tradición ortodoxa y

popular. Lucifer es un Elohim como los otros, y su

mismo nombre de portador de luz le garantiza su

indestructible dignidad de Arcángel. Más adelante veremos

la razón por la que Lucifer, genio del conocimiento y la

individualidad libre, era tan necesario al mundo como

Cristo, genio del amor y el sacrificio. Veremos como toda la

evolución humana surge de la lucha entre ambos; como

finalmente su armonía definitiva y trascendente debe

coronar la vuelta del hombre a la divinidad. Ahora

tenemos que seguir a Lucifer en su descenso hacia la

tierra y en su obra creativa.

Entre todos los Arcángeles Lucifer era el representante

y jefe patronímico de toda una clase de Angeles y

Espíritus. Era el que había contemplado más penetrantemente

y con mayor osadía la sabiduría de Dios y el

plan celeste. Pero también era el más fiero y el más

indomable. No quería obedecer a ningún otro Dios sino a sí

mismo. Ya los demás arcángeles habían creado sus formaspensamientos,

los ángeles, prototipos aún puros del

hombre divino. Estos ángeles sólo tenían un cuerpo

etérico diáfano y un cuerpo astral radiante que, por su

fuerza receptiva e irradiante, reunía en perfecta armonía el

eterno-masculino y el femenino. Los ángeles poseían el

amor, la radiación espiritual sin perturbación

y sin deseo de posesión egoísta puesto que, astral y

espiritualmente, eran andróginos. Lucifer había comprendido

que para crear al hombre independiente, al hombre de deseo

y de revuelta, era necesaria la separación de sexos. Para

seducir con su pensamiento a los ángeles moldeó en la luz

astral la forma resplandeciente de la mujer futura, de la Eva

ideal, y la mostró a los ángeles. Muchos de entre ellos se

inflamaron de entusiasmo ante esta imagen que prometía al

mundo alegrías y delirios desconocidos, y se agruparon

alrededor del arcángel rebelde.18

Ahora bien, en ese tiempo se formaba entre Marte y

Júpiter un astro intermedio. Aún no tenía sino la forma de

un anillo destinado a condensarse en planeta después de su

ruptura. Lucifer lo escogió para crear con sus ángeles un

mundo que, sin pasar por las pruebas terrestres, hubiese

encontrado en sí mismo su fuerza y su alegría y que, a la vez,

hubiera gustado los frutos de la vida y del conocimiento sin la

ayuda del Todopoderoso. Los demás arcángeles y todos los

Elohim recibieron la orden de impedirlo porque un mundo

semejante hubiera introducido el desorden en la creación y

hubiera roto la cadena de la jerarquía divina y planetaria. La

lucha ardiente y prolongada en la que se enzarzaron el

18. Sin duda aquí se encuentra la base de una tradición oculta que pretende que de la

unión primitiva de Lucifer y Lilith (la primera Eva) nació Caín, es decir, el hombre

descendido a la materia, condenado al crimen, al sufrimiento y a la expiación.

Recordemos que todos los relatos de lo que sucede en el plano astral no son sino

traducciones imperfectas de acontecimientos que se desarrollan en la esfera de la

penetrabilidad.

ejército del arcángel rebelde y sus pares y superiores

terminó con la derrota de Lucifer y tuvo un doble

resultado: 1) la destrucción del planeta en formación

cuyos restos son los planetoides, 2) el rechazo de Lucifer

y sus ángeles a un mundo inferior, a otro planeta que

acababa de ser arrancado al núcleo solar por los Principios

y las Dominaciones. Este planeta era la Tierra. No la Tierra

actual sino la Tierra primitiva que entonces era una sola

cosa junto con la Luna19

Este episodio cosmogónico constituye un hecho

capital de la historia planetaria, una especie de incendio

astral cuyo reflejo se encuentra en todas las mitologías y

en las profundidades ocultas del alma humana.

Primer destello del deseo, del conocimiento y de la

libertad, la antorcha de Lucifer no volverá a iluminarse con

todo su resplandor sino al sol del amor y de la vida divina,

con Cristo.

19. En efecto la tradición esotérica admite que en este mismo período, un

determinado número de Elohim que no quisieron tomar parte en la creación

de la tierra y de los mundos sometidos a las duras leyes de la materia

condensada, se alejaron del sol, más allá del circulo de Saturno, para crear el

planeta Urano, Neptuno, y otros más. Según la videncia antigua, confirmada

por la moderna, nuestro sistema solar salió primitivamente de la nebulosa

saturnina. Por ello Saturno es el más antiguo de los dioses. Con él comienza

el tiempo.

Capítulo VI

LA TIERRA PRIMITIVA O TIERRA-LUNA.

DESARROLLO DE LOS ÁNGELES.

NACIMIENTO DEL HOMBRE

La separación del sol y la tierra primitiva (realizada por las

potencias de la segunda jerarquía: Principados,

Dominaciones y Virtudes) tenía una doble finalidad.

Primero arrancar del astro luminoso su núcleo más oscuro

y más denso, ofreciendo este desecho como campo de

acción al mundo luciferino para que sirviera de crisol a la

humanidad naciente. Segundo, desembarazar de sus

elementos inferiores al sol condensado y hacer de él el

trono de los arcángeles y del Verbo mismo, permitiéndole

así lucir con toda su fuerza y su pureza.

La tierra y el sol constituyeron paralela y simultáneamente

dos polos del mundo físico y moral destinados,

mediante su Oposición y su acción combinada, a dar una

mayor intensidad a la evolución planetaria.

La tierra primitiva o tierra-luna era un astro formado por

un núcleo líquido rodeado por una envuelta de gas

inflamado. En su centro fermentaban todos los metales y

minerales en fusión. Pero en la superficie se formó una

corteza vegetal, una especie de toba leñosa y esponjosa en la

que vivían enraizados parasitariamente

gigantescos seres semivegetales, semimoluscos, que

extendían como árboles tentaculares sus ramas o sus

brazos móviles en la atmósfera cálida. En esta atmósfera

gaseosa que envolvía a la tierra-luna como un inmenso

torbellino ya nadaban y flotaban, parecidos a nubecitas de

fuego, los primeros gérmenes de los futuros hombres.

Estos embriones humanos no tenían cuerpo físico sino sólo

un cuerpo etérico o vitalidad interior, y un cuerpo astral o

aura radiante a través de la que percibían la atmósfera

ambiente. Tenían pues sensación, pero sin conciencia del yo.

Carecían de sexo y no estaban sometidos a la muerte. Se

volvían a formar sin cesar a partir de sí mismos y se

alimentaban con los efluvios del aire húmedo y ardiente.

Los arcángeles habían sido los dominadores del

primer sol. Sus hijos los ángeles dominaron la tierra-luna.

Alcanzaron la conciencia de su yo contemplando el reflejo

de sí mismos en los gérmenes humanos que poblaban el

astro, insuflándoles su pensamientos que ellos les

devolvían animados y vivos. Sin este milagro y este

desdoblamiento ningún ser humano o divino puede tomar

conciencia de sí mismo20. La función especial de los ángeles

era la de transformarse en guías e inspiradores de los

hombres en el periodo cósmico siguiente, es decir, en

nuestra tierra. En la luna primitiva (o tierra-luna) fueron

ellos quienes despertaron al

20. Porque el desdoblamiento es la condición primordial de la

conciencia, la sabiduría rosacruz mantiene el siguiente axioma: Donde

hay un Yo hay dos Yo.

ser humano en formación. Excitaron sus sensaciones y,

haciéndolo, tomaron conciencia de sí mismos y de su alta

misión. Bajando con Lucifer al abismo tenebroso de la

materia, debían volver a ascender a su fuente divina

amando al hombre, sufriendo con él y sosteniéndole en su

lenta ascensión. Y el hombre debía aspirar a Dios y

comprenderle a través del ángel. El ángel es el arquetipo del

hombre futuro. De la elevación del hombre al estado

angélico debe nacer al fin de los tiempos un dios nuevo, la

individualidad libre y creadora. Pero antes de ello fue

preciso el descenso en sombría espiral al doloroso

laboratorio de la animalidad. Y ¿quién puede decidir cuál

sufrirá más? ¿el hombre, que a medida que aumenta su

conciencia de sí está más humillado y atormentado, o el

ángel invisible que sufre y lucha junto a él?

Capítulo VII

SEPARACIÓN DE LA LUNA Y DE LA TIERRA.

COMIENZO DE LA TIERRA ACTUAL.

LA RAZA LEMURIANA.

DESARROLLO DE LOS SEXOS.

CAÍDA DE LOS ÁNGELES.

DESTRUCCIÓN DEL CONTINENTE DE

LEMURIA POR EL FUEGO

En la formación del mundo planetario todo corresponde

arriba y abajo, todo se encadena, todo progresa de manera

paralela: los dioses, los hombres, los elementos. Al revés

de lo que enseña la actual filosofía materialista que cree

poder explicar la biología a partir de la química y hacer

surgir la conciencia del yo de las reacciones puramente

fisiológicas, aquí todo procede de lo invisible y toma forma

en lo visible. Según el plan divino, el mundo espiritual se

traduce con una riqueza creciente en el mundo material. El

espíritu se involucra en la materia la cual, mediante un

efecto de rebote, evoluciona hacia el espíritu

personificándose e individualizándose sin cesar. A cada

nuevo avatar del mundo planetario, cuando nacen los

planetas, todos los seres suben un grado de la escala,

conservando la distancia entre ellos. Aunque estas

ascensiones no pueden realizarse sin enormes desperdicios,

desperdicios

que sirven a continuación como base y fermento de

nuevas ondas de vida.

Hemos visto como actuaban estas leyes en el periodo

saturnino, en el solar y en el periodo lunar de nuestro

mundo. La constitución definitiva de la tierra actual nos

suministra uno de los más brillantes ejemplos.

La tierra que habitamos, la adama de Moisés, la

demeter de Orfeo y Hornero, nos parece viejísima a causa

de la larga vida de la humanidad comparada con el corto

espacio de una encarnación humana. Pero los grandes

adeptos afirman que nuestro astro es aún relativamente

joven en relación con su organismo actual y con el

porvenir a largo plazo que todavía le reservan otros tres

avatares. Su constitución en planeta tierra, tema único que

nos ocupará en este capítulo, fue debida a la última gran

revolución cosmogónica, es decir, a la separación de la

tierra y de la luna.

En otros tiempos la luna actual era parte integrante de la

tierra. Constituía lo más espeso y pesado: su núcleo. Las

potencias espirituales que separaron la tierra de la luna

fueron las mismas que antes habían arrancado la tierra-luna

al sol. El objetivo principal de este desprendimiento fue el

descenso del hombre desde el plano astral al físico, plano

éste en el que, mediante el desarrollo de nuevos órganos,

debía adquirir la conciencia personal. Ahora bien, este

acontecimiento de importancia capital en el orden humano

no era posible sino mediante la separación de la tierra y la luna

en dos polos, siendo la tierra el polo masculino y la luna

el polo femenino21 El desarrollo fisiológico correspondiente

tuvo como consecuencia la aparición de los seres tanto en

el reino animal como en el humano. La especie humana no

se separó de la animalidad sino con el desdoblamiento de

los seres vivos en sexos opuestos. Y con la bisexualidad

entraron en acción tres nuevas fuerzas: el amor sexual, la

muerte y la reencarnación. Agentes enérgicos de actividad,

de disociación y renovamiento. Temibles aguijones y

látigos de la evolución humana, su gracia y su espanto.

Sin embargo, el ser humano descendido del plano astral

al plano físico atravesó las fases principales de la animalidad

(pez, reptil, cuadrúpedo, antropoide) antes de alcanzar su

forma actual. Pero, contrariamente a las teorías de Darwin y

Haeckel, los factores esenciales a la humanidad, que a su

manera atravesó las fases de las grandes especies, no fueron

ni la selección natural ni la adaptación al medio, sino un

impulso interior causado por la actividad de las potencias

espirituales que siguieron al hombre paso a paso y lo

desarrollaron gradualmente. Jamás hubiera atravesado el

hombre las formidables etapas que llevan de la animalidad

instintiva a la animalidad consciente sin los seres superiores

que le dieron forma penetrándola y moldeándola de

generación en generación y de siglo en siglo, a través de

millones de años. Fue a la vez una creación y una

cooperación, una mezcla, una fusión, un incesante

21. Respecto al Sol la tierra representa por el contrario el polo femenino.

rehacimiento. Como veremos, los espíritus-guía de

entonces actuaron sobre la humanidad naciente de una

manera doble: por influjo espiritual, o encarnándose en sus

cuerpos. Así el ser humano fue amasado simultáneamente

por dentro y por fuera. Por lo tanto se puede afirmar que el

hombre es a la vez su propia obra y obra de los dioses. El

esfuerzo procede de sí mismo. De los dioses la chispa

divina, el principio del alma inmortal.

***

Tratemos ahora de imaginarnos lo que fue el animal

humano en el periodo de la tierra que los geólogos llaman

era primaria.

En dicha época todavía ardía el suelo movedizo de la

tierra. El fuego afloraba por doquier. Lo que hoy día son los

océanos se movían alrededor del planeta en una esfera

semilíquida, semivaporosa, atravesada por mil corrientes

cálidas o frías, hirviente en sus simas tenebrosas y gaseosa

y transparente en sus partes altas. A través de estas capas

oscuras o traslúcidas, torbellineantes o quietas, ya se

movían numerosos ejemplares de un ser dotado de una

extraña vitalidad y de una visibilidad singular.

Por inquietante que hoy nos pueda parecer este

extravagante antepasado, tenía su hermosura. Se parecía

menos a un pez que a una larga serpiente de un azul verdoso,

de cuerpo gelatinoso y transparente que permitía

ver sus órganos interiores y que iridescía con todos

los colores del arco iris. De su parte superior salía a manera

de cabeza una especie de abanico o de panocha

fosforecente. Ya aparece aquí el protoplasma de lo que en el

hombre llegó a ser el cerebro. A este ser primitivo le servía

simultáneamente como órgano de percepción y de

reproducción.22

De percepción porque, careciendo enteramente de ojos

y oídos percibía a distancia a través de este órgano de una

extrema sensibilidad todo lo que se le acercaba y podía

favorecerle o perjudicarle. Aunque esta especie de

linterna, esta gran flor luminosa como una medusa de

mar, también desempeñaba la función de aparato macho y

fecundante. Pues la gran medusa ágil y vivaz escondía

además en su cuerpo ondulante un órgano femenino, una

matriz. En determinadas épocas del año estos nadadores

hermafroditas eran atraídos por los rayos solares a las

partes superiores y menos densas de su océano. Entonces,

bajo el influjo de estos rayos, se realizaba la fecundación.

Es decir, que el ser bisexuado se fecundaba a sí mismo

inconsciente e involuntariamente, como todavía lo hacen

hoy muchas plantas cuya semilla caída de los estambres

fecunda al estigma. El nuevo ser se formaba en su seno

ocupaba poco a poco el sitio del primero. Toda la vida

del

22. La mitología celta ha conservado memoria de muchos aspectos del

hombre y animales de estas épocas remotas, así como de la naturaleza.

Algunas de estas descripciones pueden encontrarse en obras literarias que

beben en las fuentes de esta tradición, por ejemplo en El Señor de los Anillos

de Tolkien, o en La Trilogía de Ransom de C. S. Lewis.

anterior pasaba al nuevo y cuando éste había alcanzado su

pleno crecimiento, se desprendía de su caparazón como

hace la serpiente desprendiéndose de su armadura de

escamas al mudar la piel. Por lo tanto había renovación

periódica del animal aunque no había muerte ni renacimiento.

Este ser carecía aún de yo. Le faltaba lo que los hindúes

llaman el manas, el germen de la mentalidad la chispa

divina del hombre, centro cristalizador del alma

immortal. Como todos los animales actuales no tenía sino un

cuerpo físico, un cuerpo etérico (o vital), y un cuerpo astral

(o radiante). Mediante este último también poseía

sensaciones que se asemejaban a una mezcla de

sensaciones táctiles, auditivas y visuales. En forma

rudimentaria su modo de percepción era algo parecido a lo

que hoy es el sexto sentido o sentido adivinatorio en los

sujetos especialmente dotados de esta facultad.

***

Transportémonos ahora algunos millones de años más

tarde, al eoceno y al mioceno23. La tierra ha cambiado de

aspecto. Todo el fuego ha entrado en su interior. La masa

acuosa ha aumentado. Una parte de la envoltura vaporosa

del globo se ha condensado for-

23. El eoceno y el mioceno son dos períodos de la Era Terciaria.

mando los océanos de su superficie. En el hemisferio

austral ha surgido un continente: Lemuria.24

En el suelo de este continente formado de granito y

lava fundida crecían heléchos gigantescos. La atmósfera

siempre estaba cargada de nubes aunque la atraviesa una

luz incierta. Todo lo que antes bullía en la atmósfera de la

tierra-luna, gérmenes de plantas y animales, ha reaparecido

sobre la tierra en formas más

24. Los naturalistas que estudian el globo terrestre desde el punto de vista de la

paleontología y de la antropología han señalado hace tiempo la existencia de un

antiguo continente, hoy hundido, que estaba situado en el hemisferio austral.

Abarcaba la actual Australia, una parte de Asia y África meridional y llegaba hasta

América del Sur. En esta época aún estaban bajo el agua tanto Asia central y

septentrional, como la mayor parte de África y América, así como Europa entera.

El inglés Selater llamó Lemuria a este continente a causa del antropoide

Lemuria. Según el naturalista alemán Haeckel fue en este continente donde se

desarrollaron los animales de tipo lemúrido. Damos a continuación las

conclusiones de un naturalista inglés sobre el antiguo continente lemuriano: «La

paleontología, la geografía física y las observaciones acerca de la distribución de

la fauna y de la flora, atestiguan la existencia de una estación prehistórica entre

África, la India y el archipiélago oceánico. Esta Australia primitiva debió existir al

principio del período pérmico y durar hasta el fin del mioceno. África del sur y la

casi isla hindú son los restos de este continente» (Blandfort: On ihe age and

corre/ation ofihe planbearing series of India and the former existence of an

Indo- Oceank Continent).

La duración probable del continente lemuriano fue de 4 a 5 millones de años. Su flora

característica fueron las coniferas de agujas, los heléchos gigantes y la vegetación

de pantanos cálidos. Su fauna estaba formada por toda clase de reptiles. Los

ictiosaurios, los plesiosaurios y los dinosaurios (dragones) eran los animales

dominantes junto con los pterodáctilos de alas de murciélago. Habla lagartos

voladores de todos los tamaños, desde el de un gorrión hasta saurios provistos de

alas de cinco metros. Los dragones o dinosaurios, terribles animales de presa,

tenían 10 y 15 metros de longitud. (Ver Lost Lemuria, por Scott Elliot. Londres).

avanzadas. Todo ello nada en el océano, crece, repta, anda

sobre el suelo o vuela en el aire denso. El ser destinado a

transformarse en hombre, el hermafrodita medusa de la

época primaria, medio pez medio serpiente, ha tomado la

forma de un cuadrúpedo, de una especie de saurio, aunque

muy diferente de los saurios actuales que no son sino una

degeneración suya. Se ha desarrollado ampliamente su

sistema cerebroespinal que apenas estaba esbozado en la

medusa humana primitiva. Su glándula pineal se ha

revestido de un cráneo y se ha transformado en cerebro

aunque aún sale por un orificio que ha quedado en la parte

superior de la caja craneana a través del que se muestra como

una veleta móvil. En él aparecen ojos, ojos que apenas ven

con una visión turbia. Pero la veleta pineal ha conservado su

sensibilidad astral de manera que este ser imperfecto,

híbrido y desconcertante, tendrá dos clases de percepción:

una en el plano astral aún muy fuerte pero que va

disminuyendo, y otra en el plano físico aún muy débil pero

que va aumentando. Sus branquias se han transformado en

pulmones, sus aletas en patas. En cuanto a su cabeza

recuerda la del delfín, con prominencias frontales parecidas

a las del león.

Para transformar este ser semirampante y

semiandador, dotado de virtualidades poderosas pero

profundamente humillado y miserable, en un hombre

erguido que levante la cabeza hacia el cielo, en un ser

pensante que hable, hacían falta fuerzas mayores, más sutiles

e ingeniosas que todas las que han imaginado

nuestros sabios naturalistas. Hacían falta fuerzas milagrosas,

es decir, una acumulación de fuerzas espirituales en

un punto determinado. Para hacer subir hacia el espíritu a

estos seres rudimentarios hacía falta que los espíritus de lo

alto, los dioses, aparecieran bajo el velo más tenue posible

de materia. En una palabra: hacía falta darles una nueva

matriz e imprimirles el sello divino. El Génesis dice

simplemente: «Dios creó al hombre a su imagen» (Gen.

1,27), y, más adelante «y alentó en su nariz soplo de vida;

y fue el hombre en alma viviente» (Gen. II, 7). Finalmente

agrega (en el capitulo VI, 1-4) que los hijos de Dios

tomaron por mujeres a las hijas de la tierra, de donde

nacieron los gigantes. Estas afirmaciones encierran

verdades profundas. La ciencia esotérica las explica con

razones que esclarecen simultáneamente las palabras

mosaicas y los descubrimientos de la ciencia moderna,

relacionándolas entre sí.

Ante todo, el esoterismo precisa el papel de los hijos

de los Dioses que fue complejo y variado.

En la luna había quedado toda una clase de ángeles de la

categoría luciferina y del orden más inferior, es decir, de

aquellos que no sólo aspiraban a ser guías de los hombres,

sino también a vivir ellos mismos su vida revistiendo un

cuerpo físico y sumergiéndose en las sensaciones

violentas de la materia.

Se encarnaron en masa en los cuerpos de los

hombres futuros que aún estaban reducidos al estado de

saurios con cabezas del delfín. Bajo su acción

intensa se desarrollaron los sistemas sanguíneo y nervioso.

Entrando en la humanidad naciente le aportaban, junto con

el deseo insaciable25, la chispa divina, el principio inmortal

del yo. Pero hacía falta además que este yo que así se

cristalizaba fuera iluminado y fecundado por espíritus de un

orden totalmente superior y verdaderamente divino.

El planeta Venus estaba habitado entonces por un orden

de espíritus de los que hemos hablado antes, por los

Principios, educadores de los Arcángeles, los más

poderosos de entre los que la mitología hindú designa con el

nombre de Asuras. Estos jefes de la tercera jerarquía

divina, encargados de la creación y de la educación del

hombre, merecían más que cualesquiera otros el nombre de

dioses. Pues no pueden revestir un cuerpo físico ni

asimilarse en manera alguna a la materia. Desdeñan el

fuego y no viven sino en la luz. Pero puede hacerse visibles a

los seres inferiores revistiendo un cuerpo etérico (al que a

voluntad dan todas las formas de su pensamiento) y una

envuelta astral radiante. Estos fueron los seres superiores que

vinieron

25. El budismo y muchos místicos de diversas escuelas consideran al yo y a los

deseos como de origen diabólico. La anulación de ambos sería para ellos una

condición imprescindible de la regeneración. El yo que muchos hermetistas

quieren matar no se refiere en absoluto al yo psicológico individual de los

modernos, sino a un yo determinado, elementario y sidérico, motivado por las

influencias astrales, «mal que está sembrado en el aire» según Boehme. La muerte

de este yo sidérico facilita el desarrollo del yo divino e inmortal, defendido como

grado necesario de la evolución cósmica por la tradición esotérica cristiana entre

otras. (Véase la nota 112 a DE SIGNATURA RERUM de Boehme, Muñoz Moya

editores, Sevilla.)

a habitar la tierra durante un tiempo, en la época

lemuriana. Parece que Hesíodo habla de ellos cuando dice

«los dioses vestidos de aire andaban entre los hombres».

Aquí tocamos directamente, por decirlo así, las

energías divinas que trabajaron en la formación del

hombre. El genio plástico de los helenos ha sintetizado toda

esta evolución en la figura de Prometeo26 modelando la

arcilla humana con el fuego. Él es quien levanta hacia el

cielo al hombre que se arrastra y quien con los dioses le

enseña las artes. Aquí debemos señalar en detalle, según

la verdadera historia, como percibieron los hombres

primitivos a los dioses de lo alto, a los Principios, señores

del comienzo y de la luz.

Imaginemos el suelo movedizo del continente

lemuriano aún atormentado por el fuego. Inmensos

pantanos de los que emergen millones de volcanes se

extienden hasta donde alcanza la vista. El sol nunca

atraviesa la espesa capa de nubes que ensombrece el cielo.

Aquí y allá se ramifican cadenas montañosas cubiertas por

bosques gigantescos. Sobre una meseta desnuda, macizos

dispersos de rocas graníticas han horadado la corteza de

lava solidificada. Allí se reúnen en gran número saurios de

cabeza leonina y vagamente humana. Se acercan atraídos

por el extraño resplandor que sale de una gruta. Pues en

ella aparece de vez en cuando el Maestro, el Amo, el dios

que temen y veneran con un invencible instinto.

26. Véanse nota 15 y apéndices.

Recordemos que para hacerse comprender por los vivos,

los dioses de todos los tiempos se han visto obligados a

revestir formas parecidas a las suyas. Así pues el Instructor

que hablaba a esta asamblea tiene la imponente forma de un

dragón alado y luminoso. El cuerpo de este poderoso

pterodáctilo no es sino un cuerpo etéreo rodeado por un

nimbo astral como una aureola radiante. Pero a los que lo

miran les parece más vivo que ellos mismos. ¡ Y lo está! No

habla una lengua articulada como las nuestras. Habla con

sus gestos y con la luz que emana de él. Su cuerpo, sus alas, la

veleta de su cabeza, relucen. Llamean sus ojos. Los rayos que

salen de ellos parece que iluminaran el interior de las cosas.

Siguiéndolos, los saurios fascinados comienzan a

comprender el alma de los seres, incluso escuchan sus gritos y

voces. Les responden y les imitan. De repente, el animal

terrorífico y divino se ha levantado sobre sus pies, sus alas se

agitan y llamea su cresta. Ante este signo se abre un

agujero en el negro cielo. Bajo un huracán de luz aparece

un ejército de dioses: caras desconocidas, múltiples,

sublimes. Y, por un instante, irradia sobre ellos un disco de

luz... Entonces la población viscosa y reptil que sigue los

gestos de su maestro se alza arrebatada de entusiasmo y, con

sus brazos todavía informes, adora al Dios supremo bajo la

forma de un sol que enseguida se vela y desaparece.

Así fue el tipo de enseñanza por el que el culto de los

dioses y el sentimiento religioso entraron por primera vez,

en la época de Lemuria, en lo que habría de

ser la humanidad. Hay que considerar estas iluminaciones

precoces como los más fuertes agentes de la evolución

física del hombre. Afinaron sus órganos vitales y

flexibilizaron sus miembros. Separaron vista y oído del

caos de sensaciones táctiles. Les dieron sucesivamente la

posición vertical, la voz, la palabra y los primeros

rudimentos del lenguaje. A medida que el hombre se

desarrollaba, los Principios revistieron formas más nobles y

acabaron por aparecer bajo la figura del arcángel con rostro

humano. Pero el recuerdo de los primeros maestros de la

humanidad en forma de pterodáctilo no dejó de

amedrentar la imaginación de los hombres.

Cierto es que este miedo viene en parte de un

recuerdo confuso de los monstruos antediluvianos que

tenían formas parecidas. Sin embargo, en las más

antiguas mitologías el dragón no es un ser malo sino más

bien un dios. En primer lugar es un mago que lo sabe todo.

El Japón y la India así como las mitologías germánicas y

celtas hacen de él un animal sagrado. El «rey de las

serpientes» de la epopeya hindú Naal y Damanyanti

suministra un curioso ejemplo de ello. La veneración del

Dragón como un Dios es aún un recuerdo de los primeros

instructores de la humanidad.

***

A medida que el hombre se alejaba de las formas

animales y se aproximaba a su forma actual se acentúaba

en él la separación en sexos. La oposición de los sexos

y la atracción sexual debían ser en las épocas siguientes

uno de los propulsores más enérgicos de la humanidad en

ascenso. Pero sus primeros efectos fueron terribles. Se

siguieron tales perturbaciones y un trastocamiento tan

general que llevaron al planeta a un estado cercano al caos.

La irrupción de los sexos en la vida, el placer nuevo de

crear a dos, actuaron sobre todos los seres animados -tanto

en la vida animal como en la humanidad naciente- como

una bebida embriagadora: un vértigo universal se apoderó

del mundo de los vivos. Las especies tuvieron tendencia a

confundirse. Los pterodáctilos se unieron con las serpientes

y alumbraron pájaros de presa. La mar se transformó en un

laboratorio de monstruos. Del acoplamiento de las especies

inferiores de la humanidad con los mamíferos nacieron los

monos. El hombre no es pues en manera alguna un mono

perfeccionado. Por el contrario el mono es una degeneración

y una degradación del hombre primitivo, un fruto de su

primer pecado, su caricatura y remordimiento pues le dice:

«Cuídate de volver a descender al instinto en vez de subir

hasta la conciencia, porque si lo haces te volverás parecido a

mí».

Nunca azotó al planeta más espantosa plaga. De este

desorden en las generaciones nacieron todas las pasiones

malas: el deseo sin freno, la envidia, el odio, el furor, la

guerra del hombre y los animales, la guerra de los hombres

entre sí. Las pasiones se difundieron

por la atmósfera astral de la tierra como humo emponzoñado,

aún más pesadas que las espesas nubes que

gravitaban sobre ella.

El genio griego, que humaniza todo lo que toca y

encierra los terrores de la naturaleza en las mallas

redentoras de la hermosura, plasmó este momento de la

prehistoria en la leyenda de Pandora27. Los dioses que estaba

celosos de Prometeo, secuestrador del fuego celeste,

envían a los hombres el fantasma seductor de la mujer

ataviada con todos sus encantos. El imprudente Epimeteo

acepta el regalo. Entonces Pandora abre la tapa del vaso que

tiene en sus graciosos brazos. Inmediatamente se escapan

de él todos los males, plagas y enfermedades que, como

negro humo, se difunden sobre la tierra para afligir al

género humano. Pandora cierra la tapa con rapidez. Sólo

queda en el vaso, detenida en el borde de su tapa, la

Esperanza. Maravillosa imagen de los desórdenes que

desencadenó el primer desbordamiento sexual sobre la

tierra, y también el deseo infinito del alma cautiva que, pese

a todo, se estremece ante el eterno-femenino manifestado en

la carne.

Era inminente un desastre. Un cataclismo habría de

destruir gran parte del continente lemuriano, cambiar la

superficie del globo y conducir a los supervivientes hacia

una nueva onda de vida. Pues existe una correlación íntima

y constante entre las pasiones que

27. Véase Apéndice.

trabajan el mundo de los vivos y las fuerzas que se incuban

en las entrañas de la tierra. El fuego-principio, el fuego

creador encerrado y condensado en una de las esferas

concéntricas de la tierra, es el agente que pone en fusión las

masas que están bajo su corteza produciendo en ellas las

erupciones volcánicas. No es un elemento consciente sino

un elemento pasional de extrema vitalidad y con una

formidable energía que responde magnéticamente mediante

contragolpes violentos. Así es el elemento luciferino que la

tierra esconde bajo otros caparazones. Habida cuenta de esta

correspondencia astral entre la vida anímica del globo y la de

sus habitantes, no es de extrañar que la actividad volcánica del

continente astral alcanzara su grado máximo al final de este

periodo.

Formidables sacudidas telúricas hicieron temblar

Lemuria del uno al otro confín. Sus innumerables volcanes

se pusieron a vomitar torrentes de lava. Por todas partes

surgieron nuevos conos explosivos en el suelo que escupían

surtidores de fuego y montañas de cenizas. Millones de

monstruos apelotonados en las simas o encaramados en las

cumbres fueron asfixiados por el aire inflamado o tragados

por la mar hirviente. Algunos de ellos escaparon al

cataclismo y reaparecieron en el siguiente periodo. En

cuanto a los hombres degenerados fueron barridos en masa

junto con el continente que, después de una serie de

erupciones, se hundió sumergiéndose poco a poco bajo el

océano.

Sin embargo, bajo la guía de una Manú o Guía

divino, una élite de la raza lemuriana se había refugiado en la

parte extremo-occidental de Lemuria. Desde allí pudo

ganar la Atlántida, tierra virgen y verdeante recientemente

emergida de las aguas en la que habría de desarrollarse

una nueva raza y la primera civilización humana.

En este rápido ensayo de cosmogonía esotérica

hemos visto como nuestro mundo solar se formó a través

de sucesivas condensaciones, similares a las

vislumbradas por Laplace en su Sistema del Mundo. Pero

detrás de las leyes físicas que son el régimen de la materia

hemos discernido las potencias espirituales que la

animan. Gracias al trabajo de estas potencias Saturno se

separó de su nebulosa y en el centro de ella se encendió el

sol. Los planetas nacieron posteriormente uno a uno,

debido a la vida y a la lucha de los dioses. Cada una de

estas etapas es un mundo aparte, un largo sueño cósmico en el

que se muestra un aspecto de la divinidad o se expresa un

pensamiento suyo. Con los Principios fue la Palabra del

Comienzo. Con los Arcángeles, el éxtasis celeste ante el

cosmos delante del esplendor solar. Con Lucifer, el rayo

creador en las tinieblas del abismo. Con los Angeles, la

santa piedad. Con el hombre, el sufrimiento y el deseo.

Gota temblorosa de luz caída del corazón de los

dioses ¿podrá rehacer el camino en sentido inverso,

reunirse con las potencias que lo han alumbrado, y

transformarse a su vez en una especie de Dios, mientras sigue

siendo libre e idéntico a sí mismo?

Azarosa y temible aventura por un camino interminable cuya

sombra hace lóbregos los primeros vericuetos, y cuya gloria

deslumbrante vela el desenlace.

Intentemos seguirla por algunos peldaños de la escala

que se pierde en el infinito.

LA ATLÁNTIDA Y

LOS ATLANTES

«En la edad de Oro, dioses vestidos de aire

caminaban entre los hombres».

HESÍODO «Los trabajos y los días»

Capítulo I

TRADICIONES SOBRE LA ATLÁNTIDA.

SU CONFIGURACIÓN Y SUS

PERÍODOS GEOLÓGICOS

Los sacerdotes del antiguo Egipto conservaron cuidadosamente

el recuerdo de un vasto continente que, en

tiempos remotos, ocupaba gran parte del océano Atlántico.

Con las siguientes palabras atribuidas a Solón, quien a

su vez afirmaba haberlas recibido de los sacerdotes

egipcios, Platón narra esta tradición: «En aquel tiempo era

posible atravesar el Atlántico. Había una isla delante de

ese lugar que llamáis vosotros las columnas de Hércules.

Era mayor que la Libia y el Asia unidas. De esta isla se

podía pasar fácilmente a las demás y desde ellas a todo el

continente que bordeaba la costa opuesta. Pues desde más

acá del estrecho del que hablamos parece un puerto que

tuviera una entrada estrecha, pero es un verdadero mar, y la

tierra que lo rodea un verdadero continente... En esa isla

Atlántida reinaban reyes de poder grande y maravilloso;

dominaban la isla entera así como varias otras y algunas

partes del continente. Además, más acá del estrecho,

también reinaban desde Libia hasta Egipto y, en Europa,

hasta la Tirrenia».

Esto es lo que cuenta Platón al comienzo de su célebre

diálogo Timeo o de la Naturaleza. Existe otro diálogo

llamado Kritias o sobre la Atlántida del que solo se ha

conservado la primera parte28 En él Platón describe

ampliamente la isla de Poseidonis, su capital rodeada de

canales, sus puertas de oro, su templo, su federación de

reyes-sacerdotes, soberanos hereditarios indisolublemente

ligados entre sí por una constitución obra del fundador

divino al que llama Neptuno. El curioso fragmento

describe la prosperidad de este pueblo que durante largo

tiempo se mantuvo fiel a sus tradiciones hereditarias. Y

acaba cuando cayó en una decadencia irremediable a causa

de su creciente ambición y perversidad.

El fragmento es infinitamente sugestivo pese a su

brevedad ya que abre las puertas sobre un pasado lejano

sustraído a la historia por la inmensidad del tiempo

transcurrido y por el silencio de los anales. A través de las

formas helenizadas de la transcripción, sorprende lo

extraño de ritos y costumbres en los que se mezclan una

simplicidad patriarcal y la majestuosidad de los faraones.

Platón cuenta que la isla de Poseidonis, último vestigio del

gran continente de la Atlántida, fue destruida y sumergida

por una catástrofe ocurrida nueve mil años antes de la

época de Solón. Estrabón y Proclo relatan los mismos hechos.

Agreguemos que los sacerdotes egipcios, que fueron quienes

informaron a los viajeros griegos, afirmaban que

conocían estas

28. Véase Apéndice.

tradiciones por los propios atlantes a través de una

filiación lejana pero ininterrumpida. Decían a Solón:

«Vosotros los griegos habláis de un solo diluvio pese a

que ha habido varios más», afirmación confirmada por la

geología moderna que ha encontrado las huellas de estos

sucesivos diluvios en las capas superpuestas de la tierra.

Hasta ahora, los únicos documentos de esas remotas épocas

del globo son los esqueletos de los mamuts y otros

animales, así como los hombres fósiles, encontrados en

los terrenos del terciario o del cuaternario.

En espera de que una ciencia mejor recree este

mundo perdido, los descubrimientos ocanográficos

vienen a corroborar las tradiciones antiguas que mencionamos.

La ciencia ha descubierto la espina dorsal de la

Atlántida en el fondo de los mares y permite adivinar sus

límites. Los sondeos del Atlántico confirman la existencia

de una inmensa cadena de montañas submarinas cubierta por

restos volcánicos que se extiende de norte a sur29. Se alza

casi repentinamente desde el

29. Un naturalista francés, M. Perrier, se ha dedicado a solucionar el problema

de la existencia de la Atlántida basándose sobre datos científicos y rigurosos.

Estudió minuciosamente la flora y la fauna vivas de las islas de Cabo Verde y de

las Canarias, así como la flora y fauna fósiles de las islas de este continente que

aún emergen en el océano. Los fósiles son idénticos en todos sitios, desde las islas

de Mauritania hasta América. Los corales de Santo Tomé son iguales a las

madréporas de Florida. Todo prueba que los continentes actuales estaban unidos.

Todo induce a creer que la Atlántida desapareció a finales del terciario. Un primer

hundimiento debió producirse entre la costa de Venezuela y el archipiélago que

todavía existe hoy. Mauritania y las islas de Cabo Verde debieron separarse un

poco más tarde (Le Temps, noviembre 1911).

fondo del océano hasta una altura de 9.000 pies. Sus más

altas cumbres son las Azores, San Pablo, la isla de la

Ascensión y la de Tristán de Acuña. Estas cimas son las

únicas del continente perdido que aún emergen de las olas.

Por otra parte, los trabajos de etnología comparada de Le

Plongeon, Quatrefages y Brancroft han demostrado que

todas las razas del globo (negra, roja, amarilla y blanca)

habitaron en América en tiempos remotos, cuando este

continente, que ya existía parcialmente, estaba unido a la

Atlántida. También se han observado analogías

sorprendentes entre los antiguos monumentos de México y

Perú y la arquitectura de la India y de Egipto. Ayudándose

con todo ello y reuniendo las tradiciones de todos los pueblos

sobre el diluvio, incluidas las de los indios de América del

norte, centro

La actual tectónica de placas y la teoría de las derivas también parece

confirmar la existencia de la Atlántida así como la de Lemuria

Sobre la Atlántida se han escrito innumerables libros. Además de los textos

que Solón recibió de los sacerdotes egipcios y transmitió a Platón, la memoria

atlante, especialmente en lo concerniente a sus ■relaciones con los pueblos de

Europa occidental y con los griegos, también se ha conservado al parecer en

otros documentos. Véase:

Robert Scrutton: La otra Atlántida, Edaf, Madrid 1978.

D. Vitaliano, Leyendas de la Tierra, Biblioteca científica Salvat,

¡Barcelona 1994.

En cuanto a los pretendidos avances técnicos de los atlantes pueden

consultarse, entre otros:

Robert Scrutton: Secretos de la perdida Atlántida, Edaf, Madrid, 1980.

Andrew Tomas, Los secretos de la Atlántida, Plaza y Janes, Barcelona, 1969.

Ch. Berlitz, La Atlántida, el octavo continente, Círculo de lectores, Barcelona,

1989.

y sur, M. Scott Elliot ha intentado reconstruir una historia

de la Atlántida. Pese a que su teoría contiene no pocas

hipótesis es un todo coherente y convincente. También el

doctor Rudolf Steiner, de gran cultura esotérica y dotado

de una clarividencia especial, ha suministrado

observaciones extraordinariamente originales y profundas

sobre la constitución física y psíquica de los Atlantes y

sobre su relación con la evolución humana anterior y

posterior29bis.

Resumamos primeramente la historia geológica de la

Atlántida según Scott Elliot.

Hace un millón de años la Atlántida se encontraba

unida en su parte posterior a una amplia zona ya emergida

de América Oriental.

Ocupaba todo el actual golfo de México y se extendía

mucho más allá, hacia el nordeste, en una vasta cresta que

llegaba hasta la Inglaterra de hoy. Descendía y se curvaba

hacia el sur formando otra cresta en dirección a África.

De este continente solo emergía la actual África del Norte

que estaba separada de la Atlántida por un brazo de mar. Las

razas humanas nacidas y desarrolladas en la Atlántida

podían llegar directamente a Inglaterra y, después, a

Noruega. Para pasar a África del norte y desde ahí al Asia

meridional -que ya había formado parte de Lemuriabastaba

con franquear un estrecho canal.

29bis. Unsere atlantistchen Vorfabren, por R. STEINER. Véase también

el capitulo titulado Die Weltentwichkelung en su obra capital Die

Geheimwissenschaft im Umris, Altmann, Leipzig, 1910.

Después de un primer diluvio que tuvo lugar hace unos

800.000 años, la Atlántida se partió en dos de arriba abajo

y quedó separada de América por un estrecho. Por el este

conservó su forma de concha abierta formando una gran

isla con Irlanda e Inglaterra que, soldadas a Escandinavia,

habían emergido otra vez.

En un nuevo cataclismo fechado hace 200.000 años, la

Atlántida se partió en dos islas, una grande al norte llamada

Routa, y otra más pequeña al sur cuyo nombre era Daitya. En

esa época ya se había formado la Europa actual. Las

comunicaciones de la Atlántida con África del Norte y

Europa fueron fáciles durante estos tres períodos.

De repente se interrumpieron bruscamente hace 80.000

años a causa de un nuevo cataclismo geológico. De la antigua

y extensa Atlántida solo quedó la isla que Platón llama

Poseidonis, último trozo de la gran isla de Routa, equidistante

de Europa y de América.

A su vez y según los informes de los sacerdotes

egipcios a Solón, la isla Poseidonis fue tragada por el mar el

año 9.564 antes de Cristo.

Capítulo II

LA ATLÁNTIDA PRIMITIVA.

COMUNIÓN CON LA NATURALEZA

Y VIDENCIA ESPONTÁNEA.

EL PARAÍSO DEL SUEÑO Y EL

REINO DE LOS DIOSES

El periodo atlante cuyos hitos geológicos acabamos de ver,

es históricamente la época del paso de la animalidad a la

humanidad propiamente dicha. En resumen el primer

desarrollo del yo consciente del que deberían brotar, como

las flores de las yemas, las más altas facultades del ser

humano. Aunque por su envoltura física el atlante

primitivo estuviese más cerca del animal que el hombre

actual, no por ello hay que imaginarlo como un ser

degradado similar a los salvajes de nuestro tiempo que son

sus descendientes degenerados. Cierto es que nuestras

conquistas -el análisis, el razonamiento, la síntesis- solo

existían entre ellos en estado rudimentario. Pero por el

contrario tenían muy desarrolladas determinadas

facultades psíquicas que habrían de atrofiarse en la

humanidad posterior. Entre ellas: la percepción instintiva del

alma de las cosas, una segunda visión tanto en estado de

vigilia como de sueño, sentidos de una acuidad singular,

una memoria tenaz, y una voluntad impulsiva cuya acción

se ejercía

de manera magnética sobre todos los seres vivos e

Incluso a veces sobre los elementos.

El atlante primitivo manejaba la flecha con punta de

piedra. Tenía un cuerpo esbelto, mucho más plástico y menos

denso que el del hombre actual y con miembros más

elásticos y flexibles. Su mirada brillante y fija, como la de

las serpientes, parecía atravesar el suelo y la corteza de los

árboles y penetrar en el alma de los animales. Oía crecer la

hierba y andar a las hormigas. Su frente huidiza y su perfil

ecuestre recuerda el de algunas tribus indias de América o a

las esculturas de los templos del Perú30.

30. Respecto a la constitución craneana del atlante y a su frente huidiza se impone

una observación de una importancia capital. Aquí, las observaciones de la ciencia

oculta vienen a completar a las de la antropología. El cuerpo etérico o vital del

hombre adulto actual está completamente absorbido por el cuerpo físico. En el atlante

por el contrario el primero superaba ai segundo por lo menos en una cabeza o más. Así

sucede hoy en todos los niños. Habida cuenta de que la memoria tiene su asiento en el

cuerpo etérico y que el cerebro es el órgano por el que el hombre percibe su yo en

estado de vigilia, la conciencia plena del yo no es posible sino cuando el cuerpo etérico

se identifica completamente con el cuerpo físico, y cuando la parte superior del

primero encaja exactamente con la bóveda craneal. El fenómeno se produjo en la raza

atlante paulatinamente pero solo a mediados de su evolución. No ocurría lo mismo en el

atlante primitivo. Por decirlo así, su memoria, junto con su cuerpo etérico, flotaba por

encima de él. Podía recordar los menores detalles. Pero entonces el pasado se hacía

presente. A duras penas podía distinguir uno de otro pues no vivía sino la hora

presente. Por lo tanto tenía de su yo una conciencia vaga. Hablaba de sí mismo en

tercera persona. Cuando comenzó a decir yo confundía en primer lugar ese yo con el de

su familia, con el de su tribu o con el de sus antepasados. Existía sumergido en la

naturaleza aunque vivía intensamente su vida interior. Su yo actuaba sobre lo que le

rodeaba con tanta mayor fuerza cuanto que no era un yo reflexionado, y en tanto que

recibía sucesivamente impresiones violentas en las que proyectaba su voluntad como

en ráfagas.

La naturaleza en la que se desarrollaba la vida del

atlante era muy distinta a la nuestra. Entonces pesaba

sobre el globo una espesa capa de nubes31. El sol no

empezó a atravesarla sino después de las convulsiones

atmosféricas de los primeros cataclismos. El hombre de

entonces era domador de bestias y cultivaba plantas. Se

encontraba privado de los rayos solares y vivía en

comunión íntima con la flora exuberante y gigantesca y

con la fauna salvaje de la tierra. De alguna manera aquella

naturaleza era transparente para él. El alma de las cosas se

le aparecía en resplandores fugitivos y en vapores

coloreados. El agua de las fuentes y los ríos era mucho más

ligera y fluida que la de hoy, pero también mucho más

vivificante. Al bebería se aspiraban los poderosos efluvios

de la tierra y del mundo vegetal. El aire susurrante era más

cálido y pesado que nuestra atmósfera cristalina y azul. En

lo alto de las montañas, o sobre los bosques, se producían a

veces tormentas sordas, sin truenos, con una especie de

crujidos, parecidas a largas serpientes de fuego rodeadas de

nubes. Y el atlante resguardado en sus cavernas o en los

troncos de árboles gigantescos observaba estos

fenómenos ígneos del aire creyendo distinguir espíritus

vivos en sus formas cambiantes. El fuego-principio que

circula

sucesivamente impresiones violentas en las que proyectaba su voluntad como

en ráfagas.

31. La mitología escandinava ha conservado el recuerdo de esta época cuando

habla de Nibetheim, el país de las nubes donde viven los enanos fundidores de

metales.

en toda cosa animaba en aquel tiempo la atmósfera con mil

meteoros. A fuerza de contemplarlos el atlante se dio cuenta

que disponía de un cierto poder sobre ellos, que podía atraer

nubes llenas de un fuego latente y servirse de ellas para

espantar a los monstruos de la selva: las fieras y los

terribles dragones alados -los pterodáctilos- supervivientes

del mundo lemuriano. Cuando mucho después la magia

negra llegó a ser la única religión de gran parte de la

Atlántida, el hombre abusó de este poder hasta el punto de

transformarlo en un formidable instrumento de destrucción.

Así pues el atlante primitivo estaba dotado de una

especie de magia natural cuyos restos aún conservan algunas

tribus salvajes. Tenía poder sobre la naturaleza con la mirada y

con la voz. Su lengua primitiva formada por gritos

onomatopéyicos y por interjecciones apasionadas era un

continuo llamamiento a las fuerzas invisibles. Encantaba a

las serpientes y domaba las fieras. Particularmente enérgica

era su acción sobre el reino vegetal. Sabía extraer

magnéticamente la fuerza vital de las plantas. También sabía

acelerar su crecimiento dándoles parte de su vida así como

curvar en cualquier sentido las ramas flexibles de los

arbustos. Así fueron construidas las primeras ciudades

atlantes: con árboles sabiamente entrelazados, recintos

vivientes y frondosos que servían como habitación a tribus

numerosas.

Cuando después de sus carreras y cacerías desenfrenadas,

el atlante reposaba en los calveros de la selva

virgen o a orillas de los grandes ríos, la inmersión de su alma

en esta naturaleza lujuriosa despertaba en él una especie de

sentimiento religioso. Sentimiento instintivo que entre los

atlantes se materializaba en forma musical. A finales del

día, con la llegada de la noche misteriosa y profunda, todos

los ruidos se desvanecían. No más zumbidos de insectos,

no más silbidos de reptiles. Se apaciguaban los rugidos de

las fieras. El piar de los pájaros se callaba de repente. No se

escuchaba ya sino la voz monótona del río sobre la que,

como humo ligero, planeaba el rumor lejano de la catarata.

Este lenguaje era suave como el de la caracola que

tiempos atrás el cazador errante había llevado a su oído a

orillas del océano. Y el atlante escuchaba... Y seguía

escuchando... Pronto no escuchaba nada más que el

silencio... Entonces, vuelto sobre sí mismo y transformado

en sonoro como la caracola de los mares, oía otra voz... Esta

voz retumbaba, más allá del silencio, por detrás y a través

de todas las otras. Parecía que viniera a la vez del río, de la

catarata, de la selva y del aire. Esta voz se desgranaba en

dos notas ascendentes que se repetían sin cesar. Las dos

notas decían: «¡Ta-ó!... ¡Ta-ó!...» El atlante sentía entonces

confusamente que esa voz era la de un gran ser que respira

en todos los seres y repetía con un sentimiento ingenuo de

adoración: «...¡Ta-ó!... ¡Ta-ó!...». Era toda su plegaria. Pero

encerraba en un suspiro lo más sublime y profundo que tiene

la religión.32

Durante la noche comenzaba para el atlante otra vida,

una vida de sueño y visiones, de viajes a través de extraños

mundos. Su cuerpo etérico y su cuerpo astral, menos ligados

que los nuestros al cuerpo material, le permitían ascender

con mayor facilidad a la esfera hiperfísica. Y el mundo

espiritual, interior del universo, irrumpía en torrentes de luz

en el alma del hombre primitivo. El atlante no veía durante la

vigilia ni sol, ni planetas, ni cielo azul, ni firmamento, todo

ello oculto por la pesada capa de nubes que entonces

cubría el globo. Tampoco contemplaba sus formas

materiales durante el sueño. Pero su alma, desligada del

cuerpo, se bañaba en el alma del mundo. Las potencias

cósmicas animadoras de la tierra y los planetas se le

aparecían bajo formas impresionantes y grandiosas. A veces

veía al Manú, al padre, al fundador de la raza, que se le

aparecía como un anciano con cayado de peregrino. Bajo

su guía, el durmiente sentía que atravesaba el espeso

caparazón de nubes y que subía, que seguía subiendo... De

repente se encontraba en medio de una esfera de fuego

alrededor de la que fluía circularmente un río de espíritus

luminosos, algunos de los cuales se inclinaban hacia él y le

tendían familiarmente la copa de la vida o el arco de

combate. El Manú le decía:

32. De este hecho primitivo conservado por la tradición procede el

nombre de la divinidad suprema en algunos pueblos. El nombre Taó fue entre

los primitivos egipcios el nombre de Dios. Posteriormente se

transformó en el del iniciador de su religión Tot-Hermes, de manera

similar a como el nombre de Wod o Wotan pasó a ser el de Odin-Sieg,

guía de la raza escandinava.

«Estás en el corazón del Genio de la tierra; pero por

encima de éste hay otros dioses». Y la esfera prodigiosa se

ampliaba. Los seres ígneos que se movían en ella se volvían

tan sutiles y transparentes que a través de este ligero velo

se veían otras cinco esferas concéntricas. Cada una de

ellas parecía estar a distancias enormes de las otras y la

última brillaba como un punto luminoso. Llevado por su

visión como una flecha el atlante se zambullía en una

esfera y en otra. Veía rostros augustos, cabelleras flamígeras,

ojos inmensos y profundos como abismos, pero no podía

alcanzar la hoguera fulgurante de la última esfera. De allí

descendemos todos, le decía el Manú. Finalmente el guía

divino devolvía el viajero astral a la tierra después de que

por un instante se había sumergido en el alma del mundo en

la que centellean los arquetipos. Volvía a atravesar el

vestido vaporoso del globo donde, de paso, el guía le

mostraba los astros hermanos, las futuras luminarias de la

humanidad aún invisibles a sus ojos físicos: la cercana luna

envuelta en nubes como un navio que hubiera naufragado

entre arrecifes, y el sol lejano saliendo de un mar de vapores

como si fuera un volcán rojo.

Cuando se despertaba de sus sueños, el atlante tenía

la certidumbre de haber vivido en un mundo superior y de

haber hablado con los dioses. Guardaba memoria de ellos

aunque a menudo confundía su vida despierta con la de los

sueños. Los dioses eran para él protectores, compañeros

con los que vivía como amigos. No solo le hospedaban

durante la noche sino que

a veces se le aparecían en pleno día. Escuchaba sus voces

y recibía sus avisos en el viento y en las aguas. Su alma

impetuosa se encontraba tan saturada con su aliento que a

veces los sentía en sí mismo, les atribuía sus acciones

propias y se creía uno de ellos.

Debemos imaginarnos a este hombre salvaje que

durante el día caza mamuts y uros33 a este ágil acechador de

dragones volantes, transformándose por la noche en una

especie de inocente niño, en un alma errante, animula,

vagula, blandula, arrastrada por los torrentes de otro mundo.

Así era el paraíso de los sueños del hombre primitivo en

tiempos de la Atlántida. Durante la noche bebía las aguas del

Leteo34 olvidando sus jornadas de sudor y sangre. Pero

volvía con retazos de sus espléndidas visiones que

continuaba incluso en sus cacerías desesperadas. Dichas

visiones eran su sol y desgarraban luminosamente el

inextrincable revoltijo de sus bosques tenebrosos. Tras la

muerte volvía a empezar el sueño a mayor escala de una

encarnación a otra. Y cuando después de siglos renacía en

una cuna de lianas, bajo las cascadas de hojas de sus selvas

sofocantes de

33.Uro: mamífero antepasado del toro que se extinguió a finales del

cuaternario.

34.Río del infierno cuyas aguas eran bebidas por los condenados y les

hacían olvidar toda su vida anterior. Es una forma simbólica de designar

el fenómeno mediante el cual las almas olvidan su vida anterior al

reencarnarse. Se dice que los sacerdotes egipcios conocían la manera de

recuperar la memoria de las vidas anteriores.

calor y de olores, conservaba de su viaje cósmico una

vaga iluminación y como una ligera embriaguez.

En estos tiempos primitivos el hombre mezclaba y

confundía en un sueño inmenso, en un panorama móvil

hecho de tejido translúcido que se desarrollaba al

infinito, la noche con el día, el dormir y el estar

despierto, la realidad y el sueño, la vida y la muerte, el más

acá y el más allá. Ni sol ni estrellas atravesaban la atmósfera

nubosa. Pero el hombre, acunado por las potencias

invisibles, respiraba los dioses por doquiera.

El recuerdo lejano de esta época ha creado todas las

leyendas sobre el paraíso terrestre. Su memoria confusa,

se ha transmitido y transformado a lo largo de los tiempos

en las mitologías de los diversos pueblos. Entre los egipcios

es el reino de los dioses que precede al de los Schesu-Hor,

reyes solares o reyes iniciados. En la Biblia, el Edén de

Adán y Eva guardado por los querubines. En Hesíodo la

«edad de oro» en la que los «dioses caminaban sobre la

tierra vestidos de aire». La humanidad habría de

desarrollar otras facultades y realizar nuevas conquistas

pero, por más que se suceden las razas, por más que unos

milenios se amontonen sobre otros, por más cataclismos

que sobrevengan, y por más que cambie el aspecto del

globo, siempre conservará el recuerdo imborrable de un

tiempo en el que se comunicaba directamente con las

fuerzas del universo. El recuerdo puede cambiar de

forma, pero persistirá como nostalgia inextinguible de lo

divino.

Capítulo III

LA CIVILIZACIÓN ATLANTE.

LOS REYES INICIADOS. EL

IMPERIO DE LOS TOLTECAS

Según la tradición esotérica la civilización atlántica

abarca aproximadamente un millón de años si contamos

desde sus orígenes. Esta primera sociedad humana, de la

que procedemos pese a su lejanía y a sus enormes

diferencias con la nuestra, es la fabulosa sociedad de antes

del diluvio de la que hablan todas las mitologías. Cuatro

grandes cataclismos como hemos dicho, cuatro diluvios

separados entre sí por largos milenios, desgastaron el

viejo continente. Su último vestigio se derrumbó con la

isla Poseidonis dejando tras de sí la América actual que

estaba primitivamente unida a él y que fue creciendo por el

lado del Pacifico mientras que la Atlántida, trabajada

subterráneamente por el fuego terrestre, se hundía dejando

paso al océano. A lo largo de estos millares de siglos,

varios períodos glaciares, originados por una ligera

oscilación del eje terrestre sobre su órbita empujaron a los

pueblos del norte hacia el ecuador y los del centro

rechazaron muchas veces a los otros hacia los dos

hemisferios del globo. Hubo éxodos, guerras y conquistas.

Cada periodo geológico estuvo precedido por

una época de prosperidad y por otra de decadencia en las

que causas parecidas produjeron efectos análogos. Se

formaron sucesivamente siete sub-razas o variedades de la

gran raza-madre atlante, que dominaron unas sobre otras

sucesivamente y que se mezclaron entre sí. Entre ellas

podemos reconocer los prototipos de todas las existentes

hoy: la roja, la amarilla, y la blanca, raíz esta última de la

nueva raza-madre semítico-aria que se separaría

rigurosamente de las demás para comenzar un nuevo ciclo

humano. Aunque como sub-órdenes también encontramos

la raza negra, reliquia ya en regresión de la vieja

humanidad lemuriana de la que, por cruces, surgieron los

negros y los malayos.

La tradición de los adeptos no ha retenido de la

historia tumultuosa de estos pueblos sino las líneas

maestras y los acontecimientos más importantes. En

primer lugar señala con Platón el fenómeno dominante de

una teocracia espontánea y de un gobierno general que surge

de esta mezcla de razas, no por la fuerza bruta sino por una

especie de magia natural benéfica. Durante siglos reina

pacíficamente una generación de reyes iniciados. La

jerarquía de las potencias divinas se refleja más o menos en

estas masas humanas, impulsivas pero dóciles, en las que el

sentimiento acentuado del yo aún no ha desarrollado el

orgullo. Cuando éste surge, la magia negra se alza frente a la

blanca como sombra fatal y adversario eterno, serpiente

tortuosa de aliento emponzoñado que a partir de ese

momento no dejará de amenazar a los hombres que buscan

pujanza. Los dos

partidos disponían entonces de un poder natural sobre los

elementos, poder que el hombre de hoy ha perdido. De él se

derivaron luchas formidables que acabaron con el triunfo

de la magia negra y con la total desaparición de la

Atlántida.

La primera raza de los atlantes se llamaba la raza de los

Rmoahalls. Se había desarrollado en un promontorio de

Lemuria y se estableció en el sur de la Atlántida, en una zona

húmeda y cálida poblada por enormes animales

antediluvianos que habitaban vastos pantanos y bosques

sombríos. Algunos de sus restos se han encontrado en las

minas de hulla. Era una raza gigante y guerrera de color

caoba que actuaba bajo el efecto de fuertes impresiones

colectivas. Su nombre procedía del grito de guerra con el

que se reunían las tribus y con el que aterrorizaban a sus

enemigos. Los jefes creían actuar bajo fuertes impulsos

procedentes del exterior que los invadían en ondas

poderosas y los empujaban a conquistar nuevos territorios.

Pero una vez que la expedición terminaba estos caudillos

improvisados volvían a entrar en la masa y todo se

olvidaba. Careciendo de memoria y de cualquier clase de

estrategia, los Rmoahalls fueron tempranamente vencidos,

rechazados o sometidos, por las demás ramas de la raza

atlante.

Los Tlavatlis eran del mismo color que sus rivales.

Era una raza activa, flexible y astuta que prefería las

ásperas montañas a las fértiles llanuras. Se acantonaban

en ellas como en una fortaleza y las hacían

servir de base de apoyo para sus incursiones. Este pueblo

desarrolló la memoria, la ambición, la habilidad de los jefes y

un rudimentario culto de los antepasados. Pese a tales

innovaciones, los Tlavatlis no desempeñaron en la

civilización atlante sino un papel de segundo orden. Aunque

por su cohesión y por su tenacidad se mantuvieron sobre el

viejo continente mucho más tiempo que los demás. Su

último territorio, la isla de Poseidonis, estuvo poblada sobre

todo por sus descendientes. Scott Elliot ve en los Tlavatlis los

antepasados de la raza dravídica que todavía hoy se encuentra

en el sur de la India.

La civilización atlante fue llevada a su apogeo por

Toltecas cuyo nombre reencontramos entre las tribus

mexicanas34 bis Era un pueblo de tinte cobrizo, de gran talla y

de rasgos fuertes y regulares. Unían al valor de los

Rmoahalls y a la flexibilidad de los Tlavatlis una memoria

más fiel y una profunda necesidad de venerar a sus jefes.

Fueron honrados el anciano sabio, el

34 bis. Muchas otras tradiciones mexicanas pueden relacionarse con la Atlántida.

Por ejemplo los aztecas procedían según sus leyendas de un lugar sagrado llamado

Aztlán. En náhuatl la raíz tlan -que significa lugar, región, tierra- y la raíz atl son de

uso frecuentísimo en nombres de dioses, reyes, etc., así como en toponímicos.

Precisamente los aztecas fundaron la ciudad de México, en náhuatl Tenochtitlán,

cuyo sistema de canales y defensas acuáticos tal y como los describen los

conquistadores españoles, recuerdan la descripción que Platón hace de Poseidonis.

Algunos atlantes emigraron hacia Oriente (véase nota 39). Un estudio

comparativo entre las tradiciones celtas, druídicas, etc., y las mexicanas y

centroamericanas en general arrojaría mucha luz sobre el origen común de

ambas: la civilización atlante.

guerrero intrépido, el rey afortunado. Las cualidades

transmitidas voluntariamente de padres a hijos se transformaron

en principio de la vida patriarcal y la tradición

se implantó en la raza. Así se estableció una realeza

sacerdotal. Realeza que tenía su fundamento en una

sabiduría conferida por seres superiores que poseían

dones de videncia y adivinación, herederos espirituales del

Manú primitivo de la raza. Durante muchos siglos su poder

fue grande. Le venía de un singular entendimiento entre

ellos mismos y de su comunión instintiva con las

jerarquías invisibles. Este poder se ejerció mucho tiempo

felizmente. Amurallado en su misterios, dicho poder se

rodeó de una majestad religiosa y de una pompa masiva

adecuada a esta época de sentimientos simples y

sensaciones fuertes.

Los reyes toltecas habían edificado la capital del

continente en el fondo del golfo formado por la Atlántida,

aproximadamente a 15° al norte del ecuador. Ciudad

reina, simultáneamente fortaleza, templo y puerto de mar.

En ella la naturaleza y el arte rivalizaban para conseguir

algo único. Se alzaba, por encima de una fértil llanura,

sobre una altura boscosa, último contrafuerte de una gran

cadena de montañas que la rodeaba con un circo

imponente. Un templo de pilastras cuadradas y robustas

coronaba la ciudad. Sus paredes y su techo estaban

cubiertos por ese metal especial al que Platón llama

oricalco, especie de bronce de reflejos dorados y plateados,

lujo preferido de los atlantes. Las puertas de este templo se

veían brillar de lejos, por

lo que se la conocía con el nombre de ciudad de las

puertas de oro. La mayor singularidad de la metrópoli

atlante tal como nos la describe el autor del Timeo

consistía en su sistema de irrigación. En un bosque

detrás del templo manaba a grandes borbotones una

fuente de agua clara que parecía un río vomitado por la

montaña. Su origen era un depósito y un canal subterráneo

que traía la masa líquida desde un lago de las

montañas. El agua se despeñaba en cascadas que formaban

tres círculos de canales alrededor de la ciudad, los cuales le

servían simultáneamente para beber y para defenderse. Si

hemos de creer a Platón, en los altos diques de

arquitectura ciclópea que protegían los canales había

estadios, campos de carreras, gimnasios, e incluso una

ciudad especial reservada a los visitantes extranjeros que la

ciudad albergaba35. Mientras duró la primera época de

florecimiento de la Atlántida, la ciudad de las puertas

de oro fue el punto de mira de todos sus pueblos, y el

templo, símbolo refulgente y centro animador de su

religión. En él se reunían anualmente los reyes federados. El

soberano de la metrópoli los convocaba para dirimir las

diferencias entre los pueblos de la Atlántida, para

deliberar sobre sus intereses comunes, y para decidir la paz

o la guerra con los

35. Véase en el Apéndice la descripción que Platón da en el diálogo Critias.

Aunque en este diálogo habla de la capital de Poseidonis que sobrevivió al resto

del continente, todo induce a creer que la descripción se aplica a la metrópolis

de la Atlántida. Es probable que los sacerdotes egipcios hayan confundido ambas

ciudades debido a la costumbre de simplificar y condensar la historia del pasado,

método normal de los tiempos antiguos.

enemigos de la federación. La guerra entre ellos estaba

severamente prohibida y todos los demás debían unirse

contra el que rompía la paz solar36. Las deliberaciones se

acompañaban de ritos graves y religiosos. En el templo se

alzaba una columna de acero en la que estaban grabados,

con los caracteres de la lengua sagrada, las enseñanzas del

Manú fundador de la raza y las leyes dictadas por sus

sucesores a lo largo de los siglos. Dicha columna estaba

coronada por un disco de oro imagen del sol y símbolo de la

divinidad suprema. Entonces el sol no atravesaba sino muy

rara vez la envoltura nubosa de la tierra. Y el astro rey se

veneraba tanto más cuanto que sus rayos apenas

acariciaban la cima de las montañas y la frente del

hombre. Al llamarse hijos del sol los reyes federados

querían decir que su sabiduría y su poder les venían de la

esfera de este astro. Las deliberaciones estaban precedidas

por toda clase de purificaciones solemnes. Los reyes, unidos

por la oración, bebían en copa de oro un agua impregnada

del perfume de las más raras flores. El agua se llamaba el

licor de los dioses y simbolizaba la inspiración común.

Antes de tomar una decisión o de formular una ley

dormían una noche en el santuario. Por la mañana cada cual

contaba su sueño. A continuación, el rey de la ciudad-reina

trataba de unir todos

36. Véase el Critias de Platón. En él se describe una época de decadencia en la

que la magia negra ya hacía tiempo que había invadido completamente el

culto. Los reyes beben sangre de un toro sacrificado en vez de beber el agua

pura de la inspiración; sin embargo la organización federativa sigue siendo la

misma.

estos rayos para sacar de ellos la luz que guía en la acción.

Solo entonces, cuando todos estaban de acuerdo, se

promulgaba el nuevo decreto.

Así pues, durante el apogeo de la raza atlante, una

sabiduría intuitiva y pura se derramaba desde lo alto sobre

pueblos primitivos. Caía sobre ellos como el río de las

montañas que rodeaba la ciudad con sus aguas límpidas

diversificándose después en canales por la llanura fértil.

Cuando uno de esos reyes iniciados compartía la copa de

oro de la inspiración con sus súbditos preferidos, éstos

tenían el sentimiento de beber un licor divino que vivificaba

todo el ser. Cuando el navegante se aproximaba a la orilla

viendo brillar desde lejos el techo metálico del palacio solar,

creía ver salir un rayo de sol invisible del templo que

coronaba la ciudad de las puertas de oro.

Capítulo IV

LA EXPLOSIÓN DEL YO.

DECADENCIA Y MAGIA NEGRA.

CATACLISMO Y DILUVIO

El desarrollo de la riqueza material bajo los reyespontífices

de la raza Tolteca había de tener su contragolpe

fatal. Junto a la conciencia creciente del yo se despertaron

el orgullo y el ansia de poder. La primera erupción de

malas pasiones se produjo en una raza aliada de los

toltecas. Era una raza de color amarillo negruzco con

mezcla de Lemurianos. Los Turanios de la Atlántida fueron

los antepasados de los turanios de Asia y los padres de la

magia negra. A la magia blanca, trabajo desinteresado del

hombre en armonía con las potencias de lo alto, se opone

la magia negra, llamamiento a las fuerzas de abajo el

impulso de la ambición y la lujuria. Los reyes turanios

quisieron dominar y gozar aplastando a sus vecinos.

Rompieron el pacto fraternal que los unía a los reyes

toltecas y cambiaron el culto. Fueron instituidos sacrificios

sangrientos. En vez de beber el licor de inspiración divina

se bebió la sangre negra de los toros, evocadora de

influencias demoníacas37. Así fue la primera organización del

mal:

37. Esto también sucedía en la isla de Poseidonis, en los últimos

tiempos de la Atlántida.

ruptura con la jerarquía de lo alto, pacto concluso con las

fuerzas de abajo. Siempre alumbró anarquía y destrucción

puesto que es la alianza con una esfera cuyo principio

mismo es la destrucción y la anarquía. En ella cada cual

quiere aplastar al otro para beneficio propio. Es la guerra de

todos contra todos, el imperio de la codicia, de la violencia y

del terror. El mago negro no sólo se relaciona con las fuerzas

perniciosas que son el desperdicio del cosmos, sino que crea

otras nuevas mediante las formas-pensamiento de las que se

rodea, formas astrales inconscientes que se transforman en

sus fantasmas y tiranos crueles. Paga el placer criminal de

oprimir y explotar a sus semejantes tranformándose en

esclavo ciego de verdugos mucho más implacables que él

mismo: los fantasmas horribles, los demonios alucinatorios,

los falsos dioses que ha creado. Esta fue la esencia de la

magia negra que se desarrolló al declinar la Atlántida en

unas proporciones como nunca después ha vuelto a alcanzar.

Se vieron cultos monstruosos. Templos consagrados a

serpientes gigantescas, a pterodáctilos vivos que

devoraban víctimas humanas. El hombre poderoso se hizo

adorar por multitudes de esclavos y de mujeres.

Una vez que la corrupción atlante transformó a la mujer

en instrumento de placer, se desarrolló con fuerza

creciente el frenesí sensual. Pululó la poligamia. Lo que

produjo una degeneración del tipo humano entre las razas

inferiores y en una parte de los pueblos de la Atlántida. El

culto insensato del yo revistió una

forma extraña e ingenua. Los ricos adquirieron la

costumbre de colocar en los templos estatuas suyas de

oricalco, oro o basalto. Sacerdotes especiales rendían culto

a estos ídolos ridículos de la persona humana. Incluso fue

la única forma de escultura que conocieron los atlantes.

El mal se fue acumulando a lo largo de los siglos. La

irrupción avasalladora del vicio, el furor del egoísmo y la

anarquía, se extendieron tanto que toda la población atlante

se dividió en dos bandos. Una minoría se agrupó en torno a los

reyes toltecas que seguían siendo fieles a su vieja tradición. Los

demás adoptaron la tenebrosa religión de los Turanios. La guerra

entre la debilitada magia blanca y la creciente magia negra se

desarrolló en la Atlántida y pasó por numerosas peripecias. Se

repitieron las mismas fases con verdadero encarnizamiento.

Mucho antes de la primera catástrofe que trastocó el continente

la ciudad de las puertas de oro fue conquistada por los reyes

turanios. El pontífice de los reyes solares tuvo que refugiarse

en el norte, junto a un rey aliado de los Tlavatlis, donde se

estableció con un núcleo de fieles. A partir de este momento

comenzaron las grandes migraciones hacia Oriente mientras

que la civilización propiamente atlante no hacia sino declinar.

Los turanios ocuparon la metrópoli y el culto de la sangre

profanó el templo del sol. Triunfó la magia negra. Una

corrupción y perversidad desmedidas se difundieron

ilimitadamente en esta humanidad impulsiva deprovista aún

del freno de la razón. La ferocidad de los hombres se contagió

incluso al mundo de las

bestias. Los grandes felinos primitivamente domesticados por

los atlantes se transformaron en jaguares, tigres y leones

salvajes. Finalmente el desorden ganó a los elementos y a la

naturaleza toda, Némesis38 ineluctable de la magia negra. Una

catástrofe separó la Atlántida de la América naciente. A

largos intervalos siguieron otras.

Las cuatro grandes catástrofes que se tragaron el

soberbio continente no tuvieron las mismas características

que los cataclismos de Lemuria. Vemos actuando en ellas a

las mismas potencias pero, bajo impulsos distintos, se

manifiestan de manera diferente.

La tierra es un ser vivo. Su cascara sólida y mineral no es

sino una corteza delgada si la comparamos con el interior de

la bola formado por esferas concéntricas de una materia

sutil que son los órganos sensitivos y generadores del

planeta. Estas entrañas vibrantes almacenan fuerzas

primordiales y responden magnéticamente a los

movimientos que agitan la humanidad. De alguna manera

acumulan la electricidad de las pasiones humanas y,

periódicamente, la vuelven a enviar a la superficie en

masas enormes.

En los tiempos de Lemuria, el desencadenamiento de la

animalidad bruta había hecho que el fuego terrestre brotara

directamente en la superficie del globo. Lemuria se

38. Diosa encargada de la venganza de los dioses sobre los malvados;

castigaba también la pasión desordenada. Algunos la consideraban como

representación de la potencia solar. A veces se la representaba apoyándose

en un timón para indicar que guiaba el universo. En esculturas suyas

aparecidas en Toscana se la representaba con vestiduras egipcias y rodeada

por completo de un velo formando espirales.

transformó en una especie de solfatara hirviente donde

millares de volcanes se encargaron de exterminar mediante el

fuego este mundo que bullía de monstruos informes.

En la época de la Atlántida el efecto de las pasiones

humanas sobre el alma ígnea de la tierra fue más complejo y no

menos temible. La magia negra, que entonces se hallaba en la

cima de su poder, actuaba directamente sobre el centro de la tierra

de donde extraía su fuerza. Con ello excitó otros impulsos en el

circulo del fuego elemental. Este fuego, procedente de las

profundidades por vías tortuosas, se acumuló en las fisuras y

cavernas de la corteza terrestre. Entonces las Potencias que

presiden los movimientos planetarios imprimieron a dicho

elemento, sutil pero con una fuerza de dilatación prodigiosa,

la dirección horizontal hacia Occidente. Así se originaron las

sacudidas sísmicas que, de época en época, estremecieron la

Atlántida de este a Oeste siguiendo como eje principal la línea

del ecuador. Estas olas de fuego horadaban y excavaban la

corteza del antiguo continente a lo largo de todo su recorrido.

Faltándole la base, la Atlántida se derrumbó por pedazos y acabó

por hundirse en el mar con una gran parte de sus habitantes.

Pero a medida que desaparecía el continente sumergido, otra

tierra surgía en occidente con su barrera de cimas. Pues una vez

las olas gigantescas de fuego interior llegaban al final de sus largas

ondulaciones, los rompientes de fondo del planeta enfebrecido

levantaron en crestas volcánicas las cadenas de los Andes y de

las Montañas Rocosas, espina dorsal de la

futura América. Agreguemos que las descargas eléctricas que

acompañaron a todos estos fenómenos desencadenaron en la

atmósfera ciclones, tempestades y tormentas inusitadas. Una

parte del agua que hasta ese momento vagaba en el aire en

forma de vapores fundió sobre el continente en cascadas y

torrentes de lluvia. Como si las potencias del cielo y del

abismo se hubieran conjurado para perderlo, el suelo no sólo

se hundía sino que además fue inundado. La tradición

pretende que en el último de estos diluvios perecieron a la

vez sesenta millones de hombres.

Así fue barrida de la tierra la Atlántida, arsenal de la magia

negra. Y esta fue la razón por la que desaparecieron

sucesivamente bajo las olas impasibles del océano vencedor, la

ciudad de las puertas de oro, Routa y Dayta las islas de palmeras

verdeantes, y también las altivas cimas de Poseidonis. El

azul profundo y luminoso se extendía como el ojo del.

Eterno entre las nubes desgarradas...

En la evolución terrestre nada se pierde aunque todo

se transforma. Los atlantes habrían de revivir en Europa,

en América y en Asia a través de las razas emigradas39 y

por las reencarnaciones40 periódicas de

39. En el último periodo de la Atlántida y antes de que se descompusiera por

completo la vieja raza, una minoría de atlantes blancos (que habría de formar una

nueva raza-madre) emprendió la marcha hacia oriente, un éxodo solar, en busca de

una nueva patria. El término de tal peregrinación habría de ser el Himalaya. Pero

antes de alcanzar su objetivo, esta peregrinación que duró siglos y milenios, hizo

diversas etapas. El primero y más importante fue en Irlanda que entonces formaba

una gran isla con Inglaterra, el norte de Francia y Escandinavia. A esta época

perteneces los cultos que

las almas. Pero el recuerdo del continente tragado se

difuminó en la memoria de la nueva humanidad pensante,

combativa y conquistadora, como un sueño fabuloso, como

un espejismo de ultramar, de más allá del cielo. No se

conservó sino la memoria inquietante de un Edén perdido, de

una caída profunda y de un diluvio terrorífico. Los poetas

griegos, cuyas evocaciones plásticas encierran a menudo un

sentido maravilloso, hablaban de un coloso-fantasma,

sentado en medio del océano más allá de las columnas de

Hércuha

conservado la mitología celta (Carnac en Bretaña, Stonehenge en Inglaterra,

etc), y las tradiciones de esos pueblos -vida al aire libre, exaltación guerrera, etcque

no eran sino una reacción contra la descomposición de la civilización atlante y un

entrenamiento adecuado a las tareas que esperaban a la nueva raza-madre. Una vez

llegados al Himalaya, donde constituyeron definitivamente la nueva civilización,

refluyeron hacia occidente en diversos grupos: arios de la India, escitas, sármatas,

caldeos, griegos, semitas, etc. El origen común de todos estos grupos de la nueva

raza-madre, que suele designarse con el nombre genérico de indoeuropeos, ha sido

probado suficientemente por los estudios históricos. 40. El culto de los

antepasados practicados por los celtas y también por algunos de los grupos que

refluyeron desde el Himalaya hacia el occidente, tenía la finalidad de

favorecer la reencarnación de los mejores de los antepasados, para que

guiaran la humanidad en su evolución cósmica. Se celebraba en el solsticio de

invierno, en la noche más larga a la que se llamaba la noche-madre del año que

tenía la reputación de ser la de las concepciones felices. Idéntico sentido aunque

formas diferentes tenían los cultos del solsticio de verano (cuyo recuerdo se

conserva en tradiciones populares como las fiestas de San Juan). En los primeros

el guía decía: «Vuestros antepasados están cerca de los dioses. Vivid según los

ritos y las leyes santas y volverán a vivir entre nosotros. Se encarnarán en los

hijos de vuestras esposas». En los segundos, el guía señalaba al sol mientras

afirmaba: «Esta es la imagen del dios supremo hacia el que hay que ir para

conquistar la tierra de los puros y los fuertes, para construir la ciudad viva de

los dioses».

les, que sostenían el cielo nuboso con su cabeza poderosa.

Lo llamaban el gigante Atlas.

¿Sabían que en el alborear de sus días los atlantes eran

videntes y realmente se habían comunicado con los dioses a

través de su cielo obstruido por las nubes? ¿O será que en el

fondo de toda conciencia humana duerme el sueño de un

paraíso perdido y de un cielo por conquistar?

APÉNDICES

HESÍODO

COMBATE DE LOS TITANES Y LOS DIOSES

630

Hallábanse unos establecidos -los Titanes altivos- en las

cumbres del Otris, y en el Olimpo los otros, dioses autores de todo bien,

paridos por Rea, la de hermosos cabellos, tras su acoplamiento con

Cronos.

635

Incesantemente venían batallando entre sí, por espacio de diez

años enteros, sin que ninguno de los dos bandos llevara propósito de

poner fin a la lucha, ya que ésta no se decidía por ninguno de ellos.

Pero cuando Zeus les dio lo que para todos era más conveniente, el

néctar y la ambrosía, de que exclusivamente se alimentaban los dioses

mismos, el ardor se encendió.

640

La lucha cobró un aliento mayor en todos los pechos, llenándolos

de entusiasmo. Y apenas gustaron los combatientes la ambrosía y el

néctar, el padre de los dioses y de los hombres les dirigió estas

palabras: «¡Oídme, hijos ilustres de la Tierra y del Cielo!

645

«Voy a manifestaros lo que me dicta el corazón. Hace ya mucho tiempo

que venimos disputándonos el triunfo unos y otros, en combatir

incesante, los dioses Titanes y cuantos descendemos de Cronos.

Mostrad vosotros, frente a los Titanes, vuestra terrible fuerza y el vigor

de vuestros brazos, invencibles en la más dura lucha.

650

Y tened presente la buena amistad que nos une, sin olvidar todo

lo padecido hasta el día en que, libertados por nuestra voluntad de

las fuertes cadenas, salisteis a la luz desde las

sombrías tinieblas». De esta suerte habló, y el ilustre Cotto

respondió así:

655

«¡Oh augusto señor! Nos hablas cosas que harto conocemos.

Tampoco ignoramos la superioridad de tu inteligencia y tu juicio, y nos

consta que has apartado a los inmortales del horrible mal. Hemos

venido aquí, poderoso hijo de Cronos, merced a tu sabiduría, que nos ha

sacado de las brumas tenebrosas, para darnos esta felicidad inesperada.

660

«Es por eso por lo que con toda vuestra voluntad y nuestro

indomable corazón, vamos a combatir por la victoria, en el más

terrible de los encuentros con los Titanes.» Tales fueron sus palabras,

que aprobaron las divinidades autoras de todo bien.

665

Encendido el pecho de afán belicoso, aquel mismo día se

empeñaron en rudo combate varones y hembras, dioses y diosas, tanto

los Titanes como los descendientes de Cronos, y aquellos a quienes

Zeus sacara del fondo de la tierra, desde el Erebo, poderosos y

terribles, dotados de fuerza sin igual.

670

Tenía cada uno de ellos cien brazos, que emergían valientes de sus

hombros, así como cincuenta cabezas, que coronaban sus robustos

miembros. Cogieron rocas con las potentes manos, y se aprestaron a

luchar con los Titanes.

675

Estos cerraron, en la parte contraria, las filas de sus falanges, y no

tardaron en manifestar la fuerza extraordinaria de sus brazos. Retumbó en

seguida de horrible modo el ponto inmenso, crujió la tierra, estremecióse

el vasto cielo, y el Olimpo entero, tembló de arriba a abajo ante la

acometida de los inmortales.

680

La fuerte sacudida llegó al sombrío Tártaro, y el espacio todo se

pobló del estrépito de las pisadas y del choque de las armas. Unos contra

otros se lanzaban enardecidamente los dardos, y de ambas

partes se elevaban las voces hasta el cielo estrellado, mientras los

combatientes se agitaban y mezclaban en confuso montón.

685

Ni el mismo Zeus contuvo su furor, y como se le llenasen de cólera

las entrañas, hizo gala de todo su poderío. Fue de un lado para otro,

relampagueando desde el cielo y el Olimpo.

690

Salía con frecuencia el rayo de sus manos robustas, y con él el

relámpago y el trueno, propagando por doquiera la sagrada llama. Y por

doquiera, también crujía la tierra prolífera al quemarse, crepitando la selva

asimismo bajo la acción del fuego.

695

Toda la tierra era una gran hoguera, y hervían las corrientes del

Océano y el infecundo ponto. Un cálido vapor envolvía a los Titanes

terrestres, mientras una llama inmensa se remontaba al éter divino, y el

fulgor intenso de rayos y relámpagos cegaba al de más abiertos ojos.

700

Pronto el vastísimo incendio invadió todo el Caos; y hubo por un

instante en que a juzgar por el cuadro que los ojos contemplaban y el

estrépito que los oídos percibían, parecía como si la Tierra fuese a chocar

con el anchuroso cielo. ¡ Tan terrible era el combate en que los dioses

estaban empeñados!

705

Entretanto, intervinieron los vientos, haciendo retemblar el suelo

bajo tempestades de polvo, que se mezclaban a los truenos, relámpagos y

rayos, y llevaban de uno a otro campo el vocerío y el estruendo.

710

Un horrísono clamor acabó elevándose del furioso combate, y la

fuerza de ambos bandos manifestóse en múltiples hazañas. Hasta que, al

fin, declinó la violencia de la batalla, luego de mezclarse en revuelta

lucha unos y otros, con enconado ardor. Cotto, Briareo y Gías, el

incansable en la lid, pelearon rudamente.

715

Con sus robustas manos lanzaron hasta trescientas rocas contra el

enemigo, dejando en la mayor oscuridad a los Titanes. Quedaron estos

vencidos a pesar de su soberbia, y llevados a un lugar debajo del

anchuroso suelo, donde el vencedor los ató con fuertes cadenas, en el sitio

que dista tanto de la tierra como del cielo.

820

Cuando Zeus hubo expulsado del cielo a los Titanes, la tierra

alumbró su hijo menor, Tifoeo, después de acostarse con el Tártaro, gracias

a la intervención de la áurea Afrodita. Tenía el robusto dios fuertes brazos,

siempre en actividad, y pies incansables.

825

Sobre sus hombros se erguían cien cabezas de serpiente, como

de un espantoso dragón, con lenguas negruzcas a manera de dardos; y en

los ojos de las monstruosas cabezas brillaba, bajo los párpados, un

resplandor de incendio. Broncas voces se elevaban en todas estas

terribles cabezas, dejando oír mil acentos de indecible horror.

830

Ya eran gritos inteligibles para los dioses, ya semejaban mugidos

de indómito toro, orgulloso de su voz, o bien rugidos de cruel león; ya

parecían sencillamente ladridos de perritos, o bien silbidos prolongados

que resonaban en las altas montañas.

835

Hubiera tenido lugar aquel día una espantosa revolución,

llegando Tifodeo a reinar sobre mortales e inmortales, de no haberlo

advertido la perspicacia del padre de los dioses y de los hombres.

Comenzó Zeus a despedir truenos secos y fuertes, haciendo que en

torno suyo retemblase la tierra horrendamente.

840

Como también retemblaban el vasto cielo, y el ponto y las corrientes

del Océano, y el profundo Tártaro. Cuando el soberano se levantó,

estremecióse el Olimpo entero debajo de los pies inmortales, y la tierra

gimió. Extendiéndose un vivo ardor por el mar de aguas sombrías,

alumbrado a la vez por los dos adversarios.

845

Le inflamaban, en efecto, tanto el trueno y el relámpago como el

fuego que vomitaba el monstruo, además de los vientos furiosos y del

flagrante rayo. Hervían la tierra entera, el cielo y el mar. Por todas

partes chocaban furiosamente las olas contra las riberas, a causa del

ímpetu con que los inmortales se acometían.

850

Un estremecimiento continuado lo sobrecogía todo; y llegaron a

temblar de miedo Hades, que reina sobre los muertos en el infierno, y

los propio Titanes en el Tártaro, alrededor de Cronos, enloquecidos por

el estrépito inenarrable.

855

Pero Zeus reunió todas sus fuerzas, tomó sus armas, que son el

trueno, el relámpago y el rayo, saltó desde lo alto del Olimpo e hirió a

Tifoeo, abarcando de un solo golpe las espantosas cabezas del monstruo.

Los golpes y las heridas fueron repetidos, y Tifodeo cayó mutilado

mientras gemía la anchurosa tierra.

860

Brotó la llama del cuerpo de este rey así fulminado, en los negros

y ásperos valles de la montaña que presenciase la escena. Gran parte de

la tierra anchurosa, envuelta en densos vapores, se derretía como el

estaño que los jóvenes artífices ponen al fuego en crisoles de ancha

boca.

865

Y como el hierro, lo más resistente, que corre hecho líquido a

través de la tierra divina, por obra de Hefesto. No de otro modo se

liquidaba la tierra al resplandor de las llamas devoradoras. Y Zeus,

que tenía el ánimo irritado, acabó echando a Tifoeo en el vasto

Tártaro.

880

Así que acabaron su tarea los felices dioses, y luego de

conquistar en lucha con los Titanes los honores y el poder, siguieron

los consejos de la Tierra, incitando al longevidente Zeus Olímpico a que

imperara sobre todos los inmortales. Y Zeus les repartió honores y

privilegios.

MITO DE PANDORA

Ocultaron los dioses lo que suministra la vida al hombre, porque

de otro modo, trabajarían un día con escaso esfuerzo, para lograr con que

vivir todo el año, sin hacer ya nada.

45

En seguida colgarías la esteva del arado por encima del humo, y

pararías el trabajo de los bueyes y las pacientes mulas. Pero Zeus ocultó

el secreto de tu vida cuando el ánimo se le irritó a causa de que le hiciera

víctima el sagaz Prometeo. Desde ese día empezó a procurarles a los

hombres serias inquietudes.

50

Les ocultó el fuego, elemento primordial que el buen hijo de Japeto

robara a Zeus en una cañaheja, para dárselo a los hombres, engañando

así al dios que lanza el rayo. Exasperado Zeus, el amontonador de

nubes, le dijo:

55

«¡Ah Japetiónida! Te jactas de ser el más sagaz de todos, y te

alegras de haber robado el fuego y engañado mi ánimo, pero eso os

servirá de desgracia a ti y a los demás. En sustitución de ese fuego,

enviaré a los hombres un nuevo mal, al que ellos, sin embargo,

mirarán complacidos y amorosos».

60

Dijo así el padre de los dioses y de los hombres y echóse a reír.

Luego mandó al ilustre Hefesto que mezclase al punto la tierra con el

agua, y que formara de la pasta una hermosa virgen semejante a las

diosas inmortales, a las que daría voz y fuerzas de ser humano. Ordenó

también a Atenea que le enseñase las labores de mujer y el tejido del

lienzo de mil colores.

65

Y a Afrodita de oro, que ungiera su frente de la gracia, y le

comunicara el deseo doloroso, a la par que la inquietud que destroza

los miembros. Asimismo a Hermeas, el mensajero, matador de Argos,

mandóle inspirar a la bella virgen la impudicia y desenfreno en las

costumbres.

70

Todos obedecieron semejantes órdenes de Zeus, el Crónida.

Modeló al punto el ilustre Cojo de ambos pies, conforme a lo

prescrito, la forma de una casta virgen, y en seguida la vistió y adornó

Atenea, la diosa de los ojos claros. Las Gracias divinas y la venerable

Pito colgaron luego de su cuello ricos collares de oro.

75

Las Horas de hermosos cabellos dispusieron para la recién creada

guirnaldas de flores primaverales. Palas Atenea completó sus adornos. Y

el Mensajero matador de Argos puso dentro de ella embustes, halagos y

perfidias, tal como lo había dispuesto el tronitonante Zeus.

80

Luego, el heraldo de los dioses le otorgó la palabra, y dio a

semejante mujer el nombre de Pandora, porque todos los habitantes del

Olimpo habíanle hecho su don cada cual, con objeto de convertirla en

azote de los hombres mortales. Una vez concluida esta desdichada obra,

el padre de los dioses en vió a Epimeteo, con su presente, al ilustre

matador de Argos, el veloz mensajero.

85

Epimeteo no pensó en lo que Prometeo le recomendara: no aceptar

presente alguno de Zeus Olímpico y devolvérselos todos, si quería evitar

una desgracia a los mortales. Así es que aceptó el don que se le ofrecía,

no comprendiendo su error, hasta después de sufrir el daño.

90

Antes de eso, la raza humana vivía en la tierra al amparo y abrigo

de todo mal, de la fatiga y de las dolorosas enfermedades que traen la

muerte a los hombres. Pero aquella mujer, levantando con sus propias

manos la ancha tapa del recipiente que contenía, derramó sobre los

hombres las más horribles miserias.

95

Sólo la Esperanza se quedó en el recipiente, como en el interior

de una prisión infranqueable, sin rebasar los bordes, y no salió fuera

porque Zeus, el amontonador de nubes y que lleva la

égida, había ordenado ya a Pandora que cerrase nuevamente su

caja.

100

Desde entonces vagan las innúmeras desdichas por entre los

hombres, y están llenos de males la tierra y el mar. Unas de día y otras

de noche, las enfermedades se dedican a visitar a los mortales,

llevándoles sin ruido todo sufrimiento, porque el próvido Zeus les negó

la palabra. Y nadie cuenta con medios para escapar a los designios de

Zeus.

TEXTOS DE PLATÓN SOBRE LA ATLÁNTIDA

TIMEO

21-e «Hay en Egipto, dijo Solón, en el Delta, hacia cuyo extremo final el

curso del río se divide, un cierto nomo llamado Saítico, cuya principal

ciudad es Sais. De allí era el rey Amasis. Los naturales de esta ciudad

creen que la fundó una diosa: en lengua egipcia su nombre es Neith,

pero en griego, según ellos dicen, es Atenea. Esas gentes son muy amigas

de los atenienses y afirman ser de alguna manera parientes suyos. Solón

contó que, una vez llegado allí, adquirió entre ellos una 22gran

consideración y que, habiendo interrogado un día a los sacerdotes más

sabios en estas cuestiones acerca de las tradiciones antiguas, había

descubierto que ni él mismo, ni otro griego alguno, había sabido de ello

prácticamente nada. Y una vez, queriéndoles inducir a hablar de cosas

antiguas, se puso él a contarles lo que aquí sabemos como más antiguo.

Les habló de Foroneo, ese a quién se llama el primer hombre, de Niobe, del

diluvio de Deucalión, de Pyrra de los mitos 22-bque se cuentan acerca de su

nacimiento, y de las genealogías de sus descendientes. Y se esforzó por

calcular la fecha, recordando los años en que ocurrieron esos

acontecimientos.

Pero uno de los sacerdotes, ya muy viejo, le dijo: «-¡Solón, Solón,

vosotros los griegos sois siempre niños: ¡un griego nunca es viejo!» A lo

que replicó Solón: «¿Cómo dices ésto?»; y el sacerdote: -«Vosotros sois

todos jóvenes en lo que a vuestra alma respecta. Porque no guardáis en

ella ninguna opinión antigua, procedente de una vieja tradición, ni tenéis

ninguna ciencia 22-c encanecida por el tiempo. Y esta es la razón de ello.

Los hombres han sido destruidos y lo serán aun de muchas maneras. Por

obra del fuego y del agua tuvieron lugar las más graves destrucciones. Pero

también las ha habido menores, ocurridas de millares de formas

diversas. Pues, eso que también se cuenta entre vosotros de que, cierta

vez, Faetón, hijo de Helios, habiendo uncido el carro de su padre, pero

incapaz de dirigirlo por el camino que seguía su padre, incendió cuanto 22-

d había sobre la tierra y pereció el mismo, herido

por un rayo, se cuenta en forma de leyenda. La verdad es ésta: a veces en los

cuerpos que dan vueltas al cielo, en torno a la tierra se produce una

desviación o paralaje. Y con intervalos de tiempo muy espaciados, todo lo

que hay sobre la tierra muere por la superabundancia del fuego. Entonces,

todos los que habitan sobre las montañas, en los lugares elevados y en los

que son secos, mueren, más que los que viven en lugares cercanos a los

ríos y al mar. A nosotros, en cambio, el Nilo, nuestro salvador, igual que

en otras circunstancias nos preserva también en esta calamidad,

desbordándose. Por el contrario, otras veces, cuando los dioses purifican la

tierra por medio de las aguas y la inundan, sólo se salvan los boyeros y los

pastores en las montañas, mientras que los habitantes de las ciudades que

hay entre vosotros 22-cson arrastrados al mar por los ríos. En este país, en

cambio, ni entonces, ni en los demás casos descienden las aguas desde

las alturas a las llanuras, sino que siempre manan naturalmente de debajo

tierra. Por este motivo, se dice, ocurre que se hayan conservado aquí las

tradiciones más antiguas. Sin embargo la verdad es que, en todos los

lugares en que ni un frío excesivo, ni un calor abrasador, puede hacer

perecer la raza humana, 23 siempre existe ésta, unas veces más numerosa,

otras veces menos. Y por eso, si se ha realizado alguna cosa bella, grande o

digna de nota en cualquier otro aspecto, bien sea entre vosotros, bien aquí

mismo, bien en cualquier otro lugar de que hayamos oído hablar, todo se

encuentra aquí por escrito en los templos desde la antigüedad y se ha

salvado así la memoria de ello. Pero, entre vosotros y entre las demás

gentes, siempre que las cosas se hallan ya un poco organizadas en lo que toca

a la recensión escrita y a todo lo demás que es necesario a los Estados, he ahí

que nuevamente, a intervalos regulares, como si fuera una enfermedad,

las olas de cielo se echan sobre vosotros y no dejan sobrevivir de entre

vosotros más que a gentes sin cultura e ignorantes. 23-bY así vosotros volvéis

a ser nuevamente jóvenes, sin conocer nada de lo que ha ocurrido aquí, ni

entre vosotros, ni en los tiempos antiguos. Pues estas genealogías que

acabas de citar, ¡oh Solón!, o que al menos acabas de reseñar aludiendo a

los acontecimientos que han tenido lugar entre vosotros, se diferencian

muy poco de los

cuentos de niños. En principio, vosotros no recordáis más que un diluvio

terrestre siendo así que anteriormente ha habido ya muchos de esos. Luego

tampoco sabéis que la raza mejor y la más bella entre los humanos ha nacido

en vuestro país, ni sabéis que vosotros y toda vuestra ciudad descendéis de

esos hombres, 23-c por haberse conservado un reducido número de ellos

como semilla. Lo ignoráis porque, durante numerosas generaciones, han

muerto los supervivientes, sin haber sido capaces de expresarse por

escrito. Sí Solón; hubo un tiempo, antes de la mayor de las destrucciones

de las aguas, en que la ciudad que hoy en día es la de los atenienses, era

entre todas la mejor en la guerra y de manera especial la más civilizada

en todos aspectos. Se cuenta que en ella se llevaron a cabo las más

bellas hazañas; allí hubo las más bellas realizaciones 23-d Apolíticas de

entre todas aquellas de que oímos hablar bajo el cielo.»

Habiendo oído esto, Solón dijo que se quedaba sorprendido y, lleno

de curiosidad, rogó a los sacerdotes que le contaran exactamente y por orden

toda la historia de sus conciudadanos de otros tiempos.

El sacerdote respondió: «No voy a emplear ninguna clase de

reticencia, sino que en tu gracia, ¡oh Solón!, en la de vuestra ciudad y más

aún en gracia de la diosa que ha protegido, educado e instruido vuestra

ciudad y la nuestra, os la voy a contar.

24-d Numerosas y grandes fueron vuestras hazañas y las de

vuestra ciudad: aquí están escritas y causan admiración. Pero, sobre todo,

hay una que aventaja a las otras en grandiosidad y heroísmo. En efecto

nuestros escritos cuentan de qué manera vuestra ciudad aniquiló, hace ya

tiempo, un poder insolente que invadía a la vez toda Europa y toda Asia y

se lanzaba sobre ellas desde el fondo del mar Atlántico

En aquel tiempo, en efecto, era posible atravesar este mar. Había

una isla delante de este lugar que llamáis vosotros las columnas de

Hércules. Esta isla era mayor que la Libia y el Asia unidas. Y los

viajeros de aquellos tiempos podían pasar de esa isla 25a las demás islas y

desde estas islas podían ganar todo el continente, en la costa opuesta de este

mar que merecía realmente su nombre. Pues, en uno de los lados, dentro

de este estrecho de que hablamos,

parece que no había más que un puerto de boca muy cerrada y que, del otro

lado, hacia afuera, existe este verdadero mar y la tierra que lo rodea, a la

que se puede llamar realmente un continente, en el sentido propio del

término. Ahora bien, en esta isla Atlántida, unos reyes habían formado un

imperio grande y maravilloso. Este imperio era señor de la isla entera y

también de muchas otras islas y partes 25~ bdel continente. Por lo demás, en

la parte vecina a nosotros, poseía la Libia hasta Egipto y la Europa hasta la

Tirrenia. Ahora bien, esa potencia, concentrando una vez todas sus

fuerzas, intentó, en una sola expedición, sojuzgar vuestro país y el

nuestro, y todos los que se hallan a esta parte de acá del estrecho. Fue

entonces, ¡oh Solón!, cuando la fuerza de vuestra ciudad hizo brillar á los

ojos de todos su heroísmo y su energía. Ella, en efecto, aventajó a todas las

demás por su 25-c fortaleza de alma y por su espíritu militar. Primero a la

cabeza de todos los helenos, sola luego por necesidad, abandonada por los

demás, al borde de peligros máximos, venció a los invasores, se alzó con la

victoria, preservó de la esclavitud a los que no habían sido nunca

esclavos y, sin rencores de ninguna clase, liberó a todos los demás

pueblos y a nosotros mismos que habitamos al interior de las columnas de

Hércules. Pero, en el tiempo subsiguiente, hubo terribles temblores de

tierra y cataclismos. Durante un día y una noche horribles, 25-dltodo vuestro

ejército fue tragado de golpe por la tierra, y asimismo la isla Atlántida se

abismó en el mar y desapareció. He aquí por qué todavía hoy ese mar de

allí es difícil e inexplorable, debido a sus fondos limosos y muy bajos que

la isla, al hundirse, ha dejado.»

Habéis oído, brevemente, Sócrates, lo que contara el viejo

Critias, según lo había él recibido de Solón.

CRITIAS

io8-e Ante todo, recordemos lo esencial. Han transcurrido en total

nueve mil años desde que estalló la guerra, según se dice, entre los pueblos

que habitaban más allá de las Columnas de Hércules y los que habitaban

al interior de las mismas. Esta guerra es lo que

hemos de referir ahora desde su comienzo a su fin. De la parte de acá, como

hemos dicho, esta ciudad era la que tenía la hegemonía y ella fue quien

sostuvo la guerra desde su comienzo a su terminación. Por la otra parte, el

mando de esta guerra estaba en manos de los reyes de la isla Atlántida.

Esta isla, como ya hemos dicho, era entonces mayor que la Libia y el Asia

juntas. Hoy en día, sumergida ya por temblores de tierra, no queda de

ella más que un fondo limoso infranqueable, 109 difícil obstáculo para los

navegantes que hacen sus singladuras desde aquí hacia el gran mar. Los

numerosos pueblos bárbaros, así como las poblaciones helenas existentes

entonces, irán apareciendo sucesivamente a medida que se irá desarrollando

el hilo de mi exposición y se los irá encontrando por su orden. Pero los

atenienses de entonces y los enemigos a quienes ellos combatieron, es

menester que os los presente al comienzo.

112-e Vamos a daros a conocer ahora las características de sus

adversarios y cuál era su originaria manera de ser natural, en orden a que

no sean comunes estos conocimientos, como amigos que somos, si,

como esperamos, no hemos perdido el recuerdo de lo que oímos contar en

nuestra infancia.1173Y en primer lugar he de advertiros en una palabra,

antes de comenzar mi explicación, que no os ha de sorprender el que me

oigáis dar con frecuencia nombres griegos a gentes bárbaras. Ved cuál es

la causa de ello. Solón, al querer utilizar esa narración en sus poemas,

preguntó cuál era el sentido de estos nombres. Y descubrió que los

egipcios, que habían sido los primeros en escribir esta historia, los habían

transcrito en su idioma. El mismo, habiendo vuelto a encontrar el significado

de cada nombre, los volvió a traducir por segunda vez a nuestra lengua, para

escribirlos.113b Ahora bien, los manuscritos mismos de Solón estaban en mi

casa y yo los he estudiado mucho en mi juventud. Cuando, pues, oigáis

nombres parecidos a los que escuchan entre nosotros, no os sorprendáis de

ello: conocéis ya la razón por la que es así. He ahí ahora cuál era

aproximadamente el comienzo de este largo relato.

Según se ha dicho ya anteriormente, al hablar de cómo los dioses

habían recurrido a echar a suertes la tierra entre ellos,

dividieron toda la tierra en 113-c Apartes, mayores en una, menores en

otras. Y ellos instituyeron allí, en su propio honor, cultos y sacrificios.

Según esto, Poseidón, habiendo recibido como heredad la isla Atlántida,

instaló en cierto lugar de dicha isla los hijos que había engendrado él de

una mujer mortal. Cerca del mar, pero a la altura del centro de toda la isla,

había una llanura, la más bella según dice de todas las llanuras y la más

fértil. Y cercana a la llanura, distante de su centro como unos cincuenta

estadios, había una montaña que tenía en todas sus partes una altura

mediana. En esta montaña habitaba entonces un hombre de los que en

aquel país habían nacido originariamente de la tierra. Se llamaba Evenor

y 113-d vivía con una mujer llamada Leucippa. Tuvieron una hija única,

Clito. La muchacha tenía ya la edad nubil cuando murieron su padre y su

madre. Poseidón la deseó y se unió a ella. Entonces el Dios fortificó y aisló

circularmente la altura en que ella vivía. Con este fin, hizo recintos de mar

y de tierra, grandes y pequeños, unos en torno a otros. Hizo dos de tierra,

tres de mar y, por así decir, los redondeó, comenzando por el centro de la

isla, del que esos recintos distaban en todas 113-cpartes una distancia

igual. De esta manera resultaban infranqueables para los hombres, pues

en aquel entonces no había aún navios ni se conocía la navegación. El

mismo Poseidón embelleció la isla central, cosa que no le costó nada,

siendo como era Dios. Hizo brotar de bajo tierra dos fuentes de agua, una

caliente, otra fría, e hizo nacer sobre la tierra plantas nutritivas de toda clase,

en cantidad suficiente. Allí engendró y educó él cinco generaciones de

hijos varones y mellizos. Dividió toda la isla Atlántida en ""diez partes.

Al primogénito de los dos más viejos, le asignó la morada de su madre y la

parcela de tierra de su contorno, que era la más extensa y la mejor. Lo

estableció en calidad de rey sobre todos los demás. A estos les hizo

príncipes vasallos de aquél y a cada uno de ellos le dio autoridad sobre un

gran número de hombres y sobre un extenso territorio. Les impuso nombres

a todos: el más viejo, el rey, recibió el nombre que sirvió para designar la

isla entera y el mar llamado Atlántico, ya que el nombre del primer rey que

reinó 114-bentonces fue Atlas. Su hermano mellizo, nacido después de él,

obtuvo en heredad la parte

extrema de la isla, por la parte de las columnas de Hércules, frente a la

región llamada hoy día Gadírica, según este lugar: se llamaba, en griego,

Eumelos y, en lengua del país, Gadiros. Y el nombre que se le dio se

convirtió en el nombre del país. Luego, de los que nacieron en la

segunda generación, llamó a uno Amferes y al otro Evaimon. ll4cEn la

tercera generación, el nombre del primogénito fue Mneseas, y el del

segundo fue Autóctono. De los de la cuarta generación, llamó Elasippo al

primero y Mestor al segundo. Y en la quinta, el que nació primero recibió

el nombre de Azaes, y el que nació luego el de Diaprepés. Todos estos

príncipes y sus descendientes habitaron el país durante numerosas

generaciones. Eran también señores de una gran multitud de otras islas en el

mar y, además, como ya se ha dicho,114-d reinaban también en las

regiones interiores, de la parte de acá de las columnas de Hércules, hasta

Egipto y Tirrenia. De esta forma nació de Atlas una raza numerosa y

cargada de honores. Siempre era rey el más viejo y él transmitía su realeza al

primogénito de sus hijos. De esta forma conservaron el poder durante

numerosas generaciones.

Habían adquirido riquezas en tal abundancia, que nunca sin duda

antes de ellos ninguna casa real las poseyera semejantes, y como ellos

ninguna las poseerá probablemente en lo futuro. Ellos disponían de todo

lo que podía proporcionar la misma ciudad y asimismo el resto ll4-cdel

país. Pues, si es verdad que les venían de fuera multitud de recursos a

causa de su imperio, la mayor parte de los que son necesarios para la

vida se los proporcionaba la isla misma. En primer lugar, todos los

metales duros o maleables que se pueden extraer de las minas. Primero

aquél del que tan sólo conocemos el nombre, pero del que entonces existía,

además del nombre, la substancia misma, el oricalco. Era extraído de la

tierra en diversos lugares de la isla: era, luego del oro, el más precioso de

los metales que existían en aquel tiempo. Análogamente, todo lo que el

bosque puede dar en materiales adecuados para el trabajo de carpinteros y

ebanistas, la isla lo proveía con prodigalidad. Asimismo ella nutría con

abundancia todos los animales domésticos o salvajes. Incluso la especie

misma de los elefantes se hallaba allí ampliamente representada.

115 En efecto, no solamente abundaba el pasto para todas las

demás especies, las que viven en los lagos, los pantanos y los nos, las que

pacen en las montañas y en las llanuras, sino que rebosaba alimentos para

todas, incluso para el elefante, el mayor y el más voraz de los animales. Por lo

demás, todas las esencias aromáticas que aún ahora nutre el suelo, en

cualquier lugar, raíces, brotes y maderas de los árboles, resinas que destilan

de las flores o los frutos, las producía entonces la tierra y las hacia

prosperar. Daba también los frutos cultivados y las semillas que han sido

hechas para alimentarnos y de las que nosotros sacamos las harinas -sus

diversas variedades las llamamos nosotros cereales-.115b Ella producía

ese fruto leñoso, que nos provee a la vez de bebidas, de alimentos y de

perfumes, ese fruto escamoso y de difícil conservación, hecho para

instruirnos y para entretenemos, el que nosotros ofrecemos, luego de la

comida de la tarde, para disipar la pesadez del estómago y solazar al

invitado cansado. Sí, todos esos frutos, la isla, que estaba entonces

iluminada por el sol, los daba vigorosos, soberbios, magníficos, en

cantidades inagotables.

Así pues, recogiendo en su suelo todas estas riquezas, 115c los

habitantes de la Atlántida construyeron los templos, los palacios de los

reyes, los puertos, los arsenales, y embellecieron así todo el resto del

país en el orden siguiente.

Sobre los brazos circulares del mar que rodeaban la antigua ciudad

materna, construyeron al comienzo puentes y abrieron así un camino hacia

el exterior y hacia la morada real. Este palacio de los reyes lo habían

levantado desde el comienzo en la misma morada del Dios y sus

antepasados. Cada soberano recibía el palacio de su antecesor, y

embellecía a su vez lo que éste 115-d había embellecido. Procuraba

siempre sobrepasarle en la medida en que podía, hasta el punto de que

quien veía el palacio quedaba sobrecogido de sorpresa ante la grandeza y la

belleza de la obra.

Comenzando por el mar, hicieron un canal de tres plethros de ancho,

cien pies de profundidad y cincuenta estadios de longitud, y lo hicieron

llegar hasta el brazo de mar circular más exterior de todos. De esta manera

dispusieron una entrada a los navios venidos de alta

mar, como si fuera un puerto. Practicaron en ella una bocana suficiente

para que los mayores navios pudieran también entrar en el canal. Luego,

también en los 115-c recintos de tierra que separaban los círculos de agua,

abrieron pasadizos a la altura de los puentes, de tal tipo que sólo pudiera

pasar de un círculo a otro una sola trirreme, y techaron estos pasadizos, de

manera que la navegación era subterránea, pues los parapetos de los

círculos de tierra se elevaban suficientemente por encima del mar.

El mayor de los recintos de agua, aquél en que penetraba el mar, tenía

tres estadios de ancho, y el recinto de tierra que le seguía tenía una anchura

igual. En el segundo círculo, la cinta de agua tenía dos estadios de ancho y

la de tierra tenía aún una anchura igual a ésta. Pero, la cinta de agua que

rodeaba inmediatamente a la isla central, no tenía más que un estadio de

anchura.116La isla, en la que se hallaba el palacio de los reyes, tenía un

diámetro de cinco estadios. Ahora bien, la isla, los recintos y el puente

que tenía una anchura de un plethro, los rodearon totalmente con un

muro circular de piedra. Pusieron torres y puertas sobre los puentes, en

todos los lugares por donde pasaba el mar. Sacaron la piedra necesaria

de debajo de la periferia de la isla central y de debajo de los recintos, tanto

al exterior como al interior.116bHabía piedra blanca, negra y roja. Y, al

mismo tiempo que extraían la piedra, vaciaron dentro de la isla dos dársenas

para navios, con la misma roca como techumbre. Entre las construcciones

unas eran enteramente simples; en otras, entremezclaron las diversas clases

de piedra y variaron los colores para agradar a la vista, y les dieron así una

apariencia naturalmente agradable. El muro que rodeaba el recinto más

exterior, lo revistieron de cobre en todo su perímetro circular, como si

hubiera sido untado con alguna pintura. 116c Recubrieron de estaño

fundido el recinto interior, y el que rodeaba a la misma Acrópolis lo

cubrieron de oricalco, que tenía reflejos de fuego.

El palacio real, situado dentro de la Acrópolis, tenía la disposición

siguiente. En medio de la Acrópolis se levantaba el templo consagrado

en este mismo sitio a Clito y Poseidón. Estaba prohibido el acceso a él y

hallábase rodeado de una cerca de oro. Allí era donde

Poseidón y Clito, al comienzo, habían concebido y dado a luz la raza de los

diez jefes de las dinastías reales. Allí se acudía, cada año, desde las diez

provincias del país, a ofrecer a cada uno de los dioses los sacrificios

propios de la estación.

116d Santuario mismo de Poseidón tenía un estadio de

longitud, tres plethros de ancho y una altura proporcionada. Su

apariencia tenía algo de bárbaro. Ellos habían revestido de plata todo el

exterior del santuario, excepto las aristas de la viga maestra: estas aristas

eran de oro. En el interior estaba todo cubierto de marfil, y adornado en

todas partes de oro, plata y oricalco. Todo lo demás, los muros, las

columnas y el pavimento, lo adornaron con oricalco. Colocaron allí

estatuas de oro: el Dios de pie sobre su carro enganchado a seis caballos

ll6calados, y era tan grande que la punta de su cabeza tocaba el techo. En

círculo, en torno a él, cien Nereidas sobre delfines -ése era el número de

las Nereidas, según se creía entonces-. También había en el interior

gran número de estatuas ofrecidas por particulares. En torno al santuario,

por la parte exterior, se levantaban, en oro, las efigies de todas las mujeres de

los diez reyes y de todos los descendientes que habían engendrado, y

asimismo otras numerosas estatuas votivas de reyes y particulares,

originarias de la misma ciudad, o de los países 117de fuera sobre los que

ella extendía su soberanía. Por sus dimensiones y por su trabajo, el altar

estaba a la altura de este esplendor, y el palacio real no desdecía de la

grandeza del imperio y de la riqueza del ornato del santuario.

Por lo que respecta a las fuentes, la de agua fría y la de agua

caliente, las dos de una abundancia generosa y maravillosamente

adecuadas al uso por lo agradable y por las virtudes de sus aguas, las

utilizaban, disponiendo en torno a ellas construcciones y plantaciones

adecuadas a la naturaleza misma de las aguas. 117bEn todo su derredor

instalaron estanques o piscinas, unos al aire libre y otros cubiertos,

destinados éstos a los baños calientes en invierno: existían separadamente

los baños reales y los de los particulares, otros para las mujeres, para los

caballos y las demás bestias de carga, y cada uno poseía una decoración

adecuada. El agua que procedía de aquí la condujeron al bosque sagrado

de Poseidón. Este bosque, gracias a la

calidad de la tierra, tenía árboles de todas las especies, de una belleza y una

altura divinas. Desde ahí hicieron derivar el agua hacia lo recintos de

mar exteriores, por medio de 117c canalizaciones instala das siguiendo

lo largo de los puentes. Por esta parte se hablar edificado numerosos

templos dedicados a muchos dioses, gran número de jardines, y gran

número de gimnasios para los hombres y de picaderos para los caballos.

Estos últimos se habían construido aparte en las islas anulares, formadas

por cada uno de los recintos. Además, hacia el centro de la isla mayor,

habían reservado un picadero para las carreras de caballos; tenía un

estadio de ancho y suficiente longitud para permitir a los caballos que, en

la carrera, recorrieran el circuito completo del recinto. En todo el perímetro,

de un extremo al otro, había cuarteles para 117d casi todo el efectivo de

la guardia del príncipe. Los cuerpos de tropa más seguros estaban

acuartelados en el recinto más pequeño, el más próximo a la

Acrópolis. Y para los que se señalaban entre todos por su fidelidad, se

habían dispuesto alojamientos en el interior. Los arsenales estaban llenos de

trirremes y poseían todos los aparejos necesarios para armarlas; todo

estaba estibado en un orden perfecto. Véase de qué forma estaba todo

dispuesto en torno a la morada de los reyes.

Al atravesar los puertos exteriores, en número de tres, 117' ehabía

una muralla circular que comenzaba en el mar y distaba

constantemente cincuenta estadios del recinto más extenso. Esta

muralla acababa por cerrarse sobre sí misma en la garganta del canal

que se abría por el lado del mar. Estaba totalmente cubierta de casas en

gran número y apretadas unas contra otras. El canal y el puerto

principal rebosaban de barcos y mercaderes venidos de todas partes. La

muchedumbre producía allí, de día y de noche, un continuo alboroto de

voces, un tumulto incesante y diverso.

Sobre la ciudad y sobre la antigua morada de los reyes, lo que

acabamos de contar es prácticamente todo lo que la tradición nos

conserva. Vamos a intentar ahora recordar cuál era la disposición del resto

del país y de qué manera estaba organizado.118En primer lugar, todo el

territorio estaba levantado, según se dice, y se erguía junto al mar cortado a

pico. Pero, en cambio, todo el terreno en torno a la

ciudad era llano. Esta llanura rodeaba la ciudad, y ella misma a su vez estaba

cercada de montañas que se prolongaban hasta el mar. Era plana, de

nivel uniforme, oblonga en su conjunto;118bmedía,desde el mar que se

hallaba abajo, tres mil estadios en los lados y dos mil en el centro. Esta

región, en toda la isla, estaba orientada de cara al sur, al abrigo de los

vientos del norte. Muy alabadas eran las montañas que la cercaban, las

cuales en número, en grandeza y en belleza aventajaban a todas las que

existen actualmente. En estas montañas había numerosas villas muy

pobladas, nos, lagos, praderas capaces de alimentar a gran número de

animales salvajes o domésticos, bosques en tal cantidad y substancias tan

diversas que proporcionaban abundantemente materiales propios para

todos los trabajos posibles.

Ahora bien, esta llanura, por acción conjunta y 118c simultánea de

la naturaleza y de las obras que realizaran en ella muchos reyes, durante

un periodo muy largo había sido dispuesta de la manera siguiente. He

dicho ya que tenía la forma de un cuadrilátero, de lados casi rectilíneos y

alargado. En los puntos en que los lados se apartaban de la línea recta,

se había corregido esta irregularidad cavando el foso continuo que

rodeaba a la llanura. En cuanto a la profundidad, anchura y desarrollo de

este foso, resulta difícil de creer lo que se dice y que una obra hecha por

manos de hombres haya podido tener, comparada con otros trabajos del

mismo tipo, las dimensiones de aquélla. No obstante, hemos de repetir lo

que hemos oído contar. El foso fue excavado a un plethro de

profundidad; su anchura era 118d en todas partes de un estadio y, puesto

que había sido excavado en torno a toda la llanura, su longitud era de

diez mil estadios. Recibía las corrientes de agua que descendían de las

montañas, daba la vuelta a la llanura, volvía por una y otra parte a la ciudad

y, por allí, iba a vaciarse al mar. Desde la parte alta de este foso, unos

canales rectilíneos, de una longitud aproximada de cien pies, cortados en

la llanura, iban luego a unirse al foso, cerca ya del mar. Cada uno de ellos

distaba de los otros 118ecien estadios. Para el acarreo a la ciudad de la

madera de las montañas y para transportar por barca los demás productos

de la tierra, se habían excavado, a

partir de esos canales, otras derivaciones navegables, en direcciones

oblicuas entre sí y respecto de la ciudad. Hay que hacer notar que lo;

habitantes cosechaban dos veces al año los productos de la tierra: en

invierno utilizaban las aguas del cielo; en verano, las que daba te tierra

dirigiendo sus corrientes fuera de los canales.

Respecto a los hombres de la llanura buenos para la guerra y sobre

el número en que se tenía estos, hay que decir esto: se había

determinado que cada distrito 119 proporcionaría un jefe de

destacamento. El tamaño del distrito era de diez estadios por diez, y en

total había seis miríadas de ellos. Los habitantes de las montañas y del

resto del país sumaban, según se decía, un número inmenso, y todos,

según los emplazamientos y los poblados, habían sido repartidos entre

los distritos y puestos bajo el mando de sus jefes.

Estaba mandado que cada jefe de destacamento proporcionaría

para la guerra una sexta parte de carros de combate, hasta reunir diez

mil carros; dos caballos y sus caballeros, además un tiro de dos

caballos, sin 119bcarro, junto con un combatiente llevado, armado de un

pequeño escudo, y el combatiente montado encargado de gobernar a

los dos caballos, dos hoplitas, dos arqueros, dos honderos, tres

infantes ligeros armados de ballestas, otros tres armados de dardos y,

finalmente, cuatro marinos, para formar en total la dotación de mil

doscientos navios. Esa era la organización militar de la ciudad real. En

cuanto a las otras nueve provincias, cada una tenía su propia

organización militar, y sería necesario un tiempo demasiado largo para

explicarlas.

119c En cuanto a la autoridad y los cargos públicos, se

organizaron desde el comienzo de la siguiente manera. De los diez

reyes, cada uno ejercía el poder en la parte que le tocaba por herencia y,

dentro de su ciudad, gobernaba a los ciudadanos, hacía la mayoría de

las leyes, y podía castigar y condenar a muerte a quien quería. Pero, la

autoridad de unos reyes sobre los otros y sus mutuas relaciones estaban

reguladas según los decretos de Poseidón. La tradición se lo imponía,

así 119dcomo una inscripción grabada por los primeros reyes sobre una

columna de

oricalco, que se hallaba en el centro de la isla, en el templo de

Poseidón.

Allí se reunían los reyes periódicamente, unas veces cada cinco

años, otras veces cada seis, haciendo alternar regularmente los años pares

y los años impares. En estas reuniones deliberaban sobre los negocios

comunes, y decidían si alguno de ellos había cometido alguna infracción

de sus deberes y lo juzgaban. Cuando habían de aplicar la justicia, primero

se juraban fidelidad mutua de la manera que sigue. Se soltaban toros en

el recinto sagrado de Poseidón. Los diez reyes, dejados a solas, luego de

haber rogado al Dios que les hiciera capturar la víctima que le había de

ser agradable,119e se ponían a cazar, sin armas de hierro, solamente con

venablos de madera y con cuerdas. Al toro que cazaban lo llevaban a la

columna y lo degollaban en su vértice, como estaba prescrito. Sobre la

columna, además de las leyes, estaba grabado el texto de un juramento

que profería los peores y más terribles anatemas contra el que lo violara.

Así pues, luego de haber realizado 12Oel sacrificio de conformidad con

sus leyes y de haber consagrado todas las partes del toro, llenaban de

sangre una crátera y rociaban con un cuajaron de esta sangre a cada uno

de ellos. El resto lo echaban al fuego, luego de haber hecho

purificaciones en torno a toda la columna. Inmediatamente, sacando

sangre de la crátera con copas de oro, y derramándola en el fuego,

juraban juzgar de conformidad con las leyes escritas en la columna,

castigar a quienquiera las hubiera violado anteriormente, no quebrantar en

lo futuro conscientemente 120bninguna de las fórmulas de la inscripción, y

no mandar ni obedecer más que de acuerdo con las leyes de su padre.

Todos tomaban este compromiso para sí y para toda su descendencia.

Luego cada uno bebía la sangre y depositaba la copa, como un exvoto,

en el santuario del Dios. Después de lo cual cenaban y se entregaban a

otras ocupaciones necesarias.

Cuando llegaba la oscuridad y se había ya enfriado el fuego de los

sacrificios, se vestían todos con unas túnicas muy bellas de azul oscuro y

se sentaban en 120ctierra, en las cenizas de su sacrificio sagrado. Entonces,

por la noche, luego de haber apagado todas las

luces en torno al santuario, juzgaban y eran juzgados, si alguno de entre

ellos acusaba a otro de haber delinquido en algo. Hecha justicia, grababan

las sentencias, al llegar el día, sobre una tablilla de oro, que ellos

consagraban como recuerdo, lo mismo que sus ropas.

Por lo demás, había otras muchas leyes especiales sobre las

atribuciones propias de cada uno de los reyes. Las más notables eran:

no tomar las armas unos contra otros, socorrerse todos entre sí, si uno

de ellos había intentado expulsar de una ciudad cualquiera una de las

l2°-drazas reales, deliberar en común, como sus antepasados, cambiar

sus consejos en cuestiones de guerra y otros negocios orientándose

mutuamente, dejando siempre la hegemonía a la raza de Atlas. Un

rey no podía dar muerte a ninguno de los de su raza, si éste no era el

parecer de más de la mitad de los diez reyes.

Ahora bien, el poder que existía entonces en aquel país, con su

inmensa calidad y su grandeza, el Dios lo dirigió contra nuestras

regiones, por lo que se cuenta, y por alguna razón del tipo de la que

vamos a dar aquí.

12lDurante numerosas generaciones y en la medida en que estuvo

sobre ellos la naturaleza del Dios dominándolo todo, los reyes atendieron a

las leyes y permanecieron ligados al principio divino, con el que estaban

emparentados. Sus pensamientos eran verdaderos y grandes en todo; ellos

hacían uso de la bondad y también del juicio y sensatez en los

acontecimientos que se presentaban, y eso unos respecto de otros. Por

eso, despegados de todo aquello que no fuera la virtud, hacían ellos poco

caso de sus bienes: llevaban como una carga el peso de su oro y de sus

demás riquezas, sin dejarse embriagar por el exceso de su fortuna, no

perdían el dominio de sí mismos y caminaban con rectitud. Con una

clarividencia aguda y lúcida, veían ellos que todas estas ventajas se ven

aumentadas con el mutuo afecto unido a la virtud y que, por el contrario,

el afán excesivo de estos bienes y la estima que se tiene de ellos hacen

perder esos mismos bienes, y que la virtud muere asimismo con ellos.

De acuerdo con estos razonamientos y gracias a la constante presencia

entre ellos del principio divino, no dejaban de aumentar en provecho de

ellos todos

estos bienes que hemos ya enumerado. Pero, cuando comenzó a

disminuir en ellos ese principio divino, como consecuencia del cruce

repetido con 12lbnumerosos elementos mortales, es decir, cuando comenzó

adominaren ellos el carácter humano, entonces, incapaces ya de soportar su

prosperidad presente, cayeron en la independencia. Se mostraron

repugnantes a los hombres clarividentes, porque habían dejado perder

los más bellos de entre los bienes más estimables. Por el contrario, para

quien no es capaz de discernir bien qué clase de vida contribuye

verdaderamente a la felicidad, fue entonces precisamente cuando

parecieron ser realmente bellos y dichosos, poseídos como estaban de

una avidez injusta y de un poder sin limites. Y el Dios de los dioses,

Zeus, que reina con las leyes y que, ciertamente, tenía poder para conocer

todos estos hechos, comprendió qué disposiciones y actitudes despreciables

tomaba esa raza, que había tenido un carácter primitivo tan excelente. Y

quiso aplicar un castigo, para hacerles reflexionar y llevarlos a una mayor

moderación. Con 121ceste fin, reunió él a todos los dioses en su mansión más

noble y bella: ésta se halla situada en el centro del Universo y puede ver

desde lo alto todo aquello que participa del devenir. Y, habiéndolos reunido,

les dijo:

(El texto original de Platón finaliza aquí)