TARTESSOS

 
                                                     

TARTESSOS Y EUROPA

 

  Miguel Romero Esteo

 

 

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1. De los misteriosos tartesios en los orígenes de Europa



Esto es un ensayo. O sea, serie de ideas personales que creo sensatas. Y meramente aproximativas, como corresponde a una primera exploración del tema. O más bien de los temas implicados en el asunto.

 

En concreto, la exploración encaminada va hacia que, a mi modo de ver, y entre las tales ideas sensatas, tienen sobre poco más o menos un mismo origen la misteriosa e hispana civilización de los no menos misteriosos tartesios y la hasta ahora inicial civilización europea de los famosos minoicos de la diosa Europa tranquilamente isleños y pre-griegos a mitad del Mediterráneo oriental, en la finalmente griega gran isla de Creta. Que por entonces una más bien isla de Kéreta, todavía nada griega. Y con nombre que demasiado homófono con respecto al hispano y pre-romano nombre de Keret —ortográficamente también Ceret— para la ciudad que finalmente Jerez, y que en el más estricto y originario territorio de los tartesios hispanos. Esta coincidencia onomástica entre la Kéreta de los minoicos y la hispana Keret de los tartesios tampoco tiene mucho que extrañar si tenemos en cuenta que en las legendarias historias mediterráneas —finalmente los arcaicos griegos mediterráneo-orientales las helenizaron y las convirtieron en mitológicas, o algo así como que las fosilizaron— la diosa Europa, o diosa-princesa Europa, era una oceánida. Y con calificativo que la remite a origen en el mediterráneo ámbito oceánico. En el extremo oeste mediterráneo, sobre poco más o menos. O en el entorno oceánico y atlántico del estrecho de Gibraltar, si puestos a precisar más el asunto. O entorno en el que, en su lado geográficamente europeo —el extremo suroeste europeo— y en su ibero-peninsular y oceánica costa atlántica estaba precisamente la pre-romana y tartesia ciudad de Keret. Y en la tal costa, que ya no sé si también oceánida y no meramente oceánica, y así como quien no quiere la cosa.

 

Y en fin, que así el tal asunto de que venga titulado de Tartessos y Europa este ensayo y exploración. Desde luego, ya entraremos más adelante en los intríngulis de la oceánida diosa Europa y sus isleños y mediterráneo-orientales minoicos, o la culturalmente refinadísima e inicial civilización europea. O más bien culturalmente proto-europea. Y que, trasvasada luego a los ciclópeos griegos micénicos —con o sin el arcaico topónimo Micena, que sobrevive en las hispanas y granadinas tierras de Baza— y de los antiguos griegos trasvasada después a los romanos, originó lo que se viene denominando civilización europea, y europeos, y Europa como gran ámbito geográfico. No menos entrando iremos en los intríngulis de los hispanos tartesios misteriosos —ya no tan misteriosos— y su muy pre-romana y pre-cartaginesa civilización milenaria. Y bastante pluri-milenaria, a lo que parece. Al menos si teniendo en cuenta que hacia el año 2500 antes de Cristo —o el 2500 a.C. en la técnica abreviatura usual— es hacia donde especialistas del tema remiten el hecho histórico que subyace en la legendaria epopeya de lucha a muerte entre de un lado el gran gigante y rey tartesio Gerión con sus hispanas gentes y de otro lado el famoso y famosísimo gran Hércules de los griegos, el gran Alkides, que éste era su exacto nombre, y lo de Hércules era un apodo, o especie de sobrenombre. Sobre poco más o menos, por los tales tiempos del 2500 a.C. es cuando en Egipto el gran faraón Queops

—versión griega del nombre egipciamente Khufu, fonéticamente un Jufu, y que bastante homófono del bíblico Jafet, el bíblicamente hijo menor y borrosamente europeo del santo patriarca Noé, el del famosísimo diluvio— construyendo está su inmensa gran pirámide.

 

O en suma, un gran ejército de norteafricanos heráklidas atravesando el estrecho de Gibraltar e invadiendo el sur de la Península Ibérica, los tartesios hispanos derrotándolos con otro gran ejército organizado por el gran Gerión —en los historiadores romanos el asunto va de ejércitos, y es Historia, y no tema legendario- y obligándolos a huir, tierra adentro, y atravesar la ibérica península hasta llegar a tierras de Tarrako. O sea, las finalmente catalanas tierras de Tarragona. Escribo que norteafricanos heráklidas porque el nombre de Alkides es más o menos versión griega del norteafricano y bereber ahquid que significa precisamente caudillo guerrero. Y remite igualmente a lengua bereber el apodo hércules porque vinculado a la palabra harka que significa guerra. Y etimológicamente, y si echándole algo de arqueología lingüística al asunto, y en consonancia con un ejército en el que van tanto proto-griegos como bereberes, lo de hércules parece remitir a un harka-helios para significar el sol de la guerra, en plan de apelativo y apodo. O más bien el dios-sol de la guerra, en plan de gran caudillo militar. Y al respecto de los tales heráklidas proto-griegos y norteafricanos —y heráklidas en cuanto que Herakles era la versión griega del nombre de Hércules— valga el que en tiempos pre-romanos y en las ahora costas de Argelia varias portuarias ciudades se llamaban Heráklea. Con lo que muy bien pudiera resultar que lo de Argel —y Argelia— remita a evolución fonética de un previo Heráklea. Y qué de vueltas da el mundo.

 

Pero a lo que voy, en esta especie de introducción que ya se alarga demasiado. Y es a que la tal gran batalla entre los tartesios hispanos y los norteafricanos heráklidas, borrosamente en el más o menos tartesio territorio de Cádiz, tuvo lugar concretamente en las riberas de un río de las flores o río florido, al menos legendariamente. Lo que nos lleva al gaditano río Lete o Leteo, de muy pre-romano nombre, y en cuya desembocadura —en la bahía de Cádiz— estaba la Keret, que finalmente Jerez con sus vinos famosos. Tras la invasión arábigo-islámica en el siglo Vifi, el Lete se arabizó en un Guadalete, y así sigue. Por mi parte, yo estoy en la idea de que del vascón lilitzu para precisamente significar de flores y florido se origina el tal Lete, las etimologías son así. Y que es el mitológicamente y legendariamente famoso río Leteo —en el extremo oeste mediterráneo, a la orilla de los infiernos si por más señas— y del que, y para significar lo mortífero, resulta finalmente lo de letal en diversas lenguas europeas. Lo dicho, y qué de vueltas da el mundo. Por otra parte, tampoco hay mucho que extrañar en que en un muy arcaico topónimo andaluz e hispano asome una raíz de lengua vasca. Que asoman otras varias, o bastantes, en las ahora tierras andaluzas, en sus muy arcaicos y pre-romanos nombres geográficos. Me supongo que en relación con los vascones del sur que asoman fugazmente en no recuerdo qué escritor de la mediterránea antigüedad. Y que se los ha venido remitiendo a los vacceos celtíberos, ya tan en el norte ibero-peninsular, y a falta de una solución mejor. Que a lo que parece, la hay.

 

Aquí hay ya que traer que, para algún que otro especialista del tema, en la legendaria epopeya del tartesio y gigante Gerión contra el gran Hércules famosísimo subyace probablemente el gran hecho histórico central con respecto a la borrosa y larguísima Protohistoria mediterránea, larguísima en cuanto que cosa de dos mil años, desde aproximadamente el año 3000 a.C. hasta el año 1000 a.C. si puestos a precisar el asunto. Probable gran hecho histórico central, y con razón.

 

Porque, con la tal epopeya hacia el año 2500 a.C. aproximadamente, y con el iniciarse en la mediterráneo-oriental gran isla de Creta o Kéreta la culturalmente proto-europea civilización de los muy refinados minoicos de la oceánida diosa Europa hacia tiempos del año 2000 a.C. a juicio de especialistas del asunto, caso de vencer en la tal epopeya los norteafricanos heráklidas pues me parece que no se hubiera originado la tal culturalmente inicial civilización europea, refinadamente minoica. Y por la sencilla razón de que norteafricanado el sur atlántico ibero-peninsular, no hubiera habido oceánidas que, con su diosa Europa, kéretos o no kéretos, hubieran llegado a la isla de Creta con sus europos refinamientos civilizatorios. O en suma, que no habría habido ninguna diosa Europa en el muy pre-griego Mediterráneo oriental. Y en consecuencia, ninguna proto-europea y fundamental civilización en la isla de Creta. Y qué panorama.

 

Apostillando el dato de que norteafricanos los borrosos y proto-griegos heráklidas del gran Hércules, valga el no menos dato de que los antiguos griegos de la gran Grecia clásica, en sus siglos Y y IV a.C. y alrededores, tenían mucho de norteafricanos. Y ese mucho nos lo desglosa muy al detalle, en alguno de sus libros de Historia, el gran historiador griego Herodoto. Que vivió a caballo entre ambos siglos. De paso, en otro de sus libros nos detalla que el gran Hércules protogriego, el rival del tartesio gran Gerión, fue un hércules más bien menor, o secundario al menos. Que el máximo Hércules fue el gran Hércules tarsio. Los tales datos le venían del haber viajado a lo largo de la mediterránea costa norteafricana —las ahora costas de Libia— y de haber visitado los templos del gran Hércules Tarsio en la cananeo-fenicia ciudad portuaria de Tyro, y en la anatolia y no menos portuaria ciudad de Tarso, que situada en el rincón nordeste del Mediterráneo oriental —al arrimo de la isla de Chipre— y en la que nacería San Pablo unos cuantos siglos después.

 

Y en fin, que la exploración seguirá más o menos así, interdisciplinarmente y a todo lo largo. Con enganches en Protohistoria —mediterránea o no mediterránea— y arqueologías, y antropologías, y filologías. Con fuentes de la antigüedad mediterránea, tanto autores griegos como autores romanos, y algún que otro percance de somera arqueología lingüística, que resulta siempre bastante insospechada, y que anima un poco el asunto, O en suma, una exploración amena. Y a ello vamos. Y por otra parte, y no menos a todo lo largo, pues desmitologizando un poco las legendarias historias relativas al extremo oeste del Mediterráneo, la Península Ibérica y sus alrededores, rastreándoles aproximatjvamente el borroso núcleo que de hecho histórico —o protohistórico más bien— encubren y encierran. Y en cuanto que demasiado mitologizadas fueron por los antiguos griegos, y mitologizadas siguen. O sea, fantaseadas en especie de fantasías sin base alguna. Pero tuvieron su base de borroso hecho real e histórico. O dicho de otro modo, para las muy arcaicas o mediterráneo- protohistóricas gentes las tales legendarias historias eran su Historia, si es que no la Historia. Y de una base que, por más que borrosa con el paso de los tiempos, cierta y real. Y que no una mera inventiva fantasiosa para entretener a las gentes. O así el asunto, O en fin, que en esta inhóspita exploración todo muy bien pudiera ir de piadosamente brain storm a todo lo largo. O sea, una pálida tempestad de ideas a la menor oportunidad. O tormenta más bien. Y que en los presentes tiempos de freno y marcha atrás pues o el lujo del escaramujo o una tenebrosa idiotez, O un tiempo a destiempo, que tampoco es manco.

 

Bien. O no tan bien, O que a lo largo de todo el ensayo pues tampoco habría que olvidar que, y en paralelo con la oceánida diosa Europa, pues que en las legendarias historias finalmente mitologizadas por los antiguos griegos también oceán ida era la hermosa Kalirroe, o más bien Kalirroa, con nombre que pues bastante homófono con el de Euskalerría  —significa países de las gentes vascoparlantes, como sabido es— y que, y de su unión con el gran Krisaor de la espada de oro, tuvo de hijo al gran tartesio Gerión, gran rey y gigante. Y no sé si con el Kali remitiendo al kalay o estaño, y con o sin el euskal metido en el asunto del atlántico y muy temprano estaño. O en fin, el ensayo irá de desmitologizaciones un poco así, con buen pulso y tentaculares aproximaciones. Y pues entremos en la aventura. Que una primera aproximación es más o menos una aventura, O como que el asunto de largarse a los océanos. O larguísimo el hilo de las pálidas oceánidas porque tirando del hilo pues se llega al ovillo. Y con o sin el legendario Krisaor correspondiéndose con el bíblico y no menos legendario Yaván en el asunto del origen de los tartesios, O sea, la Biblia.

 

Claro que, y antes de seguir adelante, de los misteriosos tartesios lo acaso sólido y más espectacular pues asoma en el imperial tesoro de oro macizo —corona imperial, ajorcas, brazaletes, etcétera— arqueológicamente exhumado en el Cerro del Carambolo, en las muy tartesias cercanías de Sevilla. O el macizo oro deslumbrante fundamentalmente muchas de las cosas que a lo largo de este ensayo irán viniendo. Y espeso el oro. Pero al respecto, la ciclópea y gigantesca tumba del misterioso caudillo Caralambo —tan homófono con lo del no menos misterioso Carambolo— en el entorno de la finalmente turco-asiática Esmirna, al arrimo de la griega isla de Lesbos. Y entorno donde en remotos tiempos los lidios maeones o miones, nombre homófono con el del tartesio o pre-romano río Maenoba que finalmente el sevillano Guadiamar. O algo así como que, al relacionar lidios con tartesios, el arqueólogo Schulten —ya entraremos en esto— pues que acaso acertada bastante. Y todos aquí pues sin enterarse.

 

     SIGUE